Hay por lo menos dos maneras de pensar en la saga Alien desde el punto de vista de la ciencia ficción y el horror. En una de ellas, las –hasta la fecha– siete películas (contando Prometheus y Alien: Covenant, pero no las flojísimas Alien vs. Predator) pueden entenderse como variaciones sobre el tema del encuentro con un monstruo que desemboca en la aparición de una versión aún más terrible de la entidad en cuestión; así, en Aliens y en Alien Resurrection hay un gesto argumental particularmente claro en cuanto a colocar a una criatura todavía más aterradora hacia el final que, de alguna manera, contenga un efecto de sorpresa. Desde el punto de vista de la otra, el énfasis estaría puesto en la disolución creciente –película tras película– de las características específicas del monstruo y en pasar a proponerlo más bien como una potencialidad de formas y de horrores más que como una entidad concreta y definida. En Alien, por ejemplo, se introduce la idea de que el monstruo, el xenomorfo, en lugar de tener una forma o morfología fija, obtiene su pauta corporal –a grandes rasgos– de la criatura que parasita en su ciclo vital, según queda en evidencia a lo largo de la película, dado que emerge no de un humano (como en Alien y Aliens), sino de un perro (en el corte estrenado en cines) o de un buey (en la versión del director). Esto es llevado aún más allá en Prometheus y Covenant, en las que esa cualidad digamos proteica del xenomorfo y sus estados previos se vuelve aún más plástica, con una suerte de limo o lodo negro como forma básica o basal.
Una de las posibilidades que se abrían ante el inminente estreno de Alien: Romulus partía de preguntarse si la película propuesta por Fede Álvarez iba a pensar el monstruo emblemático de la saga desde esta última perspectiva o si, por el contrario, indagaría en las posibilidades de un horror más concreto, apelando a la versión establecida del monstruo y añadiendo, acaso, una sorpresa al final. La opción de volver a las raíces de la saga parecía configurarse claramente a partir de los trailers y, por momentos, parecía que Romulus iba a presentarse como una vuelta a la idea de centrar la trama en una nave espacial, en su tripulación y en un monstruo, con los humanos siendo asesinados uno por uno por la criatura hasta que la protagonista lograra imponerse y sobrevivir. Para algunos, esto significaría un correctivo más que adecuado para ciertas pautas percibidas como fallas en Prometheus y Covenant,pero, para otros, dejar de lado el potencial del «horror abstracto», por usar los términos del filósofo británico Nick Land, comportaría una simplificación.
La buena noticia para los fans de la saga es que Romulus se las arregla para hacer ambas cosas. En un sentido inmediato es, en efecto, una vuelta al plan argumental de nave, monstruo, tripulación eliminada y mujer sobreviviente, lo que de alguna manera resuena con el gesto de apelar a efectos prácticos y a una textura relativamente vintage. Pero esto no se reduce a una pauta meramente nostálgica: la película propone algunas ideas visuales interesantes, en particular la atmósfera ciberpunk de las primeras escenas, con su planeta dedicado a la explotación minera y su dominio esclavista corporativo sobre los trabajadores.Por otro lado, la faceta más radical en términos de horror abstracto está representada con un par de referencias al limo negro de Prometheus y, de paso, a los un poco desilusionantes «ingenieros», la especie alienígena que, lovecraftianamente, había ocupado la galaxia miles de años atrás y, entre otras cosas, había producido la evolución humana como efecto secundario de una serie de experimentos o rituales.
Una característica muy marcada de la propuesta es que virtualmente todas sus secuencias son, de un modo u otro, referencias a otras tantas de las películas de la saga, como si estas fueran el alfabeto con el que Álvarez decidió articular su incorporación a los mitos del xenomorfo o como si la película constituyera, sobre todo, un juego nostálgico de permutaciones. En términos de estructura general, sigue notoriamente la noción de presentar un monstruo más terrible al final, mientras que la abundancia de citas literales de diálogos icónicos («get away from her, you bitch», tomado de Aliens, es uno de los ejemplos más reconocibles) produce una suerte de déjà vu constante, quizá más adecuado para el estado de la cultura pop en los años retromaníacos de la primera década y media del siglo XXI. Pero Álvarez se las arregla para que su película no se sienta del todo como un fan service (lo que sí sucede en los episodios siete y nueve de Star Wars), en gran medida porque logra imponerle una personalidad visual específica asociada a localizaciones «nuevas» para la saga. Sin embargo, en lo que respecta al sonido, las referencias a Alien lo dominan todo. A la vez, en ausencia de la personalidad artística de H. R. Giger, casi todas las películas de la saga palidecen con relación a la primera (y al diseño del xenomorfo de la tercera), con la posible excepción del inquietante neomorfo presentado en Covenant, que recuerda más al arte de Zdzisław Beksiński que al del suizo autor de la estética «biomecánica» original. Álvarez no cuenta con un artista de esta talla en su equipo de producción, pero comprende esa limitación y se arregla –en especial en cuanto a la manera en que los xenomorfos modifican los espacios que habitan creando una suerte de nido biomecánico– para mostrar poco y sugerir más, jugando con las sombras y los vapores o nieblas al mejor estilo de su productor Ridley Scott.