La lectura es un placer que se paga. Está profundamente ligada al spleen y a la angustia. Como Montaigne, Proust y la propia Madame Bovary, ¿no son los melancólicos los únicos buenos y verdaderos lectores? Hoy se prefiere insistir en el placer de la lectura: es parte de las ideas de estos tiempos. Por ejemplo, para intentar defender al libro de la seducción y el prestigio de la imagen y del monopolio espiritual de lo electrónico, los pedagogos mencionan, a cual mejor, el placer como el alfa y el omega de la lectura. Los textos oficiales de francés en la enseñanza media apuestan al placer para salvar la lectura del desbande frente a la televisión, la tabla de surf y los estupefacientes. Buenas intenciones, pero también peligrosas ilusiones. Por supuesto que hay un placer en la lectura y no...
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