Huella y memoria – Semanario Brecha
Carlos Coitiño Cebey (1936-2025)

Huella y memoria

En 1991. Nancy Urrutia

La muerte siempre suele sorprendernos, por más que hayamos intentado racionalizarla, por más que ella sea el fin esperado de un ciclo biológico.

El 29 de junio, a los 89 años, falleció uno de los integrantes de aquella camada de militantes de una corriente de origen libertario, llamados a ser activos protagonistas de una parte de la historia de la izquierda social y política uruguaya.

En el transcurso de su larga militancia sindical y parlamentaria, fue generador de políticas públicas desde la labor de gobierno, y en la construcción partidaria permanente –sin desmerecer la importancia de la voluntad como un componente vital de la práctica militante– siempre puso los acentos en la necesidad de tener una equilibrada mirada estratégica, de largo aliento.

Aunque a veces lo pareciera, no era un «alquimista de la política». Era consciente de que en política las cosas ocurren en escenarios en los que existen determinadas condiciones objetivas y subjetivas para que la acción y la voluntad hagan que pasen. Ese fue su magisterio.

No renegó nunca de una identidad íntimamente vinculada a la causa de los derechos humanos y la radicalidad democrática, aun a riesgo de que en las transformaciones que padecen las izquierdas eso lo ubicara como parte de una propuesta política testimonial. No pretendió ser la vanguardia de nada, sino mantener determinados principios y objetivos coherentes con los fines del socialismo y la libertad.

El papel que Coitiño desempeñó en la Resistencia Obrero Estudiantil a partir de su creación en 1968 fue, sin duda, un aporte muy importante para el salto en calidad que significó la fundación del Partido por la Victoria del Pueblo, hace 50 años, un 26 de julio de 1975, en Buenos Aires. Fue parte de un capital político que se había ido forjando en experiencias obreras y estudiantiles vividas en el marco de luchas muy importantes que se desarrollaban en Uruguay y en muchas partes del mundo, en las que, sin duda, influyeron el llamado mayo francés y, en forma muy relevante, la revolución cubana.

Estos comentarios, en los que intentamos hacer un recuento de algunos aspectos que contribuyan a evaluar el significado de la vida militante de un compañero que se nos ha ido físicamente, siempre son una tarea inabarcable. Coitiño era, sobre todo, un hombre de partido. Por esa razón, referirnos a todas las facetas de su vida militante es enfrentarnos también a dar una respuesta al desafío que implica hacer un ejercicio de memoria sobre hechos, conductas, determinaciones, aciertos o errores que fueron, en gran medida, colectivos.

He dicho muchas veces que los seres humanos, individual o colectivamente, elegimos aquellas cosas que queremos que perduren, desafiando el paso del tiempo, con la esperanza de que sirvan para algo en el futuro. Ese es el legado que nos dejaron hombres y mujeres con quienes compartimos utopías.

Elizabeth Jelin ha escrito con relación a la memoria que «lo que el pasado deja son huellas» que «en sí mismas no constituyen “memoria” a menos que sean evocadas en un marco que les dé sentido». Este registro de la trayectoria de un compañero abriga la esperanza de que sea evocado para ser algo más que una huella. Es una construcción de memorias que deberían ser siempre y más que nada parte de un desafío de carácter colectivo. Creo que ese es un aspecto fundamental, de cardinal importancia, con el que Carlos Coitiño estaría de acuerdo.

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