“Los niños aprenden mucho más jugando que estudiando, haciendo que mirando. El juego que hacen solos sin el control de los adultos es la forma cultural más alta que toca un niño. Los niños que han podido jugar bien y durante mucho tiempo serán adultos mejores”.
“El juego da recursos para la vida. Todas las crisis de la juventud se gestan en la primera infancia”.
“Hoy educar significa pedir a los niños que dejen de comportarse como niños y lo hagan como adultos”.
“Los pequeños pasan sus días frente a adultos instructores, les es difícil hacer cosas raras. Así se va alimentando una necesidad de riesgo acumulada que expresará con su primera moto y en las salidas nocturnas”.
“Los pequeños no quieren estar recluidos en su habitación para jugar, ni en ludotecas, ni en todos esos espacios que construimos para que estén controlados. Lo que hace un niño controlado por un adulto es distinto de lo que hace solo. Los niños necesitan espacios donde, dentro de un clima de control social, ellos puedan hacer lo que quieran: pisar el césped, subirse a los árboles y jugar con las lagartijas”. (Francesco Tonucci, 1941, pensador, psicopedagogo y dibujante italiano que se dedica al estudio del pensamiento y el comportamiento infantiles.)
Pero leemos, escuchamos y vemos todos los días, todo el tiempo, a gente inteligentísima y comprometida con lo social reclamando escuelas de tiempo completo, extensiones horarias con las actividades que fuera, en lo posible también para los fines de semana, así los niños, activísimos, no pueden perder el tiempo y vagabundear, siquiera mentalmente. Nadie reclamó todavía internados a tiempo completo, pero de seguir la tendencia, eso llegará.
Los que pasamos una misteriosa y desprolija infancia, con sólo cuatro horas de escuela –juro que aún así, nos parecían excesivas– y cero “actividades programadas”, podemos sentirnos resarcidos con las opiniones de este italiano que ve a los niños como los sujetos específicos que son, y no como los embriones a los que hay que cepillar al derecho y al revés para que se conviertan en “miembros provechosos de la sociedad”. Lo que sostiene no es que no deban ser, mañana, esos provechosos miembros, sino que el camino para lograrlo no es convertir la infancia en un período signado por el dirigismo paterno y profesoral, por más generosas que sean sus intenciones y por más “lúdicas” que sean sus propuestas, sino acordarles a quienes están en esa –lamentablemente– breve etapa, los espacios de libertad para que las búsquedas, riesgos, experimentaciones e invenciones se hagan de acuerdo a sus propios tiempos, necesidades y deseos. Es problemático para los adultos, claro; las madres necesitan y/o desean trabajar fuera de casa, los abuelos no viven con ellos o también trabajan, las casas sólo en pocos casos tienen patios, jardines o huertos –esos espacios imprescindibles para la infancia–, los barrios ya no son seguros. Y esto que sucede para la clase media, se multiplica por diez y en negro en los sectores más pobres, donde el Estado parece obligado a pelear por sacar al infante lo más posible de su propio, carente, agobiado entorno. No hay solución, el mundo ha cambiado, y no en un sentido que tenga en cuenta la efímera felicidad de los más pequeños.
Lo bueno es entonces enterarnos de que a alguien sí se le ocurre una solución. Tonucci, dirigiéndose a alcaldes de 100 ciudades italianas, propone una nueva filosofía de gobierno de las ciudades, planificándolas pensando en los niños. No haciendo Disneyworld por todos lados, sino buscando esos “espacios dentro de un control social” donde puedan divagar a gusto, buscando sus propios juegos y caminos. Bien por el césped y las lagartijas.