No debe de haber país en el mundo, como Japón, donde el arte forme parte del diario vivir. En tierras niponas toda actividad de la vida cotidiana ha sabido convertirse en una obra artística que favorece la belleza y la funcionalidad.
El kintsugi o kintsukuroi, que se traduce como “reparación en oro”, “unión con oro”, “cicatriz dorada”, o “arte de admirar la belleza de las cicatrices”, es una antigua técnica mediante la cual se reparan objetos de porcelana rotos pegando las piezas con barniz de resina o laca mezclada con oro. Existen variantes: cuando se utiliza plata en polvo en lugar de oro se llama gintsugi, y si se emplea únicamente laca urushi, se llama urushitsugi. Las uniones se pulen, dejando una superficie lisa con veteados de metales preciosos incorporados a la pieza.
Hay diferentes versiones sobre el origen de la tradición. Elena Astorga, en un artículo al respecto, señala su origen más difundido al ubicarlo “a comienzos del siglo XIV, cuando el shōgun Ashikaga Yoshimasa mandó reparar su tazón de té favorito a China. El resultado (le habían colocado unas grapas metálicas) lo decepcionó enormemente, pues no sólo se había perdido la belleza de la pieza sino que quedaba inservible, ya que el té se filtraba por las grietas. Por ello mandó a los artesanos japoneses idear un método de restauración que no sólo volviera a hacerlo funcional sino que no lo afeara. De la imaginación de los encargados de esta tarea surgió, según la leyenda, el kintsugi, o reparación con barniz de oro, que consiguió convertir las piezas rotas en ejemplares únicos, y más bonitos aun de lo que fueron antes de romperse”.
Las marcas embellecen el objeto porque dan cuenta de su tiempo de vida, de su historia, y recuerdan que nunca nada está completamente acabado. Las reparaciones lo vuelven más fuerte. Los materiales preciosos utilizados para tal fin aportan valor a esas fisuras que, en principio, hubieran hecho desechar la pieza. La intensa filosofía que subyace ha sido descrita en Occidente como una metáfora de la vida misma: las heridas sanadas hacen la templanza, el aplomo y la fortaleza del espíritu. También se le ha dado a la reconstrucción la lectura simbólica de la resiliencia.
Otro aspecto interesante es la relación que se establece entre el artesano y la pieza durante la reparación. Un vínculo que sólo puede desarrollarse cuando las manos son necesarias y el objeto se completa con su tiempo y su trabajo. La sabiduría del artesano es fundamental, ya que es quien aporta el oro y el arte a la rotura. Un artesano nipón lo explica: “La idea de arreglar cosas rotas viene de la espiritualidad de nuestra cultura, el wabi-sabi, que consiste en encontrar la belleza en las cosas rotas o viejas”. “La antigua sabiduría de nuestros ancestros nos dice que la importancia del kintsugi no es la apariencia; la belleza y la importancia que se les da a las cosas residen en el que mira el plato, no en el plato en sí mismo.”
Esta técnica ha inspirado a artistas occidentales que, tomando la base filosófica oriental, han ampliado los límites estéticos y las posibilidades del trabajo. El restaurante Anahi, en París, por ejemplo, ha ido rellenando con cobre los espacios que dejan las baldosas rotas de las paredes del restaurante anterior, de manera tal que se preserva y da relevancia a la historia del local, manteniendo un diálogo cromático con la estética actual del restaurante. El artista francés Sarkis Zabunyan se inspiró en esta tradición japonesa para la línea de vajilla que creó a pedido de la marca de cerámicas Bernardaud, por su 150 aniversario. Andrew Stellitano creó su serie kintsugi, que consiste en imágenes que buscan capturar la imperfección. “Translated Vase” es el nombre del trabajo de la artista de Corea del Sur Yee Soo-Kyung que, inspirada en esta antigua tradición, utiliza pedazos de porcelanas rotas para construir nuevas piezas de arte contemporáneo.
Ya en términos más comerciales, y tal vez vaciado de toda filosofía, la marca Humade vende un kit de pegamento para reparar objetos dañados que intenta dejar un acabado que imita el trabajo artesanal.
Para el kintsugi la belleza y la fealdad no son concepciones antagónicas, sino que están presentes en un continuo en el que la reparación de los daños puede ensalzar la obra. Si esa reparación es la adecuada, resignifica y dignifica aquella grieta, convertida ahora en fortaleza y riqueza del objeto.