En el libro La información como resistencia. Periódicos manuscritos en las cárceles de Franco, de Verónica Sierra Blas, se informa sobre cómo la escritura fue a menudo una de las formas de la resistencia y la solidaridad: “Escribir se convirtió para ellos en una verdadera estrategia de supervivencia, en la esperanza para combatir el aislamiento que imponían los muros de la cárcel, en el único medio para dejar constancia de su memoria y afirmar su identidad” (en dialnet.unirioja.es). En el reino de la censura franquista, los periódicos de dentro de las cárceles, con todos los riesgos y estrategias de disimulo que suponían, trataban de lograr lo mismo que los periódicos clandestinos de fuera: romper el cerco de la información oficial, traer otras verdades y noticias, y sobre todo poner de manifiesto que el triunfo militar del régimen no implicaba también un triunfo –por lo menos no total– sobre las conciencias.
Más cerca en el espacio y en el tiempo, los presos políticos uruguayos también desplegaron esa estrategia, y muy tempranamente. Algunos de ellos eligieron el humor y la irreverencia; eran jóvenes, en Ellauri, entre las dos calles García, no había un shopping sino un penal, era 1970 y probablemente no se tenía aún la medida del tamaño de la oscuridad que sobrevendría. Tantas cosas pasaron después, tantos testimonios se acumularon, y aquella breve incursión periodística sólo quedó como anécdota para unos pocos.
Pero todo vuelve, y así llega hasta nosotros una breve nota –titulada “Irrespetuosa mocedad”, con una cita de Carlos Quijano abajo: “Cuanto se ha vivido, vale si enseña”– en la que cuenta su frustrada aventura editora Líber de Lucía Grajales, un protagonista de aquel intento de ser periodistas dentro de los límites de una prisión: “En 1970 algunos presos políticos, miembros de base, en el penal de Punta Carretas editaron un pasquín. Línea Bestia, LB, que así se llamaba, duró sólo un número. La dirección lo secuestró y lo incineró. Se alegaban motivos políticos.
Tenía entre su material algunos dibujos de sueños eróticos de los compañeros del celdario. Relatos de subido tono y una sección de avisos clasificados, también fuerte.
Por un tiempo se salvó esta viñeta que lució en la celda de los Torquemadas. Alguno ha llegado con sus veleidades hasta nuestros días. Era una parodia del logotipo de Marcha.
El acto de presentar este trabajo hoy, a Quijano, Castro, Alfaro…si pudiera ser real, contaría con un sentimiento no menor de vergüenza.
El doctor Carlos Quijano murió en el exilio en México, los restos del maestro Julio Castro los encontramos después de 40 años con un balazo en el cráneo, y don Hugo Alfaro sufrió, como gran parte del pueblo, las secuelas de la dictadura.
Recordar con respeto, después de tantos años, a estos marinos que no sólo navegaron con tormenta, sino que vivieron sin arriar la bandera de las jarcias, es altamente saludable”.
No sé qué cara habría puesto Quijano, de haber leído ese “pasquín” y haber visto esa broma sobre su amado logotipo (el humor, y sobre todo el humor zafado, en verdad no era lo suyo). Pero apuesto a que Julio Castro se hubiera reído mucho, Alfarito también, y sin duda hubiera preguntado: “Pero cómo, ¿y no guardaron ninguno?”.