Es común que la música de los compositores ya maduros empiece a navegar en una especie de universo personal en el que ya no hay historia: la comunicación con los aconteceres de los músicos más jóvenes deja de ser productiva para cualquiera de las dos partes. Si el músico en cuestión no tiene mucho que decir, su nuevo trabajo queda como una mera sobra de otro tiempo. Pero si se trata de una creadora sólida, fértil y sensible como Estela Magnone, el efecto es distinto. No hay propiamente sorpresa, pero sí ese tipo de emoción estética que derivamos de un crepúsculo, del sonido de las olas del mar o del crepitar de la leña en una estufa.
Cuando Estela surgió como compositora, a inicios de los ochenta, sus composiciones ya remitían a algo no-moderno. Había varias cosas que lo disfrazaban: ser una compositora y tecladista en un medio donde eran muy escasas las mujeres creadoras de canciones, manejar un lenguaje armónico muy refinado en un momento en que Viglietti y Mateo eran todavía fenómenos relativamente recientes, que su primer disco solista, a dúo con Jaime Roos (1985, recién reeditado en CD) fue agresivamente innovador en algunos arreglos.
Ahora que esos factores ya se decantaron, observamos con más claridad lo otro: sus melodías urdidas casi todas con una estructura simétrica, cuadrada, que desemboca ostensivamente en la nota tónica; algunos acompañamientos con una onda pre siglo XX, mientras que los que se escapan en forma más movida remiten, de todos modos, a varias décadas atrás (folclore argentino, milonga bailable, bolero, samba, el “ritmo McCartney”, justamente el que solía usar Paul para evocar contextos nostálgicos); la voz que emite las melodías en forma muy simple y delicada, muy bossa nova, en que las emociones se cuelan nomás por los intersticios, a partir de matices ínfimos, sin hacerse nunca ostensivas; los textos que lidian con cuestiones intemporales de la vida (envejecimiento, maternidad, amor, pérdida, revisión de lo vivido e irrecuperable, la esperanza de realización) entre imágenes de objetos al borde del desuso (portarretrato, una orquesta que toca un vals, vela sobre el mantel, reloj, sendero, enagua). Por ahí las intervenciones de una trompeta jazzy están mezcladas bajo y con mucha resonancia, dando una idea de lejanía, y en un par de surcos interviene un cuarteto de cuerdas tocado con generoso vibrato. Hay inclusive una resurrección casi literal: una nueva coautoría de Estela con Eduardo Mateo (fallecido hace 26 años), sobre uno de los varios textos que el maestro le dio para musicalizar en 1983 (“Lago”, tremendo texto).
La música evoca ese pasado, pero no existe llanamente en él. Para empezar porque es un pasado compuesto por diversos pasados, y además está intervenido por ruidos electrónicos, tiene una irreverencia posmodernista en la combinación de referentes arreglísticos, y un criterio más actual de mezcla de sonido. “Los cascos de Pegaso” puede ilustrar algo de todo eso. La letra involucra un instante o posibilidad en el vínculo entre un hombre y una mujer, pero se extiende a una imaginería inmensa, geológica (“En la palma de su mano lucen las huellas profundas de ríos que se han secado con el paso de las lunas”) y mitológica (la referencia a Pegaso). El ritmo de zamba es atávico, reforzado por el bombo legüero y el acordeón, pero la voz y el piano de Estela se ubican por fuera de ese entorno polvoriento, en el aquí y ahora del acto de cantar. Al fondo, sin embargo, hay toda una ebullición de sonidos vagos en los que eventualmente reconocemos algunas voces o una guitarra eléctrica, pero que es mayormente una masa onírica de la que emergen recuerdos o fantasmas. El efecto es único, delicado, profundo, intenso y ordenado a la vez. Podría haber existido hace muchos años, pero en la práctica, recién pasó a existir ahora.
Como todos los trabajos recientes de Estela, la producción y los arreglos están compartidos con Fabián Marquisio. Participan excelentes cantantes invitados (Rada, Mariana Lucía, Jime Irastorza), pero no sé si eso es una ganancia, si el universo del disco no se rendiría de forma más íntegra en la radicalidad del canto de Estela, sin esa dispersión de maneras de interpretar.
Este precioso trabajo va a ser presentado mañana sábado, a las 21 hs en la Sala Hugo Balzo del Sodre. n
Telón, Bizarro, 6601-2, 2016.