El sábado 17 una bomba de fabricación casera estalló en Seaside Park, Nueva Jersey, en la ruta por donde debía pasar una carrera organizada por la Infantería de Marina. Nadie resultó herido. Al caer la noche, una explosión en el barrio de Chelsea, en Manhattan, hirió al menos a 29 personas, y a pocas cuadras se encontró otro aparato explosivo, armado con una olla de presión similar a las bombas que en abril de 2013 mataron a tres personas e hirieron a casi 300 en la maratón de Boston. Más tarde, en la noche, dos individuos que andaban revolviendo basura encontraron una bolsa abandonada cerca de la estación Elizabeth, de Nueva Jersey, y cuando descubrieron artefactos llamaron a la policía. Las autoridades usaron un robot para inspeccionar los aparatos: uno explotó y otros cuatro fueron recogidos enteros para beneficio de los investigadores.
Poco después del anochecer, 2.030 quilómetros al oeste, Dahir Adan, nacido en Kenia, de 22 años y miembro de la comunidad de inmigrantes somalíes en esa ciudad de 66 mil habitantes de Minnesota, la emprendió a cuchilladas contra clientes del centro comercial Crossroads. El ataque dejó siete hombres y tres mujeres heridas, y cesó cuando un policía fuera de turno mató a Adan a balazos.
El jefe de policía de St Cloud, William Blair Anderson, dijo que el individuo había preguntado al menos a una de las víctimas si era musulmana, e hizo una referencia a Alá. Los medios de propaganda en Internet del Estado Islámico difundieron al día siguiente un mensaje en el cual describieron a Adan como “un soldado del Estado Islámico que llevó a cabo la operación en respuesta a los llamados para atacar a los ciudadanos de los países que forman la coalición de la cruzada”. El Buró Federal de Investigaciones sigue averiguando si Adan tuvo contacto con los jihadistas.
Adan, quien llegó a Estados Unidos a los dos años de edad, no tenía antecedentes de crímenes violentos y había sido un buen estudiante, tanto en la escuela secundaria Apollo como en la universidad estatal de St Cloud. Tan normal y adaptado lucía que con su empleíto de tiempo parcial en la agencia de vigilancia Securitas había ahorrado para comprarse el IPhone 7 recién lanzado al mercado, y por el aparatito fue al centro comercial Crossroads.
Pronto, y con la ayuda de las cámaras de vigilancia ahora casi omnipresentes en las ciudades estadounidenses, las autoridades identificaron como sospechoso por las bombas en Nueva York y Nueva Jersey a Ahmad Rahami, nacido en Afganistán en 1988, quien vino a Estados Unidos en 1995, varios años después de que su padre llegara solicitando asilo. En 2011, Rahami adoptó la ciudadanía estadounidense. El lunes, tras un breve tiroteo en el cual un policía resultó herido, Rahami fue detenido. Las autoridades dicen que hace cinco años pasó semanas en Kandahar, Afganistán, y en Quetta, Paquistán, donde medran Al Qaeda y los talibanes. Hasta ahora, ni el Estado Islámico ni Al Qaeda han reivindicado a Rahami como un “soldado”.
No hay indicios de que ambos ataques hayan estado conectados, pero su simultaneidad metió al terrorismo en medio de la polémica electoral, a menos de siete semanas de las presidenciales de Estados Unidos.
La candidata demócrata, Hillary Clinton, reiteró la política del gobierno del presidente Barack Obama: la lucha contra el terrorismo es asunto prioritario para todos los países, pero la acción de algunos individuos no debe convertirse en condena para todos los inmigrantes y todos los musulmanes.
El candidato republicano, Donald Trump, reiteró su demagogia: la nación está asediada por inmigrantes y terroristas musulmanes, y el peligro que presentan para los estadounidenses se ha agravado por las políticas fallidas de Obama y Clinton.
La calma de estadista de Clinton quizá sugiera una política más práctica, pero la constante apelación al miedo que puntea el discurso de Trump luce, al menos por ahora, como más atractiva para los votantes desconcertados.
LOBOS SOLITARIOS. Los servicios de seguridad aplican la denominación de “lobos terroristas” a los individuos que, sin una vinculación obvia con organizaciones internacionales, de pronto cometen actos de violencia como los del fin de semana. En la categoría entran incidentes como el ataque en Orlando, Florida, que dejó 49 muertos en un club de homosexuales –la peor matanza en la historia moderna de Estados Unidos– y el asesinato en Inglaterra de Jo Cox, una política en campaña contra la salida del Reino Unido de la Unión Europea.
Brian Phillips, un profesor en el Centro de Investigación y Enseñanza de Economía de Ciudad de México, realizó una comparación de los ataques perpetrados entre 1970 y 2010 por organizaciones terroristas y por “lobos solitarios” en 15 países, en su mayoría de Europa y América del Norte. “Históricamente, en números crudos, los grupos terroristas han matado mucha más gente que los atacantes solitarios”, señaló Phillips en un artículo publicado por The Washington Post. “En Estados Unidos, sin embargo, los ataques individuales son, habitualmente, más letales. Una razón es que los grupos tienen más dificultades para atacar aquí. Las tecnologías muy avanzadas antiterrorismo, como la vigilancia de llamadas telefónicas y los mensajes en Internet, son probablemente las que hacen que sea más difícil la acción del terrorismo organizado en este país.”
Por su parte, Jeffrey Simon, quien disertó sobre ciencias políticas en la Universidad de California y es autor del libro Lone Wolf Terrorism, recordó que los ataques de “lobos solitarios” trascienden las diferencias políticas y religiosas.
Así, por ejemplo, el ex soldado Timothy McVeigh, vinculado con grupos paramilitares de supremacía blanca, mató a 168 personas e hirió a 680 con una bomba que estalló frente a un edificio federal en la ciudad de Oklahoma en 1995. El “lobo solitario” antislámico Anders Breivik detonó una bomba en Oslo y luego fue a una isla en la cual mató a 77 personas, en su mayoría jóvenes que concurrían a un campamento de verano del partido socialdemócrata.
“Lo que hace que los lobos solitarios sean tan peligrosos es su habilidad para inventar”, escribió Simon. “Dado que operan por sí mismos, no hay presión de grupo o un proceso de toma de decisiones colectiva que puedan constreñir la creatividad. Los lobos solitarios tienen libertad para inventar su escenario. Esta libertad ha resultado en algunos de los ataques terroristas más imaginativos. Por ejemplo, los lobos solitarios llevaron a cabo el primer ataque con un vehículo cargado de explosivos en 1920; la primera explosión mayor de una bomba en un avión en vuelo en 1955, la primera piratería de un avión en 1961, el primer envenenamiento de un producto en 1982, y el ataque con cartas contaminadas con ántrax en 2001.”
La historia de los “tirabombas” anarquistas desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XX brinda un antecedente comparable. Los ataques, muchos de ellos perpetrados por individuos dispuestos a morir como los “mártires” islámicos del presente, sembraron pánico, llegaron al magnicidio y en un caso –el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en 1914– sirvió de detonante para una guerra mundial. Pero los terroristas por cuenta propia nunca han derribado un gobierno ni han generado o enriquecido un movimiento político. En el terreno político, los “lobos solitarios” más bien han servido para justificar el endurecimiento de la represión extendida, por gobiernos oportunistas, a otros segmentos de la oposición que quizá no comparten la ideología terrorista.
En las próximas siete semanas, la bolilla del terrorismo solitario, si se repite, bien podría dar los números ganadores al candidato que promete mano dura.