La bestia paradójica - Semanario Brecha

La bestia paradójica

Ilustración: Ombú

«El hombre es por natura
la bestia paradójica, un animal absurdo que necesita lógica»

Antonio Machado,
«Proverbios y cantares»

I.

El 22 de febrero de 1939, murió en Collioure (Francia) el poeta español Antonio Machado. Hace 82 años la idea de la república en España volvía a sufrir una herida de muerte. El escritor y su familia estaban camino al exilio en Francia, como tantos y tantas, huyendo de Franco. Unas décadas después, su hermano José recordaba su entierro: «Asistieron a él muchos amigos y admiradores llegados de fuera. Fue conmovedor, pues a su acto se sumó todo el pueblo, con su alcalde a la cabeza. Pero lo más emocionante fue cuando seis milicianos, envolviendo el féretro con la bandera de la república española, lo llevaron en hombros hasta el cementerio».

La trayectoria vital y poética de Machado es interesante por donde se la mire. No fue un conservador que súbitamente se hizo de izquierda. Vivió y creció en un entorno liberal, peleado con la España conservadora, colonialista y católica. En «Proverbios y cantares», un poema con el que Joan Manuel Serrat hizo dos maravillosas canciones, creó la figura de un sujeto que nacía entre dos Españas, una que moría y otra que despertaba:

Españolito que vienes

al mundo, te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.

La reflexión sobre su país, al mismo tiempo poética y política, atraviesa la obra de Machado. Era un adolescente en 1898, el año en que España perdió sus últimos dominios coloniales. La España que parecía muerta heló el corazón de Machado y de tantos otros y otras.

II.

La poesía de Machado se inicia con Soledades (1903). En estos primeros poemas transita por el intimismo, legado a la poesía española por Gustavo Adolfo Bécquer, pero también por el modernismo (en lo que incidió, seguramente, su amistad con Rubén Darío) y el simbolismo francés. Esas influencias se van disipando en Campos de Castilla (1912), que ya presenta una reflexión sobre España y también su interés en el paisaje y el hombre castellanos (de Soria, concretamente, ciudad donde ejerció la docencia y conoció a Leonor, su futura esposa, una adolescente de 15 años). En Nuevas canciones (1924), aparece un Machado más filosófico y también seducido por las canciones y las coplas populares. A partir de 1917 se publicaron también sus Poesías completas, con tres ediciones en vida del autor, que dan cuenta de una obra en constante movimiento.

El sistema de enseñanza, afirmaba Pierre Bourdieu, es una «infraestructura específica de todas las trayectorias intelectuales», pero se le dedican muy pocas páginas en las biografías y los artículos. Teniendo esto en mente, aparece un dato biográfico que se vuelve muy pertinente: Machado fue estudiante de la Institución Libre de Enseñanza desde su llegada a Madrid, en 1883, hasta 1889. Leo en un artículo sobre la educación estética en la institución –de José Ángel Garrido y Amparo Pinto, publicado en 1996– que tanto Francisco Giner como Manuel Cossío, además de promover la autonomía en los aprendizajes, dieron una fuerte impronta estética a la educación de niños y adolescentes. Una parte importante de su idea de la educación estaba centrada en las excursiones y en la observación del arte y de la naturaleza, así como en la utilización de las canciones populares y el juego. Y pienso, no de una manera mecánica, en la impronta que esto pudo dejar en el niño y en las búsquedas estéticas del adulto Machado.

El crítico (profesor, traductor, poeta) José María Valverde inscribe la poesía de Machado en la crisis del yo o del sujeto, un proceso que transita la cultura occidental, decía en 1989, en los últimos 100 años. Ya en sus primeros poemas Machado, que buscaba «la verdad del alma», intuía «la imposibilidad de conocerse uno a sí mismo y, en grave consecuencia literaria, de ser sincero». Siguiendo a Valverde, se podría decir que el poeta primero buscó dentro de sí un alma, unos sentimientos para expresar. Luego indagó fuera de sí, tratando de encontrar su voz en el paisaje de Castilla. No lo consiguió. También buscó en la canción de todos, y no en la del poeta singular. Y sumó otro fracaso. Pero la clave estaba en sus búsquedas, no en el resultado.

III.

Al poeta Machado le gustó jugar. Cuando enumeré sus libros, omití, deliberadamente, uno muy importante: Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo (1936). Y, de pronto, apareció un Machado al que no le había prestado atención, a pesar de que el profesor Washington Benavides me habló de él en los pasillos de la Facultad de Humanidades. El que inventa no sus otros, sino sus complementarios, algo así como una unidad que «sólo se manifiesta en su pluralidad», dice Valverde. Primero Abel Martín, luego su discípulo Juan de Mairena, quien luego inventó a Jorge Meneses. Y es este último, en diálogo con Mairena, quien da por muerta la lírica, quien postula la desintegración del yo romántico y quien inventa una máquina de trovar que, por un procedimiento que se parece a un algoritmo, creará versos mecánicamente mientras esperamos una nueva lírica, una nueva sensibilidad y, sobre todo, a sus ejecutantes.

Meneses sostiene: «No hay sentimiento verdadero sin simpatía, el mero pathos no ejerce función cordial alguna, ni tampoco estética. Un corazón solitario –ha dicho no sé quién, acaso Pero Grullo– no es un corazón; porque nadie siente si no es capaz de sentir con otro, con otros… ¿por qué no con todos?». Luego Mairena responde: «¡Con todos! ¡Cuidado, Meneses!». Y Meneses, desafiante, le contesta: «Sí, comprendo. Usted, como buen burgués, tiene la superstición de lo selecto, que es la más plebeya de todas. Es usted un cursi». Machado no será un poeta vanguardista, pero seguro tiene algo que decir sobre la desintegración del yo, aunque sea irónicamente, a través de estos «autores complementarios» y en la proliferación de sus libros apócrifos.

IV.

Tres días después de la muerte de Machado, murió su madre, Ana Ruiz. Poco tiempo después, José y Joaquín se exiliaron en Chile, a instancias del poeta Pablo Neruda. Ninguno regresó a España. En 1942, desde Santiago, los hermanos enviaron cuatro sonetos inéditos de Machado a la revista Alfar, dirigida por el poeta Julio J. Casal, que publicó una reproducción de los manuscritos. Machado fue un colaborador de la revista desde sus inicios en España. El poeta e investigador Luis Bravo analizó, entre otros aspectos, la presencia de Machado en Alfar, pero también sus apariciones en el Boletín de la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), que muestran su compromiso ético y estético con la república.

Las dos publicaciones se pueden consultar en el sitio Anáforas, de la Facultad de Información y Comunicación. Por un lado, los sonetos publicados en el número 80 de Alfar, con la letra manuscrita de Machado, muy prolija, con los versos ordenados en líneas perfectas, sin errores ni enmiendas. Por el otro, en el número 23 (enero-febrero de 1939) del Boletín de la AIAPE, que anunció su muerte y le dedicó las dos páginas centrales. Entre los textos recobrados aparece su discurso «Sobre la defensa y la difusión de la cultura», que leyó en el Congreso Internacional de Escritores en Valencia (1937), en el que ataca el desprecio por el pueblo y la idea de una cultura para unos pocos «señoritos», que identifica con el bando franquista. En los dos textos se debate el mismo hombre, el del siglo XIX y el que tenía los pies bien puestos en la tierra y en su tiempo.

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