La Capuera
A Maldonado le viene naciendo una “Ciudad de la Costa”. Los barrios que hacia el oeste se le vienen sumando son las estrellas del último censo y agregan un elemento más a la metrópoli que empieza a esbozarse en torno a la capital fernandina. Brecha visitó su última frontera, un paraje de nombre misterioso, creciendo entre la Interbalnearia y la Laguna del Sauce.
Un puente peatonal, elevado a la altura del quilómetro 110 de la Interbalnearia, marca la entrada a La Capuera. Entre la ruta y la Laguna del Sauce culebrean las calles de tierra transitadas por autos viejos y bordeadas por una mayoría de casas humildes, con aspecto de estar siempre en obra. Pululan las panaderías, almacenes autoservicio, papelerías, y barracas entre un sinfín de comercios con clientela asegurada, porque la ciudad más cercana –Pan de Azúcar– está a decenas de kilómetros. A diferencia de otros barrios, donde la mayoría de sus habitantes ocupa terrenos en forma ilegal, en La Capuera no hay rancheríos hacinados ni patios compartidos. Todavía se respira campo. Llaman la atención hombres cortando pasto o leña, trepados sobre escaleras, reparando techos livianos, pintando o retocando viviendas bajo el tibio sol invernal. Son la imagen de un barrio joven que no para de crecer.
Hace veinte años este territorio era la suma de fraccionamientos vacíos y sin servicios, desde donde se apreciaba la inmensidad de la laguna y más allá, al norte, la silueta oscura, impresionante, de la Sierra de las Ánimas. Había apenas un puñado de casas, casi todas para veraneo de montevideanos y de habitantes permanentes de localidades como Maldonado y San Carlos, algunas construidas de forma irregular. Pero la crisis económica de 2002 y la viveza criolla cambiaron para siempre la fisonomía del paraje rural.
La Capuera, en jurisdicción del municipio de Piriápolis, tuvo un crecimiento explosivo y de-sordenado; su población se multiplicó por seis en un par de décadas. La cantidad de habitantes permanentes creció 467 por ciento entre los censos de 2004 y 2011: de 494 a 2.880. Siete de cada diez personas censadas en 2011 habían llegado al barrio durante los seis años previos.
Según datos del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social presentados en 2013, la mayoría (60 por ciento) de los habitantes nació en otros departamentos: Montevideo, Canelones, Cerro Largo, Lavalleja y Treinta y Tres, en ese orden. Un porcentaje bastante inferior es oriundo de las cercanas Maldonado y San Carlos y, en menor grado, los hay de otros puntos del país. Apenas 14 por ciento de los censados en 2011 nació en La Capuera. El porcentaje es inferior al del promedio departamental, que tiene 50 por ciento de nativos.1
En este lugar Ángela Silvera es una suerte de pionera. Llegó en el año 2000, cuando compró su terreno a Chia sa, del ex director de Casinos Juan Benenatti, que poseía la mayor parte de las tierras. Paradójicamente, Ángela fue a dar a La Capuera huyendo del crecimiento de Solymar (Canelones), a donde había llegado con su esposo desde Montevideo. Pero es oriunda de Melo y, en consonancia con las estadísticas, afirma que son muchos los coterráneos arachanes que ahora son sus vecinos.
Del lugar le atrajo la cercanía con el aeropuerto de Laguna del Sauce –donde trabajaba su marido–, el entorno dado por un interminable bosque de eucaliptus y la laguna, donde “hacía playa”, amén de un ambiente de paz que no imaginaba perder tan pronto con la avalancha de nuevos vecinos. “Acá no había nada. Fuimos cuatro o cinco los que compramos los terrenos a Benenatti, porque lo conocíamos, y el resto llegó a ocupar; unos por la crisis y otros por vivos, porque pensaban que nadie les reclamaría y algunos políticos les decían que en unos cinco años podían gestionar los derechos posesorios de la tierra”, cuenta Ángela, que es una de los diez agentes comunitarios de La Capuera y su zona inmediata (Ocean Park y Sauce de Portezuelo) abocados a promocionar la salud y, de paso, orientar en otros temas, como el de las ocupaciones ilegales.
La trabajadora social Silvia Ortiz, presidenta de la Asociación Civil Sonrisas, fue voluntaria en el consultorio de extensionismo jurídico instalado por la intendencia en ese barrio. También en ese centro de atención ciudadana imperaban, el año pasado, las preguntas sobre cómo regularizar la tierra o cómo acceder a la titularidad de los terrenos sin pagarlos, mediante derechos posesorios.
La cantidad de intrusos, instalados incluso en zonas inundables, recién comenzó a menguar en 2014. De acuerdo al último censo, en 2011 el 39 por ciento de las casas tenía moradores propietarios y, de éstos, sólo la quinta parte había terminado de pagar el terreno. El restante 60 por ciento de residentes admitió su calidad de “ocupante” y, entre éstos, ocho de cada 10 reconocieron que lo hacían sin autorización de los verdaderos dueños, señala el informe del mtss.
Para ordenar el territorio y mitigar el daño ambiental del poblado, ubicado junto a la única fuente de agua potable del departamento de Maldonado, la Intendencia acordó perdonar a Chia sa una abultada deuda por contribución inmobiliaria a cambio de que la empresa vendiera sus terrenos a los ocupantes en valores muy accesibles. Así, salieron terrenos de 500 metros por 4.500 dólares y de 800 metros por 7 mil, pagaderos en 80 cuotas mensuales. De acuerdo a sus características e ingresos, unas 400 familias estuvieron en condiciones de suscribir este convenio y firmar sus compromisos de compraventa, en enero de 2014. Pero sólo lo hicieron unas pocas decenas y el resto –instados por abogados y escribanos de dudosa reputación– prefirió especular con la posibilidad de iniciar juicios por derechos posesorios, con un panorama incierto. Otros, que habían firmado el convenio con Chia, han dejado de pagar y se exponen a ser desalojados, comentaron a Brecha las referentes barriales.
Julio Luna es de los que pagan. En su rancho de costaneros y piso de tierra, húmedo de tanta lluvia invernal, rodeado por chatarra, pastizales y un jardín que –como él– supo de mejores épocas, guarda una prolija carpeta celeste donde archiva las flamantes escrituras de su terreno. Después de 13 años ocupándolo en forma ilegal, está orgulloso de pagar cuota por cuota. Lleva seis, rigurosamente marcadas en un calendario que prendió con un imán a su heladera. Cuenta que tiene 60 años –cualquiera le daría diez más–, que llegó de Fray Bentos para trabajar en la construcción pero la mayor parte del tiempo ha vivido de changas. Y aunque a simple vista está sumido en la pobreza, afirma que es feliz. Critica a los que “se compran championes caros y teléfonos y televisiones y después no quieren pagar la cuota”. Está contento por los servicios que lograron para el barrio, que hace apenas unos años no era más que un páramo.
Propietarios y ocupantes se unieron para llevar los servicios básicos. Hoy cuentan con agua, luz y teléfono. “Seguimos insistiendo, permanentemente, para lograr más servicios. A veces cansa, pero lo hago pensando en el futuro de mis hijos y mis nietos, que también viven acá”, comenta Ángela, la agente de salud. Apunta a una vivienda de bloques, lindera a la suya que es de dos plantas y tiene en su entrada un mástil donde flamea una gran bandera del Frente Amplio. “En el barrio la mayoría somos frenteamplistas”, asegura, y sonríe con picardía al argumentar que esa opción política responde a los avances obtenidos desde que asumió la izquierda a nivel nacional y departamental.
El Centro Comunal, inaugurado hace un año y construido mediante el denominado “presupuesto participativo”, es uno de los logros valorados por la población. El nuevo local es sede de cursos municipales, lugar donde se castran perros y gatos, sitio de entrega de canastas de alimentación y consultorio de psicólogos y asistentes sociales enfocados, mayormente, en violencia doméstica y educación para la salud. Como en la mayoría de los barrios de contexto social vulnerable, también aquí preocupa el embarazo adolescente. De hecho, La Capuera es un barrio de “abuelas treintañeras”, define Cristina Nieto, funcionaria a cargo del comunal.
Buena parte de los cursos gratuitos municipales procuran calificar a la gente para acceder al mercado laboral, conseguir empleos mejor remunerados o iniciar sus propios proyectos. De acuerdo al citado informe del mtss, la situación laboral general de La Capuera es más favorable que la del resto del departamento de Maldonado: “presenta una tasa de actividad superior al registro departamental, y una tasa de empleo también superior a la tasa de empleo departamental”. Pero no es oro todo lo que reluce.
El reporte no profundiza en la calidad del empleo. “Acá todos hacen changas”, resume un adolescente, de 12 años, mientras observa un rudimentario partido de tenis sin red en la canchita polideportiva. Changas: corte y venta de leña, pequeños arreglos en viviendas en construcción, corte de pasto.
En 2011, la mitad de los ocupados trabajaba fuera del barrio (Maldonado, Punta del Este y Punta Ballena, en ese orden), mayormente en el sector de la construcción. Poco más de la tercera parte (35 por ciento) trabajaba en la misma localidad o paraje (La Capuera, Chihuahua, Ocean Park, Sauce de Portezuelo, Cerro Pelado) y el resto lo hacía en su propia vivienda.
En contraste, el desempleo femenino es altísimo, más que el promedio departamental y que el nacional. “Las mujeres locales tienen mayores dificultades para ingresar y mantenerse en el mercado de trabajo, y viven el desempleo de forma más aguda que los hombres de la localidad, ya que su tasa de desempleo es aproximadamente 3,7 veces mayor que el desempleo masculino local”, agrega el reporte oficial.
Cristina Nieto dice que las mujeres suelen trabajar como empleadas domésticas pero buena parte son amas de casa. Algunas jovencitas ya crían varios hijos de diferentes parejas y las charlas sobre control de natalidad suelen caer en saco roto: casi uno de cada tres habitantes de La Capuera tiene entre 0 y 13 años de edad, mientras que en el resto del departamento esa franja etaria comprende sólo la quinta parte de la población. Eso se ve en las calles y en los patios.
Los referentes consultados tienen claro que buena parte de los problemas del barrio derivan del bajo nivel educativo de sus habitantes. De acuerdo al censo de 2011 es bastante inferior al de la población del resto del departamento. Por el momento, La Capuera sólo cuenta con una escuela pública que comenzó a funcionar este año pero ya tiene su matrícula de 500 niños cubierta. Este mes, por otra parte, se abrirá el primer caif para el que también quedaron niños en lista de espera.
Ante este panorama, Silvia Ortiz y Ángela Silvera sostienen que en el barrio hay pobreza pero que ningún niño pasa hambre o presenta desnutrición: los programas del Mides impiden que se llegue a tal extremo, afirman, sin olvidar todavía aquellas imágenes de tevé que en 2011 mostraron a La Capuera como un sitio marginal, de niños mal alimentados y adultos desempleados.
La policlínica de asse, donde también ofrecen consultas las dos mutualistas del departamento, es otro logro celebrado por los vecinos. El pequeño edificio, ubicado junto a un “salón multiuso” más parecido a un galpón, llama la atención por la cantidad de autos nuevos y costosos estacionados en su frente. “Son los autos de los médicos”, aclara una joven nurse. Hace cinco años apenas contaban con un doctor y una enfermera, en la actualidad tienen tres médicos generales, seis especialistas que atienden en forma semanal y tres enfermeras. Además, los agentes comunitarios de asse visitan las viviendas para fomentar los controles médicos y detectar posibles fallas en la atención sanitaria. Todavía falta conseguir una ambulancia para el barrio y cubrir el servicio médico durante los fines de semana, ya que los 3 mil pobladores quedan sin él entre las 14 horas del sábado y la mañana del lunes.
Pero la mayor deuda de las autoridades, desde el punto de vista sanitario y ambiental, sigue siendo el saneamiento. Por convenio con la opp la Intendencia de Maldonado aportará un millón de dólares para esa obra y la ose construirá cuatro estaciones de bombeo para sumar esta localidad y balnearios de la zona de Punta Ballena a la red de Maldonado-Punta del Este. Los vecinos esperan que los trabajos comiencen este año. Entretanto, las barométricas particulares o contratadas por el municipio de Piriápolis circulan a diario atendiendo decenas de pedidos, aunque no los suficientes. Mary es de las que prefiere pagar los 2.200 pesos antes que esperar semanas por el servicio gratuito municipal. “No es caro”, comenta mientras observa el proceso de vaciamiento de su pozo negro, ubicado al frente de una prolija casa blanca de material. Por la cuneta corre un pequeño río de aguas servidas, que vienen quién sabe de dónde. “Esto es lo peor del barrio”, comenta con un acento peruano que mantiene intacto aunque se asentó en La Capuera hace seis años. En aquella época pagó 1.500 dólares a un hombre que, en contrapartida, le extendió un papel declarándola ocupante de un terreno que tampoco era suyo. Como muchos de sus vecinos, Mary se instaló primero en un rancho de costaneros. Al lado, dentro del mismo predio que hoy está pagando a Chia, edificó su actual residencia con los ahorros de su salario como doméstica en Punta Ballena. Le está agradecida a la compatriota ya instalada en Punta del Este que la tentó a vivir en Maldonado. “Avancé mucho”, asegura, mientras extiende un billete de cien dólares al hombre de la barométrica para pagar el servicio.
Alberto y Humberto también sueñan con progresar. Los hermanos van puerta a puerta ofreciendo figuras de yeso (tortugas y personajes de Los Pitufos) que elaboran en la que definen como “pequeña empresa familiar”. Alberto tiene 12 años y va al liceo de Piriápolis en la mañana. Humberto, de 16, no puede estudiar aunque quiere. No tiene ómnibus que lo conecte con el balneario en horas de la noche y no hay otra opción para un chico de su edad, sostiene. De ser cierto, es una lástima. Porque Alberto se expresa con la soltura de un avezado vendedor, maneja un vocabulario bastante más complejo que el de un típico adolescente y dice que lo que más quiere es estudiar administración de empresas. Por el momento, lo único que administra es el poco dinero que obtienen con su hermano y el tiempo, que matan ofreciendo su arte por esas calles. Calles de La Capuera donde las historias de superación hacen polvo los prejuicios y suavizan los estigmas del barrio adolescente. n
1. “Informe La Capuera”, Unidad de Evaluación y Monitoreo de Relaciones Laborales y Empleo, Observatorio de Mercado de Trabajo del mtss. Elaborado por el sociólogo Alejandro Castiglia y presentado en mayo de 2013.
Ciudad difusa o ciudad diversa
Marcelo Aguilar / Salvador Neves
No sólo sucedió en La Capuera. “La principal novedad en materia de distribución territorial de la población es el alto crecimiento poblacional registrado por las localidades costeras que se extienden desde la Costa de Oro hasta Maldonado-Punta del Este”, escribía en estas páginas el demógrafo Martín Koolhaas poco después de que se divulgaran los resultados del último censo. Lo de apiñarnos en la costa, advirtió además, es mundial: más de la mitad de la población humana vive en esa franja.
Son cosas que parecen reanimar la visión de una “ciudad celeste” que propusieran los arquitectos Diego Capandeguy y Thomas Sprechmann: “una ciudad sui géneris, (…) un agregado discontinuo de centros urbanos, de espacios rurales y rururbanos” que se extendería desde Colonia del Sacramento hasta Punta del Este y que, desde una perspectiva regional, luciría como el brazo oriental de la quince veces millonaria metrópolis porteña.1
El escenario es “posible”, aseguró a Brecha el arquitecto Salvador Schelotto, pero desprovisto de fundamentos demográficos. “Todas las proyecciones dicen que vamos a ser más o menos los mismos, y quizá hasta algunos menos”, recuerda. Entonces una “ciudad difusa” de tales dimensiones sería “insustentable desde cualquier punto de vista”. Su escasa densidad haría impagable la instalación de los servicios necesarios, pero además significaría una pérdida de calidad de vida por el aumento de los tiempos de traslado, aspecto inexplicablemente minimizado. La discusión –observó también– no es estrictamente técnica.
“En los noventa hubo autores que causaron mucho daño. Se celebró una suerte de neoliberalismo urbano, y en Uruguay se llegó a poner a la Ciudad de la Costa como ejemplo, como un paradigma de este nuevo urbanismo.” Y las consecuencias que en la zona tuvieron las lluvias del último verano deberían bastarnos para advertir la magnitud del dislate. “¿Quién va a pagar ahora la extensión de la red de saneamiento hasta Salinas? ¿Credisol?”, preguntó el arquitecto.
En el fondo, “frente a esa celebración de la ciudad difusa, tan contemporánea, tan vinculada a Internet y tan asocial en el fondo”, se trata de afirmar “la reivindicación de la ciudad compacta, que lo es también de la ciudad diversa”, argumentó.
1. La Ciudad Celeste. Un nuevo territorio para el Uruguay del siglo xxi”. Montevideo, Fundación Colonia del Sacramento, 2005.