La demolición, en mayo de 2011, de dos emblemáticas viviendas modernas construidas en 1946 por Fresnedo Siri (1903-1975) sobre la avenida Ponce fue el punto de partida de un proyecto de investigación y puesta en valor de la obra de este arquitecto uruguayo, que lleva adelante desde entonces el fotógrafo Ramiro Rodríguez Barilari, conocido por su trabajo y su militancia a favor de la preservación del patrimonio urbanístico montevideano. Fresnedo fue también autor de la sede de la Facultad de Arquitectura (1938-1946) y del Palacio de la Luz de Ute (1943-1948). Un hito especialmente interesante de este proyecto de rescate fue el hallazgo del archivo de Fresnedo, que permite conocer y estudiar su actuación como fotógrafo.
Rodríguez Barilari ha venido trabajando en la catalogación, la descripción y la conservación del acervo fotográfico del arquitecto y en 2017 realizó una primera muestra de 52 fotografías (Román Fresnedo Siri. Las fotografías del arquitecto), en el Centro Cultural de España (con exposiciones sucedáneas en 2018). Junto con fotos de edificios y escenas de viajes, se expusieron algunas que habían sido guardadas en sobres que tenían escrito a mano “Deporte femenino Capurro”. Eran 40 fotos de muchachas haciendo distintos deportes al aire libre y socializando en un ambiente interior, las más de las veces, en torno a una estufa a leña. A partir de esas imágenes, Rodríguez Barilari se propuso averiguar quiénes eran esas jóvenes y dónde se reunían y practicaban deporte.
La muestra Deportivo Femenino Capurro. Fotografías de Román Fresnedo Siri, que hasta mediados de junio puede verse en la fotogalería del Parque Capurro, responde estas y otras interrogantes. Se trata de un trabajo revelador en varios sentidos. Además de seguir aportando a la difusión de la obra fotográfica de Fresnedo –que merece un análisis formal en sí mismo–, rescata, a partir de esos registros y la investigación que acompaña su difusión, parte de la historia social del Uruguay de los años treinta y, más específicamente, parte de la historia de las mujeres y el barrio Capurro.
Así, Rodríguez Barilari, curador de la muestra, recuperó la memoria de un club social y deportivo femenino barrial, pionero en su tipo en el país, que funcionó en el pabellón y las instalaciones deportivas del Parque Capurro entre 1932 y 1961. Pero, además, rescató del olvido una construcción desconocida de Fresnedo: la estufa a leña que se ve en las fotografías, en torno a la cual se reunían las socias del Deportivo Femenino Capurro. Claro que al inicio de la investigación Rodríguez Barilari sólo tenía una serie de fotografías que Fresnedo tomó de las muchachas del club y agrupó como “Frente a la estufa”, sin el dato del lugar donde estaba localizado ese hogar ni la referencia al autor de la llamativa estufa.
El curador intuía que esa estufa podría estar en la sede del club, o sea, en el pabellón del Parque Capurro, del que no había fotografías interiores y que hasta principios de 2019 estuvo tapiado, por lo que no era posible ingresar en él. Tampoco la chimenea de la dichosa estufa asomaba por la terraza del parque, por lo que la cuestión era toda una interrogante. La reconstrucción de la historia de la estufa, su localización y su autoría enorgullece hoy a Rodríguez Barilari, al punto de que una parte no menor de la fotogalería está dedicada a contarla. La investigación sobre el Deportivo Femenino Capurro fue paralela y terminó convergiendo con el rescate y el reacondicionamiento del Parque Capurro por la Intendencia de Montevideo.
La historia centenaria de ese parque podría pensarse en cuatro capítulos o actos, que incluyeran varios ocasos y renaceres. Primero, sus inicios como balneario en una zona de playa mansa y arena blanca, al abrigo de barracas y ombúes, allá por el Novecientos. La importancia que ganó el lugar entre las clases acomodadas llevó a que en la década de 1910 se construyera el parque. Aprovechando la topografía del lugar, la obra incluyó una terraza elevada, con una privilegiada vista de la costa, escalinatas, un pabellón historicista, balaustradas, pilones y detalles en herrería modernista. Para los deportes había canchas de tenis, pistas de patinaje y pistas de baile. El proyecto estuvo a cargo del italiano Juan Veltroni y el alsaciano Jules Knab (este último, autor del Hotel del Prado, en un lenguaje académico historicista similar al del pabellón de Capurro), y la propuesta paisajística es del francés Charles Racine.
En 1929 la sociedad privada se desprendió del lugar, que pasó a manos del ejecutivo departamental. Porque, cuando se inició la década del 30, Capurro había sufrido un progresivo deterioro y abandono, debido, entre otras cosas, al creciente interés de los sectores acomodados por los balnearios de la costa este (Pocitos y Carrasco). También el surgimiento de la actividad industrial en la zona (incluida la de Ancap) hundió definitivamente las posibilidades del antiguo balneario. En medio de ese derrumbe, en 1932 las chicas del Deportivo Femenino Capurro lograron obtener la concesión para usar las instalaciones del parque y ubicar la sede de su club en el pabellón, que debió ser acondicionado. Esta segunda etapa en la historia del parque (que la muestra fotográfica de Fresnedo Siri rescata del olvido) se extendió hasta 1961, cuando la Intendencia de Montevideo intentó de nuevo rescatar el lugar como parque público para el disfrute de los vecinos del barrio. El proyecto incluyó nuevas obras (juegos infantiles, un teatro de verano), pero este tercer capítulo también se vio eclipsado, entre otras cosas, por la construcción de los accesos a las rutas 1 y 5 en los años ochenta. Es importante recordar que en 1975 el parque y su pabellón fueron declarados monumento histórico nacional.
En 2018 se inició la cuarta etapa o capítulo, cuando la Intendencia hizo trabajos de reacondicionamiento y reparación en las fachadas y las escalinatas, así como en el anfiteatro y la fuente, que incluyeron la recuperación del pabellón, edificación que será nuevamente concedida –como en los años treinta– a una asociación social barrial. También se hicieron obras de caminería y mobiliario de hormigón, se construyó un cerco protector frente a los accesos, se iluminaron y ampliaron las instalaciones deportivas (pistas de skate y patinaje), y se construyó un memorial en recuerdo de una casería de negros esclavos que funcionó en el lugar, de la cual hay vestigios arqueológicos. Finalmente, la instalación de una fotogalería del Centro de Fotografía de la comuna en la terraza panorámica, sobre el techo del pabellón, cierra la propuesta en este capítulo de la historia del parque y, a su vez, sirve de espejo retrovisor para contar ese devenir y rescatar la memoria del lugar.
Decíamos que el proyecto de rescate y puesta en valor de la obra arquitectónica y fotográfica de Fresnedo Siri y el de reacondicionamiento del Parque Capurro convergieron. Esto fue tan así que en 2018, cuando la Intendencia inició las tareas en el lugar, Rodríguez Barilari pudo ingresar al pabellón y comprobar que la estufa que servía de sitio de reunión de las chicas del Deportivo Femenino se encontraba en el centro del gran salón. En 2019 la Intendencia decidió recuperar la construcción y rehizo la estufa según las fotografías disponibles y un plano encontrado en las oficinas municipales, el cual terminó de confirmar que la estufa fue obra de Fresnedo Siri, seguramente entre 1932 y 1934, cuando se acondicionó el pabellón como sede del club femenino. Es probable que esa estufa –que hoy se puede ver reconstruida como memoria de sitio, pero a la que no se le pueden tirar unos tronquitos, porque no está habilitada para el uso– sea, si no la primera, una de las construcciones tempranas de un joven Fresnedo Siri, quien se tituló en 1930.
UNA MODERNIDAD SUAVE. Además de la historia detrás de las fotos y del proceso de investigación que llevó a exhibirlas, es interesante analizar las imágenes en sí mismas. La muestra incluye 19 de 40 fotografías que Fresnedo tomó del Deportivo Femenino Capurro entre 1935 y 1936. Tanto en sus aspectos compositivos como en sus aspectos iconográficos, las imágenes testimonian un Uruguay que se abría a la modernidad en tiempos en los que el país vivía un proyecto político (el régimen terrista) que suponía una reacción política y económica, pero también social y cultural, respecto al reformismo batllista.
Fundado en diciembre de 1932, el club deportivo constituyó un ejemplo de asociativismo femenino, a partir del cual las mujeres lograron avanzar en ámbitos de socialización y recreación hasta no hacía tanto tiempo reservados para los hombres. Otro caso emblemático es la Sociedad Amigos del Arte (institución que aguarda el interés del investigador), donde Fresnedo expuso sus fotografías en dos oportunidades en la década del 30. Creada en 1931, a imagen y mediana semejanza de su par porteña, la Sociedad Amigos del Arte fue creada y dirigida por mujeres de las clases media y alta, muchas de ellas escritoras y artistas (como Angélica Lussich, Josefina Lerena Acevedo de Blixen, Amalia Nieto y Susana Soca), y a lo largo de tres décadas organizó exposiciones, conferencias, conciertos y otras actividades culturales.
Del mismo modo, como señala Rodríguez Barilari, el Deportivo Femenino Capurro estaba integrado por mujeres jóvenes de las clases media y alta vinculadas al barrio del Prado. En la veintena de nombres recogidos en la muestra se distinguen algunos de muchachas que en aquellos mismos años aparecían en las páginas sociales del semanario Mundo Uruguayo e incluso en su portada, ya que entonces ese medio dedicaba su tapa a un retrato fotográfico de una joven “de nuestra sociedad”.
Como recoge Rodríguez Barilari, en el período de actuación del club la prensa reportaba con frecuencia las actividades deportivas de las chicas “del Capurro”, a las que solían presentar como las de la “casaquilla roja” (el equipo del club era un short negro y una camiseta roja con una insignia en blanco y la sigla Dfc en rojo). Las alusiones solían ser en tono paternalista, con referencias a “las hermosas niñas de la sociedad uruguaya”, las “damitas”, “encantadoramente invictas”. Esa misma prensa también dejó registro de que estas deportistas tuvieron una actuación destacada en hockey, básquetbol y vóleibol (de hecho, en 1936 la Federación Uruguaya de Voleibol discutió si debía delegar al Dfc la organización de los torneos femeninos o crear una sección femenina dentro de la federación). Y reconocía la importancia de su actuación afirmando que “las del Capurro le dieron un enorme impulso al deporte femenino” y que eran las “líderes” en el rubro (también practicaban tenis, remo, natación y atletismo).
Las fotografías tomadas por Fresnedo muestran una sociedad montevideana que se abría a la modernidad, permitiendo un creciente protagonismo femenino en la esfera pública (hay que recordar que las uruguayas votaron en las elecciones nacionales recién en 1938, luego de ciertas dilaciones, pese a que el voto femenino estaba previsto ya en la Constitución de 1919). Testimonian cómo esa apertura a la modernidad y la transformación de la sociedad patriarcal fue lenta, progresiva y en diálogo con los esquemas preexistentes. Muestran cómo el pionero club femenino, institución moderna, se abrió paso sin dar la espalda a la tradición, al tomar como sede el pabellón historicista construido dos décadas atrás por y para una refinada y europeizada clase alta montevideana. Esta tomó esas abandonadas instalaciones y redefinió el interior del espacio de reunión de la sede, especialmente estimado por las socias, a partir de la colocación de una estufa representativa de una modernidad arquitectónica de volúmenes simples y estética abstracta, pero que dialoga con la edificación preexistente (el pabellón de Veltroni y Knab) mediante la inclusión, en el diseño de la estufa, de un círculo que semeja las ventanas circulares del pabellón.
En ese espacio las chicas del Capurro se ven en las fotos del arquitecto participando de una forma de sociabilidad bastante reciente y, si bien no se las escucha, sus cuerpos desacartonados, relajados, extendidos sobre el piso o al ras del suelo, testimonian una progresiva liberalización, que se observa con menor intimidad pero mayor radicalismo en los registros de las actividades deportivas, en los que piernas y brazos son captados sueltos y descubiertos (los shorts eran bastante cortos). Las piernas que se abren, los brazos que se extienden, los cuerpos que saltan con desenfado, las risas abiertas y toda la gestualidad corporal muestran una apertura expresiva y un registro poco “recatado” de la mujer, que quizás era tolerable sólo por tener lugar en el marco de dichas actividades físicas regladas. Ese desenfado corporal, esa liberalización de los cuerpos, es registrado por Fresnedo con encuadres osados, con picados y contrapicados que rompen la frontalidad y la ortogonalidad del plano. Las diagonales contribuyen al dinamismo y la fuerza expresiva de los ángulos, y los encuadres, siempre cortados, refuerzan la sensación de instancia y fugacidad de las escenas captadas/capturadas.
En su modernidad formal y temática, estas fotografías del Deportivo Capurro tienen ciertas similitudes con los registros fotográficos de las alumnas de la Bauhaus, de una década atrás. Las fotografías tomadas por Lucía Moholy Nagy y Theodore Lux Feininger documentaron la vida cotidiana de aquellas jóvenes en las modernas instalaciones construidas por Walter Gropius en Dessau, asomando por un balcón, saltando en la azotea, con actitudes claras de desenfado y experimentación. Como las de Fresnedo, estas fotografías captan el movimiento, los cuerpos suspendidos en el aire, escenas recreativas o la disposición libre del tiempo desde un ángulo cenital que contribuye a la sensación de liberación y empoderamiento. Claro que las deportistas de Capurro no eran tan revolucionarias como las estudiantes de la escuela alemana y los marcos arquitectónicos que habitan muestran esas diferencias entre una modernidad más radical y otra, la nuestra, más suave. Esa modernidad que no busca cortar de forma abrupta con el pasado, sino que opta por convivir con él, como la moderna estufa que construyó Fresnedo en ese antiguo pabellón historicista, devenido club deportivo femenino, en torno a la cual se reunían aquellas niñas invictas.