Médicos, ambos nacidos en junio y muertos al comenzar la primavera. Sus figuras representan para el mundo las dos grandes hipótesis de construcción del socialismo en América Latina. Ernesto Che Guevara: la idea del foco guerrillero y la vanguardia armada. Salvador Allende: la vía electoral y pacífica con masas movilizadas. Sus muertes en la praxis, sentidas de Moscú a La Habana y del Río de la Plata a Mánchester, marcan los fracasos de aquellos caminos al tiempo que les permitieron el pase al panteón de los mártires de la izquierda. A pesar de sus explícitas diferencias, sus historias estuvieron bastante cruzadas. En los hechos históricos sus coincidencias dan cuenta de una relación compleja y ayudan a desmentir los binarismos al observar las izquierdas del Cono Sur en las décadas del 60 y el 70. Cuando se las mira con atención, queda claro que estas izquierdas estaban más armadas de ganas que de “fierros”, también más apertrechadas de creatividad y masas que de entrenamiento o municiones.
Sus cuerpos se cruzaron por primera vez el 20 de enero de 1959, en Cuba, cuando Allende llegó a La Habana, en plena revolución. Cuenta Allende —en la entrevista que le hizo Régis Debray en 1971— que el mismo día, y ante su escepticismo sobre la revolución, el Che lo mandó llamar a su oficina en el Cuartel de la Cabaña. Allí el argentino le dijo: “Mire, Allende, yo sé perfectamente bien quién es usted. Yo le oí, en la campaña presidencial del 52, dos discursos: uno muy bueno y uno muy malo. Así que conversemos con confianza, porque yo tengo una opinión clara de quién es usted”. Allende ya tenía dos campañas presidenciales en el cuerpo, aún le faltaban otras dos antes de morir. Fue tan persistente en la importancia de las elecciones como Guevara en la de las guerrillas. En su segundo encuentro, en Uruguay, en el marco de la Conferencia de Punta del Este de 1961, se reunieron en Montevideo. El argentino le regaló al chileno una copia del recién editado Guerra de guerrillas, que traía por dedicatoria: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo”. Cuenta este último que al salir del salón donde dieron conferencias el Che le dice: “Salvador, salgamos separados para no dar un solo blanco en caso de atentado”. Allende, que confió hasta el final en la república, no estaba acostumbrado a esas medidas de seguridad. Pero no era paranoia, la de Guevara. Ese día mataron a Arbelio Ramírez.
El Che murió en 1967 y con él la tesis guerrillera para América del Sur. Pero las imágenes de Guevara, sus ideas y, por sobre todo, su referencia como una alternativa de lucha para la izquierda, permanecieron en todo el mundo. Eso también fue válido en el Chile de 1970 a 1973, el trienio de la Unidad Popular. Cuando Allende asumió el mando, en noviembre de 1970, en su primer discurso lo acompañó sobre el estrado una foto del Che. Al ser consultado por Debray sobre por qué ponía el retrato de alguien con quien tenía diferencias políticas enormes, Allende respondió que en el continente “pocas veces, o quizás nunca, ha habido un hombre que haya demostrado más consecuencia con sus ideas, más generosidad, más desprendimiento. El Che lo tenía todo, renunció a todo por hacer posible la lucha continental. (…) Había diferencias, indiscutiblemente, pero formales. En el fondo, las posiciones eran similares, iguales”. “Cada dirigente debe proceder al análisis concreto de una situación concreta, ésa es la esencia del marxismo. Por eso cada país frente a su realidad traza su propia táctica”, agregó el presidente chileno.
Las palabras de Allende sirven como vocería de buena parte de la izquierda chilena ante la figura del Che. Si bien, por lo menos antes del golpe de Estado de 1973, los partidos marxistas chilenos eran bastante reacios a cualquier tipo de guerrillerismo como método político, esto no se tradujo en un rechazo a la figura de Guevara. Más bien ésta fue reapropiada. Del Partido Socialista (PS) era el alcalde de San Miguel (en la zona sur de Santiago) que inauguró en 1971 una estatua en homenaje al Che. La brigada de propaganda del PS se llamó Elmo Catalán, en honor al guerrillero de su partido caído en el Teoponte, Bolivia, en 1970, cuando intentaban construir la retaguardia del foco de Guevara. Por su parte, los comunistas —que reprimían cualquier expresión de guerrillerismo en su militancia— tampoco rechazaron la figura de Guevara. Por el contrario, lo ensalzaron en varias ocasiones como héroe. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Mir), el grupo más guevarista de la izquierda chilena y que no integró la Unidad Popular, no cesó de usar su imagen como referente y sus frases como consignas.
Pero ¿qué expresaba la imagen del Che para el movimiento popular y para la izquierda en Chile? Sin duda alguna no fue el vanguardismo de los fusiles. La figura de Guevara estaba presente en la forma que lo destacaba Allende: como símbolo de entrega total a la causa, de rebeldía latinoamericana, como un humanista y como un enemigo frontal de la oligarquía.
Para un símbolo del proceso chileno, el cantautor Víctor Jara, quien además era militante comunista, el Che merecía por lo menos dos de sus canciones editadas: “El aparecido” y la “Zamba del Che” (de autoría de su amigo Rubén Ortiz). En la primera de estas obras, Jara lo eleva al “deber ser” de la vanguardia popular: “Nunca se quejó del frío, nunca se quejó del sueño,/ el pobre siente su paso y lo sigue como ciego (…)./ Hijo de la rebeldía, lo siguen veinte más veinte,/ porque regala su vida ellos le quieren dar muerte”.
Fue la revista más importante de la izquierda chilena por esos tiempos, Punto Final, la que en su edición número 59, de julio de 1968, presentó en exclusiva para Sudamérica “El diario del Che en Bolivia”, aunque, en la breve introducción que precedía al prólogo de Fidel Castro, la edición de un texto de esa índole fue defendida más con el argumento de la libre circulación del documento frente a la amenaza de las grandes empresas editoriales, que basándose en las ideas y prácticas políticas que representaba Guevara.
En las luchas sociales, su referencia fue la usual en el continente: como ícono de la acción directa. En las tomas de terrenos urbanos por pobladores sin casa, especialmente en las que se hacían bajo la influencia del Mir, la figura del Che solía estar presente. Era el caso de la población Nueva La Habana, en que los actos importantes se realizaban con una enorme imagen del Che al fondo del escenario. En el campo, los campesinos que enarbolaban en sus marchas y ocupaciones de fundos una pancarta con la cara del Che no portaban más armas que azadones o echonas.
La directiva de la Federación de Estudiantes de Chile (Fech) declaró en 1971 la fecha del 8 de octubre como “Día del Guerrillero Heroico”, en homenaje al Che, aunque jamás realizó acción alguna en favor de la guerrilla.
La imagen del Che en Chile, entonces, fue el signo de la insurrección de la multitud, del “a mano y sin permiso” característico de la lucha popular durante el gobierno de la UP. Un movimiento popular que encontró sus mejores armas en su masividad y su determinación a tomar el proceso en sus propias manos, no en los fusiles.
La moral que se sostiene en los relatos de la vida y muerte de Guevara, al nivel de abrazar el martirio, caló hondo en la militancia chilena durante el trienio de Allende. Algo hay en las imágenes de esos años que en todo momento anuncian un final terrible. Luego de 1973, las tesis de lucha armada cobraron algo de popularidad y aparecieron organizaciones armadas que sin ser guevaristas ubicaban al Che como un ejemplo a seguir para combatir a Pinochet. Pero esa es otra historia.
La referencia del Che en el país de Allende sigue siendo la del rebelde más que la del guerrillero. Este viernes 6 de octubre de 2017, en la casa central de la Universidad de Chile en Santiago, a modo de homenaje, se distribuirá gratuitamente el ensayo El socialismo y el hombre en Cuba, de Ernesto Guevara.