Javier Valdez Cárdenas entra sonriendo y saludando a los mozos del café. Es un hombre alto y panzón que lleva puesto un sombrero que no se quita, un periodista de vieja escuela con varios libros publicados, además de su trabajo periodístico semanal. Él fue uno de los tres reporteros que fundaron Río Doce, un semanario dominical que es referencia obligada del periodismo independiente culichi (gentilicio de Culiacán).
Acomodado y servido, explica que antes de la fractura del cártel de Sinaloa, en 2008, había más margen para el trabajo periodístico. “Pero un día fue como si se armara un pleito armado dentro de tu casa: los amigos, los vecinos, hasta los integrantes de una misma familia se disparaban, los de la sala a los del baño, los del baño a los del patio y los del patio a los de la cocina”, explica Valdez. Se refiere al momento en que los hermanos Beltrán Leyva le declararon la guerra a Joaquín Loera, el “Chapo Guzmán”, acusándolo de ser el responsable de la detención del Leyva mayor, Alfredo, el “Mochomo”.
“En Río Doce aprendimos a reportear así al narco, a conocerlo, a entender el contexto y las pujas internas que mueven a las organizaciones criminales. Como en todo, siempre se trata de saber qué suelo estás pisando. Confirmar la información basándose en una red de fuentes confiables, de buen nivel y de ámbitos distintos, desde la policía, el Ejército, los propios narcos, pistoleros y hasta los abogados que los defienden. Hemos avanzado mucho, pero aún hay demasiado que no se sabe sobre cómo funciona el cártel.”
Valdez plantea que como históricamente hubo una sola organización criminal líder en el estado, no se vivía en Sinaloa lo mismo que en Tamaulipas. Además los narcos de Sinaloa vienen de una tradición de empresa, de negociar y hasta de pagar para usar las rutas de tráfico de otras organizaciones criminales, agrega.
“No hay en Sinaloa una relación de intromisión en la redacción, o una atmósfera amenazante. Lo que sí hay es una línea que aprendes a no cruzar. Si una fuente te pasa un dato, pero a ése ni el Ejército lo toca, ¿qué hace uno? Pues no lo publica. La decisión es saber qué parte de la historia no vas a reportear. La autocensura es sobrevivir, es una forma de no rendirse, de no quedarte contando. Y es, a pesar de lo que parece, una línea que se mueve. Apréndete esto: aquí, ser valiente es ser pendejo.”
En la siguiente reunión semanal de Río Doce cuatro periodistas discuten con Andrés Villareal, el jefe de información, las repercusiones de una amplia cobertura que hicieron el último domingo sobre la podredumbre que empezó a salir de las cuentas públicas del gobernador, Mario López Valdez. A Alejandro Monjardín es al que le toca cubrir las balaceras y los enfrentamientos de la guerra. “Trabajo en Río Doce desde hace un año, pero llevo diez cubriendo estos temas. Antes era muy tranquilo, en comparación, porque ahora hay homicidios todos los días. El pleito del año 2008 nos desconcertó, porque la mayoría de los periodistas nunca habíamos vivido algo así, tanta violencia y miedo, el mismo que sufría la gente en la calle. Todo se hizo más difícil, porque para conseguir la información había que estar en el lugar, rodeado de gente sospechosa, de gente armada y que te ponía en una posición vulnerable. Llegó un momento en que empezabas a reconocer caras conocidas de los que rondaban las escenas de los homicidios. Entonces empezamos a tomar medidas como grupo, entre los periodistas, para cuidarnos”, relata Monjardín.
Después se acabaron las primicias, la competencia entre periodistas. “Si alguno sabía de un homicidio o de una acción del Ejército, nos íbamos todos juntos, de distintos medios, no importaba. Fue la forma que encontramos para trabajar en esa época.” Romper la regla les permitió hacer periodismo en medio de la guerra. “A veces no firmábamos las notas, pero en un equipo chico es muy fácil saber quién escribe, no es una protección efectiva. Lo que sí ayuda es la posición editorial que asume el equipo de trabajo, el medio y la empresa.”
La pelota cae entonces en los pies de Villareal, el editor, quien escucha la entrevista y sonríe porque sabe que le toca responder. “Puedo contestar con un ejemplo. Supimos en noviembre de 2015, a las pocas semanas de ocurrido, del encuentro entre el Chapo Guzmán y Kate del Castillo”, la actriz mexicana que lo visitó cuando estaba prófugo y clandestino, junto al actor Sean Penn, quien lo entrevistó para la revista Rolling Stone. “La historia se reporteó, se revisó y se aprobó periodísticamente, pero cuando le hablamos a Del Castillo nos gritoneó que no inventáramos. No la publicamos porque era muy específica y el Chapo estaba prófugo.”
Villareal afirma que lo que se hace en contextos de riesgo como este es buscar “la nota publicable”. “Editorialmente, esto se hace constantemente. No es una fórmula, es olfato, como dice Ismael Bojórquez, el director del periódico. Nuestros periodistas se han vuelto peritos en el trato de historias de este tipo. No vivimos con la amenaza permanente, como los colegas de Veracruz o Tamaulipas, pero sí hacemos historias de riesgo.”
Para Valdez, de lo que se trata siempre es de “hacer periodismo y punto”. El problema es que no ve una sociedad que esté abrazando al buen periodismo, y se siente algo desolado. “Eso nos hace más vulnerables, que trabajemos semanas en investigaciones y notas fuertes que después ningún otro medio retoma, ¡ni siquiera la oposición política! Por eso pensamos que, si algún día nos hacen algo, tampoco va a pasar nada. Es una convivencia macabra la que nos toca en Culiacán con el narco, pero creo que las palabras, esta vez, se quedan cortitas.”