El sitio de Faluya, en mayo de 2004, destaca en la Guerra de Irak como la batalla más sangrienta librada por Estados Unidos desde la Guerra de Vietnam. Según las informaciones, las fuerzas estadounidenses utilizaron aviones de guerra F-16 para atacar áreas residenciales en Faluya con bombas de racimo. La mayoría de sus prisioneros fueron ejecutados.
Mientras el Cuerpo de Marines anunciaba un cese del fuego y se retiraba en mayo de 2004, las mezquitas proclamaron la victoria de los insurgentes, y la transformación de Faluya comenzó como una especie de mini Estado islámico con la ley islámica, la sharía. A fines de octubre de ese año, los militares estadounidenses volvieron con otra importante ofensiva, la operación Furia Fantasma. Según el Washington Post, granadas de fósforo blanco y obuses de artillería fueron utilizados para crear “muros de fuego” en la ciudad. Médicos informaron posteriormente que vieron cadáveres fundidos. Nadie conoce la cantidad de víctimas; el 18 de noviembre los militares de Estados Unidos afirmaron que 1.200 “insurgentes” habían sido muertos y un millar capturados.
Un informe de The Guardian dijo que más de 70 por ciento de las casas de la ciudad fueron destruidas, junto con 60 escuelas y 65 mezquitas y lugares sagrados. Hubo evidencia fáctica de un gran aumento de casos de cáncer y de la mortalidad infantil, provocando especulación de que el uso de uranio empobrecido condujo a contaminación ambiental.
Es extremadamente importante recordar la horrenda memoria viviente de Faluya para comprender lo que ocurrió este mes de enero, cuando el centro de la ciudad cayó en manos de combatientes del Estado Islámico en Irak y el Levante (Daesh), vinculado con Al Qaeda. Faluya, junto con la capital de la provincia Anbar, Ramadi, fue un baluarte de los insurgentes sunitas durante la ocupación estadounidense de Irak y combatientes de Al Qaeda tomaron gran parte de ambas ciudades.
Expertos han comenzado a analizar los factores detrás de estos hechos. La narrativa dominante es que el gobierno iraquí encabezado por el primer ministro Nouri al-Maliki marginó a los sunitas desde que las tropas de Estados Unidos se retiraron, en 2011. Casi todos los sunitas se han vuelto contra el gobierno y se oponen a las fuerzas de seguridad iraquíes, aunque no todos se han alineado con el Daesh.
Mientras tanto, los disturbios en Siria, en los cuales el EIIL juega un papel dirigente, ha complicado la situación de la seguridad en Irak. El Daesh ha estado atacando a los chiitas, lo que da al conflicto un matiz sectario. Además, Irak tendrá una elección parlamentaria en abril y hay teorías conspirativas de que Maliki urdió la toma de Faluya por Al Qaeda con fines electorales, algo que parece inverosímil.
El Daesh incluye combatientes aguerridos provenientes de Siria, donde los aliados regionales de Estados Unidos en el Golfo Pérsico, especialmente Arabia Saudí, han estado reclutando combatientes extranjeros y apoyándolos con dinero y armas. También hay que considerar al llamado Despertar, una fuerza creada por Estados Unidos para combatir a Al Qaeda y a la que abandonó tras su retiro militar de 2011. La mayoría de sus dirigentes han sido asesinados.
“MISIÓN CUMPLIDA.” El gobierno de Barack Obama no se puede lavar las manos ante la situación emergente en Faluya. La culpa por el desmembramiento de Irak como nación recae en la presidencia de George W Bush. El pronóstico de “misión cumplida” en Irak de Bush y el alarde de entonces del general David Petraeus suenan vacíos actualmente.
Sin duda, el modo en que Obama responde a la situación en Faluya tiene implicancias más amplias para las estrategias regionales de Estados Unidos. El secretario de Estado, John Kerry, dijo: “No estamos considerando el uso de nuestros soldados. Esta es su lucha (de los iraquíes), pero vamos a ayudarlos”.
El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, dijo a su vez que Washington está “acelerando” sus entregas de equipamiento militar a Irak (de misiles y drones), pero que en última instancia Bagdad debe enfrentar el conflicto por sí solo.
Estados Unidos combatió ferozmente en 2004 para mantener a Al Qaeda fuera de Faluya y ahora Al Qaeda está a punto de crear una base en la ciudad. Los intereses de Washington se verán seriamente afectados si Al Qaeda establece otro punto de apoyo en la región. Y, por cierto, toda la región observa la determinación de Washington para enfrentar a Al Qaeda.
Los halcones belicistas republicanos, como los senadores John McCain y Lindsey Graham, culpan a Obama por la situación en la medida en que “no hizo lo suficiente” por lograr un acuerdo con Maliki para mantener tropas después de 2011. Sin embargo, el ambiente interior en Estados Unidos favorece la idea de que, a pesar de la convulsión en Oriente Medio, se debería buscar una relación diplomática y política en vez de una solución militar.
DISYUNTIVAS. Las alternativas que se le presentan a Obama pueden ser vistas desde tres perspectivas. Primero, la situación en Faluya se da en un momento delicado, cuando el gobierno de Obama propone la permanencia de entre diez y doce mil soldados en Afganistán. El plan carece de apoyo dentro de Estados Unidos, y lo que sucede en Faluya es una advertencia oportuna sobre los peligros de mantener una gran fuerza residual en Afganistán.
Segundo, Faluya ya no siente que forma parte de Irak, lo que plantea un problema fundamental sobre el futuro del país. Esto, de nuevo, contiene algunas duras lecciones para Afganistán, donde la ocupación estadounidense también aceleró la fragmentación. Una respuesta a la crisis mediante la aceleración de entregas de armas al gobierno iraquí no solucionará el problema e incluso podría empeorarlo.
Un tercer aspecto sorprendente es que la situación en Faluya encuentra a Estados Unidos e Irán del mismo lado. Sus intereses respectivos en Irak varían, pero ambos comparten la preocupación de que un movimiento internacional de combatientes sunitas está alzando la bandera negra de Al Qaeda. Ninguno de los dos está dispuesto a intervenir. Teherán también promete ayuda militar, pero es renuente a enviar soldados.
El gobierno de Obama se podría estar acercando a reconocer la influencia de Irán en temas regionales –Irak, Siria, Afganistán, Yemen–, lo que conllevará reajustes regionales. n
* El autor es diplomático indio. Ejerció funciones en la extinta Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía. Tomado de Rebelión.org El título es de Brecha, que reproduce fragmentos de esta nota.
La destrucción progresiva de los estados heredados de la colonización
El caos arabo-africano
Desde el golpe de Estado de julio de 2013, la represión contra los islamistas egipcios ha causado más de mil muertos y miles de prisioneros; los militares reinstauran, sin prisa pero sin pausa, la dictadura; el Sinaí se convierte, por primera vez en la historia de este país, en zona de guerra abierta entre islamistas y militares.
Sudán: a la disgregación de la unidad territorial del país, que ha generado –bajo la presión de los occidentales y especialmente de Estados Unidos– la creación de un Estado independiente en el sur, le sigue la guerra dentro del nuevo Estado por el control de los campos petrolíferos. La ONU se ve obligada a enviar otros 6 mil soldados, añadidos a los 7 mil ya en la zona, para evitar masacres interétnicas.
Siria: cada bombardeo sobre Alepo mata a centenares de civiles. Desde comienzos de 2013 se cuentan miles de muertos en el país. Ninguna solución a la vista.
Irak: guerra civil total, secesión progresiva del norte kurdo, expansión de las bases de Al Qaeda.
Libia: el país es ya ingobernable, las tribus se devoran entre sí, los terroristas de Al Qaeda, bajo diversos nombres, controlan segmentos completos de territorios en el sur. Las potencias occidentales, al igual que en Irak, concentran sus fuerzas en la defensa de los campos petrolíferos. Jamás las mafias de la droga, del tráfico humano (incitación a la emigración), habían proliferado tanto.
Túnez: después de acaparar el poder, los islamistas, sorprendidos por la firme reacción de la sociedad civil, aceptan nuevas elecciones en el marco de un diálogo nacional. Pero el país se hunde en una recesión económica dramática, que la constitución de un gobierno tecnocrático tendrá dificultades para yugular. Mientras tanto, al sur y al norte del país arraigan las guerrillas islamistas.
Como trasfondo de este arco de crisis árabes, un verdadero cinturón de fuego recorre el sur de Mauritania y Sudán, pasando por Malí, Níger, Somalia y, más lejos aun, Centroáfrica. Las explosiones interconfesionales y étnicas, afiladas por las desigualdades, destruyen progresivamente los estados-nación heredados de la colonización. Por su parte, Occidente, cuando interviene, lo hace de forma cada vez más militar, y no sólo para defender sus intereses, sino a menudo para evitar genocidios. En 2014 esta situación será tanto más inquietante, puesto que no habrá solución, ni ahora ni en un futuro próximo. El despertar del odio identitario, ya sea confesional o étnico, genera monstruos.
Sami Nair. (Politólogo, sociólogo y filósofo francés de origen argelino, defensor de los derechos de los inmigrantes y de los palestinos, responsable de la revista Les Temps Modernes junto a Simone de Beauvoir en los años ochenta y director de un estudio de estudios sobre el mundo mediterráneo en España.)