Izquierda y cultura política - Semanario Brecha

Izquierda y cultura política

Prepararse para un posible giro conservador en nuestro país parece ser la tarea central para los próximos años. Decisión que no implica descuidar las tareas cotidianas y los desafíos de la coyuntura, sino que busca incorporar la proyección de futuro en la práctica política de hoy, dice el psicólogo social Nicolás Rodríguez González en esta columna de opinión.

En los últimos meses se desató una serie de acontecimientos en Latinoamérica que exigen repensar los compromisos y posicionamientos de izquierda. Entre ellos se destaca la victoria del Pro en Argentina, el golpe parlamentario en Brasil y la crisis sociopolítica de Venezuela (véase Brecha, 22-XII-15). Este giro político conservador en el continente puede oficiar como una mera anécdota o análisis descriptivo del cierre de un ciclo de gobiernos progresistas, o puede ser un signo de alarma para quienes consideran que dicho giro va a significar un retroceso en una serie de derechos conquistados. Desde un razonamiento y sensibilidad de izquierda lo segundo parece ser la lectura más acertada. En el acuerdo o en el disenso con lo sucedido durante las décadas de gobiernos progresistas, con los avances o retrocesos que existieron, lo cierto es que la alternativa conservadora es diametralmente opuesta. Principalmente por su afán privatizador y la precarización de derechos. Los efectos de estas políticas conservadoras son transversales a todos los estratos sociales, pero quienes se ven más perjudicados, como siempre, son los más sumergidos. Si en el contexto actual preocupa la precariedad y vulnerabilidad en las que se encuentran distintos sectores de la sociedad –por ejemplo el índice de pobreza llega a 9,7 por ciento y hay 130 mil personas desempleadas1–, la aplicación de políticas económicas y culturales propias del neoliberalismo del siglo XXI sólo profundizará los escenarios que hoy se pretenden modificar. Prepararse para un posible giro conservador en nuestro país parece ser la tarea central para los próximos años. Decisión que no implica descuidar las tareas cotidianas y los desafíos de la coyuntura, sino que busca incorporar la proyección de futuro en la práctica política de hoy.

PREPARARSE PARA LO PEOR. Aprontarse para un contexto político adverso obliga a desconstruir al menos dos elementos que han caracterizado al razonamiento de izquierda de los últimos diez años: a) una visión política maníaco depresiva, y b) dentro del Estado todo, por fuera nada.

En cuanto a lo primero, el antropólogo argentino Eduardo Menéndez afirma que suele haber una referencia cultural al pasado de tipo melancólica, que se resume en la mirada de que todo pasado fue mejor. Esta lectura antropológica puede extrapolarse al plano de lo político, donde las alusiones al Estado benefactor o a la sociedad integrada de la modernidad son las más privilegiadas en nuestro país. Pero para comprender cabalmente el razonamiento de izquierda dominante, a este componente melancólico debemos agregarle su alternancia con estados maníacos, que se resumen en la premisa “nunca estuvimos mejor que ahora”. Más allá de lo certero o no de este supuesto, su exaltación maníaca refiere a la clausura de cualquier tipo de disidencia y de lecturas divergentes sobre el devenir del país. Estas distorsiones del razonamiento político, en particular su “perfil maníaco”, tienden a desacelerar las posibilidades de ensanchar el horizonte crítico del pensamiento y, por ende, de la práctica política de izquierda. También nos sumerge en la inevitable aceptación de las condiciones que el presente impone. No quedar preso de esta dualidad es un primer elemento a evitar, para que las falsas oposiciones o las miradas idílicas no obstruyan la posibilidad de hacer lecturas políticas estratégicas.

La otra posición en la cual se ha recaído es que a la hora de pensar cualquier cambio o transformación, inevitablemente se razona desde su intermediación por algún instrumento o aparato del Estado. Con esto no se quiere negar que para transformar la sociedad sea necesaria la presencia de organismos e instituciones que viabilicen los cambios. Pero, sin lugar a dudas, no todo puede pensarse a través de esta vía. De hecho, esto no era así 11 años atrás, cuando la mayor parte de la militancia de izquierda no ocupaba ningún cargo de gobierno, salvo en la Intendencia de Montevideo o en las bancadas legislativas. En la historia de la práctica política de izquierda en el país, los avances sociales logrados descansaron en iniciativas autónomas, dinamizadas mediante el trabajo colectivo y horas solidarias. Algunas de ellas se institucionalizaron estatalmente (por ejemplo leyes, plebiscitos, etcétera) y otras forman parte del acervo cultural de la izquierda uruguaya (por ejemplo organizaciones políticas y sociales unitarias, compromiso público, promoción de derechos, etcétera). Desbordar los límites del Estado a la hora de pensar la militancia se torna aun más decisivo si se considera que, de haber un giro conservador en el país, lo primero en perderse es el control del gobierno y de los organismos que dirige. Las experiencias de Argentina y Brasil son elocuentes en este sentido. Esto no se contrapone a la necesidad de trabajar en la administración de lo público y destinar personas para ocupar cargos estatales, para eso el país destina importantes fondos. Desbordar los límites del Estado pretende recuperar lo social como espacio político en un sentido estricto, no estatal, como forma de ampliar el ejercicio democrático, generar condiciones para avanzar en derechos y construir contrahegemonía.

CULTURA POLÍTICA Y DEMOCRACIA. En la medida en que se puedan superar ambas características del razonamiento político de izquierda, la nueva síntesis necesariamente nos ubica en el campo de la cultura política a construir y reconstruir en nuestro país. La cultura política hace a la lectura de la realidad que un colectivo o grupo social realiza, y que se trasfiere de una generación a otra. Esta dimensión de lo cultural constituye una interrelación entre sistema de valores, representaciones simbólicas e imaginarios colectivos.2 Si bien es difuso poder delimitar una población de izquierda en el país, ciertos valores, construcciones simbólicas y creaciones imaginarias pueden reconocerse como parte de dicha población y sus organizaciones. Más de cincuenta años de trabajo anónimo hicieron posible que hoy se puedan reconocer elementos distintivos de la izquierda uruguaya. Algunos de ellos se encuentran en jaque, y de ahí la necesidad de prestar particular atención a las dimensiones culturales de la política. En este momento es de interés enfatizar dos aspectos: la disidencia como posibilidad y no como obstáculo; y la subsunción de la imaginación en la democracia radical.

Cuando en 1966 Ernesto Guevara planteaba “crear dos, tres, muchos Vietnam, es la consigna”, en otro pasaje de ese mismo texto afirmaba “es la hora de atemperar nuestras discrepancias y ponerlo todo al servicio de la lucha”. Les hablaba a los pueblos de Asia, África y América Latina en el marco de la Conferencia Tricontinental de La Habana.3 Era otro momento histórico, otras sociedades y otros los desafíos; lo que interesa destacar es el modo de concebir a la disidencia política. No la niega ni la descalifica, busca moderarla en pos del fin mayor del socialismo para aquel contexto y realidad social. Hoy son otros los problemas y los medios para resolverlos, pero el modo en que se regula colectivamente la disidencia hace a cualquier proceso de transformación, desde el más moderado al más radical. La escasa tolerancia a la disidencia que caracteriza a las prácticas políticas actuales atenta contra la posibilidad de aspirar a otros objetivos que no sean si tal grupo o sector domina sobre tal o cual otro. Poder atemperar la disidencia en un contexto menos adverso al previsto en un escenario neoconservador puede permitir resignificar distintos saberes vinculados a la potencia del diálogo y el consenso en la acción unificada.

Finalmente, nada de lo antedicho es ajeno a los sujetos y las subjetividades que despliegan; acontece en procesos concretos, en las múltiples relaciones que hombres y mujeres establecen entre sí para transformar la realidad. La subsunción de la imaginación la democracia radical refiere a que, en dicha transformación, la capacidad creativa de los sujetos está destinada a generalizar el ejercicio democrático de la sociedad. José L Rebellato conceptualizó esta forma de entender la democracia como los modos de participación y distribución del poder que, además de cuestionar el proyecto neoliberal, interrogan el modelo de democracia para expertos que sustituye el protagonismo popular.4 Así, no habrá democracia de nuevo tipo sin una imaginación radical que desconstruya los efectos simbólicos del neoliberalismo en el razonamiento de izquierda, que entienda la capacidad creadora de lo heterogéneo y de la disidencia política, y cree y recree espacios plurales de participación. Estas parecen ser algunas de las consignas para un momento socio-histórico que amenaza al pensamiento crítico.

*    Magíster en psicología social. Integrante de la Asociación de Docentes de la Universidad de la República. Adur-Litoral.

 

  1. Instituto Cuesta-Duarte. Informe de coyuntura. Análisis y perspectivas. Mayo de 2016.
  2. Castro, P (2011). “Cultura política: una propuesta socio-antropológica de la construcción de sentido en la política”, en Región y Sociedad, número 23 (50), págs 215-247.
  3. Guevara, E (2002). Justicia global. Melbourne: Centro de Estudios Che Guevara-Ocean Press.
  4. Rebellato, J (2008). La encrucijada de la ética. Montevideo: Ed. Nordan.

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