Pese a que en su momento el presidente de Peñarol, Juan Pedro Damiani, había dicho que los nombres los decidiría la hinchada, finalmente optó la directiva. “También dije que Bengoechea iba a dirigir en la Copa, y mirá lo que pasó. Digo muchas cosas, no hay que prestar tanta atención a lo que digo sino a lo que hago”, podría haber comentado el presidente carbonero mientras se daba a conocer la lista de nombres, en la que aparece su padre. Acto seguido, llovieron las críticas, incluso desde algunos miembros de Nacional que ven en la referencia a un ex presidente del Curcc algo así como una afrenta histórica que ningún hijo de Artigas puede estar dispuesto a tolerar.
Lo cierto es que Peñarol tiene el derecho a elegir el nombre de las tribunas de su estadio, siempre y cuando no resulten agresivas para los demás. A nadie se le ocurriría ponerle “Vos corrés”, “Yo 5, ¿y vos?” o “Lo de Maldonado no se olvida más” a la tribuna destinada a la parcialidad visitante. En todas partes del mundo sucede que cada club le da los nombres que desea a estadios y tribunas, en algunos casos de espaldas al sentido común: el estadio del club Argentinos Juniors se llama Diego Armando Maradona, pese a que el citado jugador no es hincha del club, ni guarda un buen recuerdo de su pasaje por allí; el de Independiente se llama Libertadores de América, una copa que los rojos de Avellaneda hace 32 años que no ganan y que rara vez disputan; y el de La Plata se llama Estadio Único, a pesar de que no lo es. Incluso en nuestro país, no se recuerda ningún partido válido por los Juegos Olímpicos en la cancha de Rampla, y ni con la mejor de las voluntades se puede encontrar paralelismos entre la cancha de Basáñez y la de Boca Juniors.
No es casualidad que Peñarol haya optado por dirigentes y no por jugadores para nombrar a sus flamantes tribunas. Históricamente, el club de las 11 estrellas ha tenido administraciones presidencialistas, con poco lugar para la horizontalidad y las opiniones divergentes. “En Peñarol se hace lo que dice Damiani” es una máxima que se ha venido escuchando, casi sin interrupciones, durante los últimos 30 años, incluso con cambio de Damiani en el medio. Una nota escrita por Miguel Méndez titulada “Sidamianismo”, publicada recientemente en el sitio partidario campeondelsiglo.com, da cuenta de este proceso.
Pero grandes futbolistas en la historia mirasol ha habido muchos, resultaría complicado encontrarle nombre a las tribunas de un estadio de un club con más de 100 años de historia. Si ya a Nacional en 1944 le habrá sido complicado dejar afuera a hombres como Petrone o Nasazzi a la hora de bautizar a las del reinaugurado Parque Central, a Peñarol se le complicaría aun más.
Morena debería estar: hoy en día no se sabe bien cuál es su rol, dos por tres se lo ve medio pasado de rosca, como técnico fracasó, pero es Morena. Piendibene también. Acaso Obdulio, pero en Wanderers se adelantaron. ¿Bengoechea? Quedaría raro a tan pocos días de haber sido echado. ¿Goncalves? ¿Spencer? ¿Mazurkiewicz? ¿Máspoli? Hay demasiados nenes para esos cuatro trompos. Eso sí: descartaríamos de plano ponerle “Forlán” a una cabecera, en virtud de lo extraño que quedaría escuchar la frase “Forlán agotada tengo”.
Además, con la inclusión de dirigentes, Peñarol evitó entrar en grandes polémicas. Pues si bien se podrá criticar el criterio, a casi ningún hincha se le ocurriría cuestionar la presencia del triángulo Güelfi-Cataldi-Damiani a la hora de seleccionar a los tres presidentes más influyentes de la historia carbonera. La elección de Frank Henderson (primer presidente del Curcc, administrador general del Central Uruguay Railway) puede sonar medio traída de los pelos, aunque en la práctica no sea más que un intento de decirle al mundo: “ojo que somos de 1891”.
Resumiendo, Damiani optó por lo más sencillo, fiel a su estilo de darle al pueblo carbonero lo que el pueblo carbonero quiere escuchar, y de evitar la toma de decisiones que puedan poner en cuestión su reelección eterna. Es que el hombre con pasaporte italiano parece estar muy pendiente de los gritos de la hinchada, no sólo en la cancha sino también en las redes sociales, donde insultar, pedir renuncias y ejercer todo tipo de violencia simbólica es aun más sencillo que en la cancha, donde mal o bien uno se expone a que le peguen una piña por insultar a Forlán justo antes de que meta tres goles.
Acaso por eso, y respondiendo a la inquietud del delegado mirasol Jorge Barrera (quien pidió bautizar una tribuna con el nombre del actual presidente, en un gesto que lejos de ser síntoma de genuflexión no es más que un justo homenaje al hombre que forjó el monumental estadio), acaso aunque sea un par de escalones de la cabecera local, esos sobre los que se instala el núcleo duro de la Barra Ámsterdam, debería llamarse “Juan Pedro Damiani”.
Para recordarles a jugadores y –fundamentalmente– a técnicos que si no logran seducir a ese sector, el final puede estar cerca.