A pesar de los festejos impostados y las cifras inventadas (400 mil votos, o “casi la mitad”), la experiencia de la Concertación fue un fracaso total para sus impulsores. El objetivo era, recordemos, unir los votos de los partidos tradicionales para arrebatarle Montevideo al Frente Amplio, esperando capitalizar el desgaste oficialista en la capital.
La premisa del proyecto era endeble. La probabilidad de que el FA perdiera en Montevideo no era, en teoría, sustancialmente distinta con o sin Concertación. Si los electores montevideanos quisieran desalojarlo del Palacio Municipal, coordinarían informalmente y votarían al partido tradicional con mejores chances, reduciendo al otro a su mínima expresión, como ocurrió en 2010 en Salto y Paysandú. La Concertación no resuelve el problema de cómo ganarle al FA, sino el de cómo hacerlo sin que uno de los dos desaparezca en el proceso; idéntica función cumple el balotaje a nivel nacional. Los partidos involucrados sólo estarían dispuestos a este arreglo en un departamento en el que no se supiera cuál de ellos es el favorito (ya que los dirigentes locales no iban a perder una oportunidad de arrasar), por lo que Montevideo, donde blancos y colorados votaron parejo en 2010, era un buen lugar para el experimento.
Sin embargo algo salió terriblemente mal. La Concertación no sólo no ganó, sino que perdió votos, tanto comparando con la suma de blancos y colorados en 2010 como con la de las nacionales de 2014. Además, el objetivo de preservar la votación de cada uno de ellos tampoco se cumplió: el PN consiguió una votación bajísima (de 11 por ciento) y el PC quedó fuera de la Junta Departamental, siendo reducido a su mínima expresión a pesar de la existencia de la Concertación.
En gran parte estas votaciones catastróficas fueron causadas por el armado institucional. Vale recordar que Garcé y Rachetti no eran los candidatos “naturales”, sino que lo eran Gandini y Ney Castillo. Ambos se retiraron poco antes de las elecciones: Gandini porque no era el candidato preferido de Lacalle Pou, y Castillo por no conseguir el apoyo que esperaba de la Convención del Partido Colorado. En ambos casos el problema de la falta de consensos internos hubiera sido irrelevante sin Concertación: cada partido hubiera tenido dos candidatos. El problema era que la cantidad máxima de candidatos por lema es tres, y ninguno iba a presentar dos dentro de la Concertación, ya que dividir votos beneficiaría al rival. Los partidos tradicionales están acostumbrados a dirimir en las urnas sus diferencias internas entre fracciones, y privados de este mecanismo tuvieron que enfrentar la elección sin sus mejores candidatos.
Otro factor importante para explicar el desastre blanquicolorado fue Edgardo Novick, ungido como “ganador de la noche” del domingo por los analistas televisivos. Con más del 20 por ciento de los votos, fue el segundo candidato más votado, después del intendente electo, Daniel Martínez.
El hecho de que la Concertación pudiera ir con tres candidatos y de que no fuera conveniente para ninguno de los partidos tradicionales presentar dos, abría la puerta para mostrar a una figura independiente, que permitiera convocar a quienes no votarían directamente a blancos o colorados. Novick, a pesar de haber sido asesor de Jorge Batlle y de no ser un novato en la política, terminó ocupando este lugar.
Novick es un empresario millonario, representante de multinacionales y director (junto con Juan Salgado y Carlos Lecueder) del Nuevocentro Shopping, condición que no pasó desapercibida durante la campaña. No sólo por su capacidad de autofinanciarse, sino porque ser empresario fue una parte fundamental de su presentación ante el público. Novick prometía usar en la Intendencia su experiencia de administrador, y se oponía a los políticos en general. Su campaña fue furiosamente opositora y apartidista, y de hecho sus spots convocaban a blancos, colorados, “del Frente”, manyas y bolsos (poniendo estas distinciones en el mismo nivel), y renegaba de toda ideología. Con los resultados a la vista, es innegable que esta campaña resultó exitosa para Novick, que de desearlo tiene un auspicioso futuro político por delante.
Sin embargo, para blancos y colorados el éxito de Novick debería encender luces amarillas. Queriendo sumar votos a su coalición, lograron achicarse en beneficio de alguien que no responde a ellos ni los necesita. Sentaron, gracias a su equivocada estrategia, el precedente de que un millonario puede, en el partidocrático e institucionalizado Uruguay, montar con su propio dinero una campaña antipartidista, demagógica y personalista, con posibilidades razonables de éxito.
Los partidos tradicionales, como todo partido de derecha, cumplen la función de representar los intereses de los ricos, lo que en una sociedad capitalista es casi sinónimo de los grandes empresarios. Como no se puede decir abiertamente que se representa a los ricos si se quiere ganar una elección, se suele recurrir a ideologías nacionalistas, patriarcales, liberales o legalistas, que terminan defendiendo de una manera u otra al régimen establecido. En el Uruguay pos Novick, sin embargo, los grandes empresarios pueden disputar elecciones representándose a sí mismos gracias a su dinero, y pueden fácilmente cooptar aparatos partidarios para compensar su inexperiencia en el terreno, dejando obsoletos a los políticos liberales obsesionados con la constitucionalidad de las leyes. En su desesperación, los partidos tradicionales fallaron en su misión de gatekeepers y dejaron entrar al sistema a un candidato a sepulturero.
Novick no es un outsider. Es afín al Partido Colorado desde hace mucho, y de hecho nutrió su lista a la Junta Departamental de dirigentes colorados. Pedro Bordaberry (que sabe de estas cosas) hizo notar que Novick había unificado a todos los grupos pachequistas, antes dispersos. No es extraño que los pachequistas, nostálgicos del “gabinete empresarial” de Pacheco Areco, lo apoyaran. Pero pensar que en 2015 el pachequismo por si solo es capaz de obtener la quinta parte de los votos en Montevideo sería exagerado. Novick votó bien por su condición de independiente, y si decide integrarse a filas coloradas tendrá que pensar una manera que le permita mantener esta característica.
Italia, Argentina, Estados Unidos y otros países están acostumbrados hace mucho al éxito de los millonarios convertidos en políticos. Muchos analistas, enamorados de nuestra partidocracia, pensaban que un fenómeno así era imposible en Uruguay.
Esto no es sólo un problema para la derecha. Los políticos millonarios pueden montar maquinarias políticas y mediáticas extremadamente poderosas, que no son derrotables con las mismas herramientas con las que se derrota a un político liberal común. La carrera armamentística de la recaudación partidaria se radicalizaría, más aun teniendo en cuenta las pésimas regulaciones con las que cuenta Uruguay en materia de financiamiento de los partidos políticos.
Además, el Frente Amplio no es inocente en todo esto. El consumismo y la falta de planificación urbana de esta década paren grandes superficies comerciales como el Nuevocentro. Los discursos eficientistas y empresistas abundan en el ala centrista del FA, mientras en el ala izquierda el discurso de Mujica es casi idéntico al de Novick: reivindica a los millonarios surgidos “de abajo” como parte del pueblo y ve a los intelectuales y la burocracia como el enemigo.
Para Uruguay se abre una época en la que los pastores evangélicos llegan al Parlamento, los millonarios pueden ganar elecciones y el neoliberalismo es hegemónico en la cultura a través del consumismo, el individualismo y el emprendedurismo. La izquierda, crecientemente identificada con el Estado (y por lo tanto con el capital) y atomizada en infinitos grupúsculos desideologizados, no tiene margen para festejar mientras ve las barbas de sus vecinos arder.