Así como un sector del gran empresariado alemán y el propio gobierno de la conservadora Angela Merkel no vieron con malos ojos la llegada masiva a suelo nacional de inmigrantes (de hecho el país germano fue el que, de lejos, más extranjeros recibió en Europa en estos últimos años de “crisis migratoria global”), sectores del gran empresariado estadounidense están entre los críticos de la política de Donald Trump de frenar el ingreso y expulsar a los clandestinos que ya viven en territorio nacional. Puede que en algún caso haya razones “humanitarias” que expliquen esa actitud, pero en la mayoría opera la razón del artillero: los necesitan. Starbucks, la cadena de cafeterías, piensa contratar a “10 mil refugiados” en los próximos meses. “Necesitamos a esa gente”, dijo uno de sus ejecutivos. Pepsi defendió a su vez a sus “empleados no blancos” (sic). “Tenemos muchísimos y van a ser cada vez más requeridos.”
“La única forma de dar sentido a la propuesta de Donald Trump de duplicar el crecimiento y crear 25 millones de empleos para 2027 es aumentando la población”, y la población de Estados Unidos no va a aumentar si no es con el aporte de extranjeros, dijo a la agencia Afp en Washington Jennifer Hunt. Ex economista jefa en la Secretaría de Trabajo y docente en la Universidad de Rutgers, Hunt formó parte de un equipo de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos que llegó “a la conclusión de que, a largo plazo, la inmigración beneficiaría mucho a la economía estadounidense, con ‘pocos’, o incluso ‘ningún efecto negativo’ en el empleo o en los salarios de los nacionales nacidos en Estados Unidos”, consigna la agencia francesa. “En el año 2000, en comparación con 1990, el Pbi por habitante era entre 1,5 y 2,5 por ciento más elevado con la inmigración que sin ella”, agregó Hunt. A los inmigrantes, los yanquis los necesitaron en las dos puntas de la economía: como mano de obra barata y súper explotable en empleos de baja o bajísima calificación, y en los sectores de punta. Lo mismo dijeron Ian Shepherdson, economista en jefe de Pantheon Macroeconomics, y Ben Zipperer, del Economic Policy Institute. “No hay mano de obra suficiente” para alcanzar los objetivos de Trump, señaló el primero, mientras el segundo puso el acento en el envejecimiento acelerado de la población vernácula: “Uno de cada cuatro estadounidenses tendrá más de 65 años en los diez próximos años”, y para reponer la población ni siquiera bastan los 25 millones de extranjeros que viven actualmente en el país, dijo.
Según la investigación en la que participó Hunt, un tercio de las nuevas patentes presentadas en Estados Unidos entre 1990 y 2000 se debieron a inmigrantes. Silicon Valley, el “valle del silicio” californiano que aloja a numerosísimas empresas grandes y pequeñas del sector tecnológico, está “plagado de extranjeros, sobre todo asiáticos, y bienvenidos sean”, dijo un gran empresario al diario The New York Times apenas se conocieron los decretos del gobierno limitando o prohibiendo el acceso a Estados Unidos de refugiados e inmigrantes provenientes de siete países mayoritariamente musulmanes. Stephen Bannon, consejero estratégico de Trump ligado a la extrema derecha, había propuesto durante la campaña electoral “nacionalizar” el Silicon Valley, para hacerlo “compatible con la sociedad cívica americana”.
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique en español, destaca los mismos fenómenos (el envejecimiento de la sociedad y la necesidad de mano de obra) para explicar cómo la resistencia a la llegada de inmigrantes es contraproducente para los propios grandes capitalistas. “La paradoja es que hace falta mano de obra. Y faltará todavía más si Donald Trump expulsa, como prometió, a 11 millones de trabajadores inmigrantes ilegales. ¿Quién construirá la Gran Muralla, los puentes, las carreteras y los túneles?”, se pregunta el periodista franco-español. Ramonet subraya, en paralelo, “otro aspecto del problema”: que “las migraciones nunca se realizan por capricho. Son el resultado de guerras o conflictos, de desastres climáticos (sequías), de la demografía, de la urbanización acelerada del Sur, de la explotación, de la mutación económica (disminución del campesinado), de los saltos tecnológicos y de los choques culturales. Hechos sociológicos que están empujando a la gente de los países pobres –sobre todo a los más jóvenes– a emigrar en busca de mejor vida. Hechos que están por encima del control de cualquier político y que un muro puede quizás frenar, pero no podrá detener ni desvanecer. Además, si Donald Trump está obsesionado con los inmigrantes latinos, que vaya preparándose para las otras ‘invasiones’ que vienen. El África subsahariana, por ejemplo, contaba en el año 2000 con 45 millones de personas de entre 25 y 29 años, que es la edad en la que más se emigra. Hoy los subsaharianos de esa edad ya son 75 millones, y en 2030 serán 113 millones. (…) Y en India, cada mes, un millón de jóvenes cumplen 18 años y muchos sueñan con emigrar…”.