El 12 de julio, mientras en Bruselas un grupito de tecnócratas comandado por el ministro de Finanzas alemán, operando como una horda persa, daba los últimos toques a lo que con mucha gracia se le llamó “acuerdo” con Grecia, en Zahara de los Atunes, Andalucía, moría Javier Krahe. Cantautor de culto unas tres décadas atrás –un bohemio libertario a la Brassens, vagamente aristocrático–, para muchos Krahe estaba asociado a un tema que cantara en 1985 junto a Joaquín Sabina. “Cuervo Ingenuo”, así se titulaba, apuntaba a la yugular de Felipe González, que acababa por entonces de anunciar la adhesión de España a la Otan y de desdecirse en espacio de pocas semanas de todo lo que había anunciado que haría una vez llegado al gobierno. “Tú decir que si te votan,/ tú sacarnos de la Otan,/ tú convencer mucha gente./ Tú ganar gran elección, ahora tú mandar nación,/ ahora tú ser presidente./ Y hoy decir que esa alianza/ ser de toda confianza,/ incluso muy conveniente./ Lo que antes ser muy mal/ permanecer todo igual/ y hoy resultar excelente”, decía la canción. Y también: “Tú mucho partido, pero/ ¿es socialista, es obrero,/ o es español solamente?/ Pues tampoco cien por cien,/ si americano también,/ gringo ser muy absorbente”. El estribillo, coreado como un himno en aquellos años, repetía: “Hombre blanco hablar con lengua de serpiente,/ Cuervo Ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú”.
Unos meses atrás, tal vez en una de las últimas entrevistas que le hicieran, Krahe comentó que “Cuervo Ingenuo” fue como el revelador de una época. “Yo no me hacía ilusiones con Felipe González, pero sí muchísima gente de izquierdas. Lo positivo que tuvo ese tema fue que en unas escasas líneas resumía una situación que en los años venideros iba a romper los ojos: que la socialdemocracia no se diferenciaría en gran cosa de la derecha. En España, socialistas y populares alternarían en el gobierno sin que en el fondo hubiera muchas diferencias entre ellos, a pesar de algunas fintas.” “Cuervo Ingenuo”, pensaba Krahe, dejaba al rey desnudo, lo exponía tal cual, a lo indio.
***
Si algo bueno tuvieron estos cinco, seis meses en que Grecia mantuvo en vilo al mundo entero –ilusionadas las izquierdas, las nuevas y acaso las radicales– fue que el rey, los reyes, quedaron desnudos en toda su vileza, y más o menos fueron los mismos que evocara Krahe: socialistas y conservadores de toda Europa se alternaron para pegarle al enano griego que osó ser rebelde. Cada cual a su manera, bestial unos, envuelta la piña americana en celofán otros, vapulearon a Alexis Tsipras hasta ganarle por nocaut y dejarlo literalmente en la lona. Exangüe, rendido a sus pies. Con sus buenas intenciones de experimentar “otra cosa”, de salirse del libreto, dando vueltas en el aire.
***
Y no es que el enano no haya dado batalla. Zoe Konstantopulu, la joven presidenta del parlamento griego que inspiró la creación de un comité de auditoría de la deuda y que en estos días tomó a su cargo la oposición al “acuerdo” del domingo, le reconoció a Tsipras la valentía de haber plantado bandera durante mucho tiempo. “Desde hace cinco meses el gobierno, teniendo a la izquierda como su corriente principal y con las fuerzas anti-memorandos en su núcleo, ha estado librando una batalla desigual, en condiciones de asfixia y chantaje, contra una Europa que utiliza la moneda común, el euro, no como un medio para alcanzar el bienestar social sino como una palanca y una herramienta para la coerción y la humillación de los pueblos rebeldes y sus líderes, y que se está transformando en una prisión de pesadilla para sus pueblos”, dijo Konstantopulu el martes en el debate parlamentario. Pero Tsipras fue a la guerra con un escarbadientes, sin una alternativa que oponer. Las tenía a la mano, le dijeron desde distintos lugares, pero las descartó. Hubieran sido costosas, pero no tanto como esta capitulación que cierra vías, le dijo por ejemplo su ex ministro de Finanzas Yanis Varoufakis. Nadie sabe todavía bien por qué Tsipras terminó corriendo una tras otra las líneas rojas de las que dijo que no se movería y por qué no terminó renunciando cuando vio que no lo dejaban hacer otra cosa que correrlas al infinito, se preguntaron en el ala izquierda de Syriza. No es cuestión de cobardía o traición. Pero Cuervo Ingenuo no puede gobernar: si asume prometiendo enfrentarse, si convoca a un referéndum para decir No y termina balbuceando un Sí más humillante que aquel al que se negó, hay algo que no va. Por meses, los gobernantes griegos ilusionaron con que podrían recrear la batalla de las Termópilas y hacer frente con 300 a miles de persas, aunque terminaran arrasados. “Soy tan ingenuo (y tan termópilo) que esperaba hasta el último momento que Tsipras saliera con un plan B, un arma secreta, un gancho inesperado, igual que aquella noche en Kinshasa, cuando Alí dejó que Foreman le tundiera los lomos durante ocho largos asaltos, que se desgastara en esa dura labor de alfarero, para emerger sin aviso de entre las cuerdas y tumbarlo de un puñetazo. Por desgracia, a lo que hemos asistido es a uno de esos combates en que un alfeñique recibe hostias de todos los palos, trayectorias y colores con la esperanza de que a su contendiente se le canse el brazo o se le rompa un hueso”, escribió el escritor español David Torres (Público.es, 16-VII-15). No hubo happy end y Astérix no le ganó a los romanos. Perdió la guerra y terminó humillado.
***
Porque guerra hubo, porque guerra hay y a la guerra no se va con escarbadientes, repitieron por estos días díscolos de Syriza que pretenden seguir en el frente. Habrá que recrear las maneras de hacerla. Esta, aproximativa, fracasó. Las que vendrán todavía no están inventadas, dijo uno de sus exponentes, quizás haciendo el duelo de una nueva ilusión.