Extraña argamasa la de esta novela, donde las invocaciones a lo literario se dan la mano con una suerte de realismo sucio que no sólo abunda en espantosos crímenes, sino que se derrama en el tratamiento de los personajes, sobre todo del protagonista. Daniel Parodi es, o fue, un criminólogo forense caído en un profundo pozo de desolación. Su esposa murió en circunstancias más que sospechosas, a raíz de un simple robo de cartera; colgado, amordazado y convertido en un guiñapo humano por la paliza recibida previamente, tuvo que ver cómo su única hija, de 17 años, fue brutalmente asesinada. La novela lo encuentra viviendo –es un decir: siempre está sucio, con la ropa hecha un desastre, borracho, tomando el peor café instantáneo del mundo– en la trastienda de una pequeña y poco solvente librería especializada en policiales, propiedad de su viejo amigo Ernesto, un policía octogenario retirado –justamente en 1976, “cuando las cosas se pusieron bravas”–, que prácticamente ejerció para él de padre, puesto que, como para prepararlo para su infeliz destino, Daniel perdió a los suyos siendo muy chico. Apoyándose en el fiel Ernesto, en un muchachito tímido que es el único entre ellos que sabe de computación y en una fiscal amiga –más tarde se sumarán al curioso grupo el psicólogo, que inútilmente atiende a Parodi, y una joven abogada– el siempre enojado e impaciente protagonista busca desesperadamente al asesino de su hija. Parodi, que fue eminente en su profesión por su capacidad de meterse en la mente de los delincuentes que persiguió, es presentado aquí como un ser vaciado de sus capacidades; hosco y atormentado, embiste ante cualquier pista, sin pensar, sin escuchar o escuchando poco a los que pueden ayudarlo. Y en ese estado de indefensión debe enfrentar a un enemigo particularmente astuto. Que no es un loco suelto, no; se trata de una extraña organización criminal que responde al nombre de “los hijos de Saturno”, y que tiene la malvada atención de informarle por distintas vías a Parodi de sus pasos y sus argucias, verdaderas provocaciones pensadas al detalle para mantener al rojo vivo su rabia y su angustia. Todas ellas relacionadas, además, con textos de Jorge Luis Borges –aunque por ahí entre también a tallar El tercer hombre de Graham Greene, y el título de la novela es el de un poema de Rubén Darío cuyo contenido tiene que ver con la trama–, en especial con el cuento “Deutsches Requiem”, contenido en El aleph. “Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio” es una de las frases que resulta clave para poder rumbear hacia dónde se dirige ese fantasma ominoso que rodea con saña a Parodi –aunque, se verá, sus profusas actividades delictivas no son sólo las dedicadas a él– y naturalmente, ese rumbo sólo puede ser encontrado en el entorno de una librería, con un hombre que va perdiendo la memoria reciente, pero no la memoria de los libros, y con Internet, que permite rastrear de dónde provienen determinadas citas. Lo curioso en este caso es que no sólo los asesinos remiten a Borges. También lo hace la autora, puesto que le da al protagonista el apellido del don Isidro creado por Borges y Bioy Casares –escudados bajo Horacio Bustos Domecq– y el de Funes a uno de los principales implicados. Como si el narrador omnisciente que da cuenta de la historia se encargara de facilitar con casualidades, por una decisión previa, el entramado pergeñado por una mente perversa (“todo casual encuentro una cita”).
También el recordado inspector Morse de Colin Dexter encontraba a menudo pistas en la literatura, pero se trataba de un detective de Oxford, y todos los personajes culpables o inocentes pertenecían de todas maneras a la casta universitaria, y en casi todos los crímenes presentados subyacía un fondo de dolor y melancolía. En la novela de Liliana Escliar, en cambio, sólo hay dos “intelectuales”: el viejo Ernesto, por más que el policial sea el género que casi excluyentemente cultiva, y el asesino o jefe de asesinos que se pasea por las líneas de Borges para enloquecer a Parodi. Y los crímenes son de una brutalidad de la peor crónica roja, un extremo de crueldad y violencia que dan la contracara exacta del pesimismo humanista del escritor que el libro cita.
Los motivos del lobo proviene de la serie televisiva Malicia, cuyo libreto escribió Escliar junto a Marisa Grinstein, al igual que los de Se presume inocente y Mujeres asesinas. Quizá sea ese origen de televisión argentina –tan poco pródiga en sutilezas– el que impregnó a la novela de esa carga infartante de violencia, y asimismo, el que determinó que el desenlace sea un descubrimiento a medias, sin la conclusión que naturalmente se da, para mal y para bien, en los relatos policiales. Ya se anuncia la continuación.
Liliana Escliar, que es pareja del también escritor del género Juan Sasturain, ganó el premio Planeta en el año 2000 con su primera novela, La arquitectura de los ángeles.