En el año 2000 un muchacho llamó por teléfono a Fernando Butazzoni a radio Sarandí, donde trabajaba como periodista. Sospechaba que era hijo de detenidos desaparecidos. Su padre adoptivo, un capitán del Ejército uruguayo, se había suicidado tras dejar en un casete testimonio de enterramientos clandestinos. El joven había leído El tigre y la nieve, la dolorosa novela que Butazzoni publicó en 1986. Imaginaba que si había podido escribirla después de escuchar la historia de una uruguaya que estuvo presa en el centro de reclusión de La Perla, en Córdoba, podría interesarse por lo que él tenía para decir. En torno a las dudas de este joven acosado por los fantasmas de su origen, Butazzoni arma el puzle colosal que es Las cenizas del cóndor. Empieza por retroceder a la década del 70 en el Cono Sur y desde allí, en casi 800 páginas, abarca un espacio gigantesco, conflictivo, degradado y hostil en el que el terror convive con la normalidad de la vida cotidiana.
COMBATIVO Y POLÉMICO. En la Argentina de 1974 se mezclaban la democracia sui generis de Perón, Isabelita, los Montoneros y la Triple A de López Rega. Fue un año de represión salvaje, dentro y fuera de ese país, que precedió al Plan Cóndor en la coordinación de las actividades represivas de los servicios de inteligencia de nuestros países. En Chile maduraban poco a poco las figuras de Pinochet y el coronel Manuel Contreras, futuro amo de la policía política del régimen chileno (Dina). Butazzoni logra magníficas descripciones psicológicas de estos y otros personajes históricos que no dejan de asombrar por su soberbia y su crueldad, entre ellos los represores uruguayos Manuel Cordero y Víctor Castiglioni.
La Urss comenzaba a declinar y Estados Unidos arremetía para asegurar su primacía en la región. El Cono Sur se convirtió en un objetivo de la Guerra Fría. La novela cuenta un sinfín de episodios que reflejan el entrecruzamiento de poderes. En ese contexto arriba a Buenos Aires una agente del Kgb en misión secreta que irá transformándose con el paso de los días. Pronto se involucra con los dos protagonistas uruguayos de la novela: una joven tupamara refugiada en Chile, que intenta y consigue cruzar la cordillera para ocultarse en Argentina, y un militar que se convierte en correo entre las fuerzas represivas de Buenos Aires y Montevideo. Como en El tigre y la nieve, Butazzoni explora las relaciones entre víctimas y victimarios, tan espinosas cuando se trabaja con la memoria de la dictadura. Si en aquella novela diseñaba personajes de militares por fuera del estereotipo del torturador, en Las cenizas del cóndor construye la figura de un militar que se vuelve torturador porque no se atreve a desobedecer y antes de suicidarse asume actitudes de gran valentía. La mujer y su peripecia nos dejan sin aliento. No es la primera vez que Butazzoni sigue un camino combativo y polémico, pródigo en dilemas éticos. La película Esclavo de Dios, cuya historia escribió, generó no hace mucho un altercado de alcance internacional.
Todo relato nos habla de representaciones, de construcciones que provienen de presupuestos ideológicos y estéticos, categorías que se oponen en principios básicos como la referencialidad y la imaginación. Las cenizas del cóndor disputa la posibilidad de plantearse la coexistencia de múltiples cánones. Desde su lugar, es una novela imprescindible de nuestro tiempo histórico, un gran aporte para la construcción de la memoria, que interviene en el debate de la izquierda cuando las investigaciones sobre detenidos desaparecidos y apropiación de niños parecen empantanadas.
HISTORIA Y LITERATURA. Sobre el período histórico que recorre la novela hay mucha información, lo que hace Butazzoni es quitar la retórica jurídica a los expedientes y ensamblar con sabiduría los incontables datos de la información consultada. En pocas palabras, organiza la dispersión y muestra cómo sucedieron unos hechos que fueron extraordinarios y compiten con la más desbocada imaginación. De este modo crea un suspense que dota de misterio al relato. Al adquirir nuevas formas, éste alcanza nuevos sentidos que modifican su perspectiva. Así el autor responde a las posibles cuestiones que la imaginación del lector pueda demandar y no importa saber desde el principio quiénes son los protagonistas y qué les sucedió. El lector es consciente de que los hechos narrados han tenido protagonistas de carne y hueso.
Una problemática historia de amor es el hilo conductor de un fresco sorprendente que incluye, además de los avances de la Cia en estas tierras, a la recóndita red Gladio, grupo clandestino que actuaba al amparo del Estado italiano y operaba en todo el mundo a cambio de dinero. De ahí surgen figuras como la del príncipe fascista Junio Valerio Borghese, condecorado en dos ocasiones por Hitler, que ofrece sus servicios a Pinochet, se vincula al Plan Cóndor y termina enterrado en una cripta de Santa María Maggiore, en el Vaticano, porque dos antepasados suyos habían sido papas. También encontramos una iniciativa de los Servicios de Inteligencia Soviéticos para sacar en un submarino a los refugiados y presos políticos de Argentina y llevarlos a la Urss o a países de Europa del Este. Planes frustrados porque dirigentes del propio Partido Comunista negociaban por ese entonces trigo argentino, carne uruguaya, cobre chileno.
Mientras tanto, avanzan los planes para asesinar al general Carlos Prats en Argentina, atentado que leemos a través del diálogo de sus dos autores materiales, una escritora chilena que era agente de la Dina y su marido de la Cia. La progresión dramática a la que recurre el autor para poner en palabras este y otros casos resulta eficaz para un lector ansioso por conocer los detalles de una historia real cuyos episodios más documentados pueden volverse los más apasionantes. Así Butazzoni otorga carácter de ficción a una realidad en la que descubrió un inmenso potencial narrativo. De lo que se trata, claro, es de saber narrar. Empujado por los descubrimientos que va haciendo, el autor entra y sale de la realidad y se da cuenta de que muchas veces las fronteras no existen.
GIRO AUTOBIOGRÁFICO. Las dictaduras en nuestros países son narradas desde su perversa complejidad. Datos, cifras, nombres de personas reales que al obtener carnadura literaria y ser puestos en relación por el escritor adquieren una luz sorprendente que permite entrever versiones insospechadas. Instalado en los límites de la ficción, Butazzoni cruza las historias privadas del joven, de sus padres y de un puñado de personajes, con una cantidad apabullante de documentos oficiales de diferentes países, testimonios, entrevistas, publicaciones de periodistas e investigadores de todo el mundo. Y hasta contempla el giro autobiográfico, ofreciendo una vuelta de tuerca al concepto de autoficción al presentarse él mismo como protagonista y testigo de la historia que cuenta, con un yo narrativo integrado al relato, que alterna con el de espectador privilegiado que narra lo que ve, oye, investiga y descubre. Butazzoni cuenta escrupulosamente todo lo que le va sucediendo mientras la investigación avanza. Para organizar el relato recurre a técnicas de selección, fragmentación y montaje que otorgan estatus literario a un período histórico y al trabajo con la memoria. No elige mantener distancia con la historia, irrumpe en ella, alberga sus mismas luchas y tensiones. No se limita a presentar la información, escribe desde el conflicto, valora, interpreta, arriesga. Y gana.
Las cenizas del cóndor asume una modalidad mestiza, que baraja con deliberación los géneros y los desborda, seduciendo al lector con una trama que lo atornilla al sillón con viejas técnicas de novela de espionaje y thriller político, una trama tejida alrededor de personajes que en el momento menos pensado comenzarán a cruzar sus historias al mejor estilo de la gran novela. (Se dice que una compañía estadounidense ha iniciado negociaciones para adquirir los derechos cinematográficos de la obra.)
SANGRE Y MASACRE. En varias entrevistas Butazzoni ha caracterizado a Las cenizas del cóndor como “novela reportaje”. De inmediato se piensa en A sangre fría (1966), de Truman Capote, destacada por su realismo y la conjunción de una narrativa tradicional con un reporte periodístico. Y más cerca, Operación masacre, de Rodolfo Walsh, publicada antes, en 1957, y que ya utilizaba el método de contar noveladamente hechos reales periodísticos. Declaró Butazzoni: “Me contaron cosas y en ese momento yo era el periodista que recibía la noticia. No respeto exactamente los parámetros con los que se debe escribir un reportaje, o una crónica, o una investigación sobre determinados hechos, es más, hay episodios a los que les falta mucha información a propósito, porque tal como sucedieron generaban un grado de horror tan despiadado que sonaban casi inverosímiles Debí atemperar el detalle de algunas situaciones porque me parecía que contribuía a dar una truculencia que no quería. Reivindico que es novela, pese a que todos los hechos y personajes son reales”.1
1. Entrevista con Alejandra Casablanca, programa Yo te lo dije. CX 30 Radio Nacional, 24-III-14.