La ciencia ya se pronunció - Semanario Brecha
Saber: método o investidura

La ciencia ya se pronunció

«Es científico», «está demostrado», «la ciencia se expidió» constituyen vulgarizaciones corrientes que los grandes medios repiten como una letanía. Contribuyen así a la dogmatización contra la que se alzó, precisamente, la ciencia moderna desde sus inicios.

Galileo Galilei. Wikicommons, Wellcome Research Institution, Londres

En lugar de hipótesis se anuncian verdades reveladas, el laboratorio experimental es erigido en altar, la profesión científica en sumo sacerdocio y sus cultores en oráculos inapelables que nos confortan con certidumbres. Galileo se remueve incómodo en su tumba: «Este no es mi legado…». La sacralización de la ciencia erosiona su rasgo más definitorio: la verificación empírica de explicaciones tentativas, siempre susceptibles de revisión. La actual proliferación de textos con pretensiones científicas no siempre aclara y a menudo oscurece. De eso tratan estas líneas.

CRISIS DE SOBREPRODUCCIÓN

En las últimas décadas ha tenido lugar una masificación de publicaciones científicas de tal magnitud que se vuelve cada vez más arduo separar la paja del trigo. Trabajos sólidos yacen bajo toneladas de artículos redundantes y de escasa o nula raigambre científica. Este alud en incesante crecimiento ha propiciado el empleo de un factor de impacto (FI) para ponderar el interés científico de un texto. El FI mide la cantidad de veces que son citados los artículos: cuanta más gente me cita, tanto más «valioso», interesante o prestigioso se verá el mío. Pero inevitablemente se establece un circuito de retroalimentación: cuanto mayor es el número de citas de un artículo, tanto más visible, y cuanto más visible, tantas más posibilidades de que otros lo citen. Las citas generan más citas. Por lo demás, esta contabilidad es equívoca, ya que no distingue entre quienes citan un artículo para apoyar su argumento, para polemizar, para denunciar su carácter falaz, o simplemente para engrosar las referencias bibliográficas sin haberlo siquiera leído.

La ponderación de la cientificidad de un trabajo mediante su FI acarrea otro problema. Los revisores de las grandes revistas de alto impacto –a las que todo investigador aspira– son particularmente exigentes; dada la profusión de artículos sometidos para su publicación, la mayor parte debe ser «filtrada». Resultado: a menudo se rechazan trabajos valiosos que no han llegado siquiera a la etapa de revisión. Véanse, entre tantos otros, estos tres casos impactantes:

1.    Hans Krebs fue el primero en describir el ciclo del ácido cítrico mediante el cual las células obtienen su energía, ciclo que lleva su nombre; la prestigiosa revista Nature rechazó su artículo porque tenía demasiados trabajos pendientes de publicación…1

2.   El Journal of Clinical Investigation rechazó por «dogmático» un artículo de Solomon Berson y Rosalyn Yalow que les valió luego el Premio Nobel por el descubrimiento del radioinmunoensayo, método que permitió, por primera vez, la medición de concentraciones de hormonas que circulan en la sangre en pequeñas proporciones.2

3.   Kary Mullis descubrió la reacción en cadena de la polimerasa (el test PCR), técnica que revolucionó la genética, ya que posibilita el estudio de pequeños fragmentos de ADN; su trabajo fue rechazado por la revista Science sin que se hicieran públicos los argumentos. Poco después recibía el Premio Nobel de Química.3

¿QUIÉN EVALÚA A LOS EVALUADORES?

Desde los setenta, crece de manera incesante la presión por publicar, ya sea para hacer carrera en la Universidad o bien para mejorar en jerarquía y remuneración en la institución científica o académica; los tribunales de concursos de grado cuentan la cantidad de artículos arbitrados de los postulantes y no disponen de tiempo –ni lo reclaman– para leerlos. Esto ha estimulado tanto la investigación de calidad como la publicación irrelevante, el fraude y el plagio bajo mil disfraces. Es una práctica muy corriente que los investigadores rebanen sus informes para generar varios artículos (yo mismo lo hice con avances de mi tesis de doctorado). De este modo, se publican varias veces textos similares, cuando no el mismo con ligeras modificaciones. Esto genera redundancia, estimula la publicación formalmente irreprochable pero sustancialmente nula, produce un flujo de publicaciones que casi nadie lee y desestimula la lectura inteligente y crítica. Publicar se vuelve un fin en sí mismo. Todo ello resiente gravemente la calidad de la investigación científica, desvaloriza la comunicación inflacionaria de resultados y, sobre todo, adormece el espíritu crítico, sin el cual no hay verdadera ciencia.

La revisión por pares es el protocolo usual para homologar la pertinencia científica de los textos y filtrar trabajos pobres o imprecisos. La evaluación de «doble ciego» pretende ofrecer mayores garantías de ecuanimidad, pues evaluadores y evaluados permanecen en el anonimato, aquellos no saben a quiénes evalúan y estos ignoran la identidad de sus evaluadores. Esta modalidad de jurado –cuyo loable cometido es indiscutible– no está exenta de vicios. Muchos revisores encargados de redactar críticas y de aceptar o rechazar un artículo ejercen su poder con honestidad, pero están también los que abusan de su posición. Esto puede ocurrir cuando el autor contradice la opinión del revisor; cuando este no tiene conocimientos suficientes para evaluar el informe, pero no desiste de hacerlo; cuando puede ver perjudicados sus intereses en alguna patente o en su posición en la industria, o cuando el autor anticipa al propio revisor en la publicación de cierta novedad. ¿Y quién revisa a los revisores? En principio, los responsables de edición de la revista. Pero sucede que, por lo general, se tiende a confiar en los evaluadores, dadas las credenciales científicas exhibidas al momento de su selección. Así, y a despecho de sus buenos propósitos, este mecanismo de evaluación conlleva un importante margen de arbitrariedad.

SIEMPRE DON DINERO

Los conflictos de intereses constituyen el obstáculo más serio a la investigación rigurosa y minan la credibilidad de la producción científica.4 Estos conflictos de intereses –básicamente, vínculos con la industria– acarrean innumerables silenciamientos de descubrimientos a menudo decisivos en el campo de las ciencias biomédicas, por ejemplo, para la mejora de la atención sanitaria y aun para la salud y la sobrevida de pacientes.5 Asimismo, el engaño y el fraude deliberados están a la orden del día en la producción científica. Veamos algunos botones de muestra.

En 2015, la megaeditorial Springer debió retirar 64 artículos de diez de sus revistas al descubrir que los informes de sus revisores eran fraudulentos. Ese mismo año, la revista Biomed Central retiró 43 artículos y el año precedente la Journal of Vibration and Control había hecho lo propio con otros 60, luego de detectar la existencia de una red de falsos revisores integrada por autores que evaluaban sus propias publicaciones con nombres ficticios.6 Es sabido que las farmacéuticas pagan a las revistas médicas para que los artículos de su conveniencia puedan descargarse gratis y para imprimir suplementos que distribuyen entre su clientela.7 En la actualidad, estas empresas juegan muy fuerte para boicotear la publicación de investigaciones que no se alinean con el relato oficial de la actual pandemia de covid. Escribe el investigador biomédico Sebastian Rushworth: «Recientemente me enteré de que un excelente estudio sobre las vacunas covid, elaborado en una institución prestigiosa, ha pasado meses tratando de ser publicado en una revista revisada por pares, pero ha sido negado una y otra vez porque sus resultados no se alinean con el dogma oficial. Claramente, las revistas están practicando la censura por motivos políticos. En tales circunstancias, la revisión por pares se convierte en un proceso dañino, cuyo único propósito es determinar la aceptabilidad política de la investigación, no su calidad o utilidad. Se vuelve imposible para el profano, e incluso para los médicos y los científicos, saber cuál es la verdad, porque las verdades incómodas permanecen enterradas o en la etapa de preimpresión, lo que hace que sea muy fácil descartarlas: “Oh, eso es solo una preimpresión, no ha sido revisado por pares”. Ese es el mundo en el que vivimos». 8

En Estados Unidos, dos tercios de los médicos que integran los comités editoriales de las revistas de mayor impacto reciben honorarios de las farmacéuticas por consultorías y otros servicios. La mercantilización de las revistas biomédicas viene siendo denunciada desde hace ya unos cuantos años.9 Numerosos editores honestos que buscaron poner freno a las presiones de la industria o que se mostraron reacios a la publicación paga fueron removidos de sus puestos por los propietarios de las revistas.10

ARS LONGA, VITA BREVIS

Con sus alcances y limitaciones, la práctica científica constituye una actividad humana que, como tal, no es inmune a las propias inclinaciones de quienes la practican, a la atmósfera ideológica reinante, a los prejuicios de época, a las convenciones sociales, a los intereses políticos, a la mezquindad humana y a las ambiciones de poder. Un par de ejemplos históricos ilustrará el punto.

En 1672, en plena eclosión del nuevo espíritu científico, el reciente invento del microscopio confirmaba la hipótesis de la existencia de los espermatozoides. Por entonces, los científicos adherían, sin discusión, a la teoría del homúnculo preformado: dentro de cada espermatozoide debía de encontrarse forzosamente una persona diminuta, pero perfectamente terminada, que luego crecería hasta convertirse en niño. Esta convicción era inquebrantable; los más serios investigadores aseguraban haber visto tales homúnculos (los dibujos de estas «visiones» se reproducen en los tratados de la época). El ojo escrutador del científico procuraba verificar «objetivamente» su convicción; para eso, seleccionaba aquellas imágenes que «revelaban» la presencia del homúnculo y rechazaba por «imprecisas» o «erróneas» las que no condecían con lo que estaba buscando.11 Aun sin voluntad de engaño, tales observaciones sesgadas confirmaban sus prejuicios en lugar de removerlos. En el microscopio, los científicos veían lo que esperaban ver y no veían –o descartaban– las discordancias.

Ignaz Semmelweis (1818-1865), médico obstetra austrohúngaro, demostró en su propia práctica clínica que la limpieza de manos de médicos y estudiantes que asistían a los partos reducía de forma drástica las infecciones durante el puerperio. Estas infecciones constituían la principal causa de mortalidad de las parturientas, que fluctuaba entre un 20 y un 40 por ciento y podía llegar a la mitad de ellas. Las constataciones de Semmelweis –perfectamente verificables– chocaban contra las ideas imperantes en el establishment universitario y fueron rechazadas con violencia. Los demás médicos se sentían responsabilizados por dichas muertes, «simplemente» por no lavarse las manos… En esos mismos años, Pasteur demostraba la existencia de microorganismos patógenos con su teoría germinal de las enfermedades infecciosas. Pero Semmelweis «solo» contaba con evidencias empíricas, sin hipótesis explicativas que las solventaran; no consiguió remover los prejuicios de sus pares, que le hicieron el vacío y se sumaron al escarnio público del que fue objeto. Sus amigos y colegas lo internaron a la fuerza en un asilo psiquiátrico, donde se sospecha que murió a consecuencia de una golpiza.12

La historia de las ciencias está plagada de casos como estos, que pregonan una y otra vez la falacia de una «objetividad» absoluta y atemporal, de una realidad tangible que hable por sí misma. Los resultados de investigación son siempre provisorios y nunca están completamente libres de sesgos. La «verdad científica», decididamente, es un oxímoron.

LA CIENCIA DOMESTICADA

En estos últimos años se ha abierto paso una preocupación creciente por revigorizar el viejo principio del escepticismo metódico, recordar la relativa incertidumbre que comporta todo resultado, minimizar los conflictos de intereses en la investigación científica, erradicar el secreto en los experimentos y garantizar el libre acceso a las bases de datos.

La actual pandemia pudo ser una oportunidad para profundizar este saludable retorno a la duda sistemática, a la contrastación de experiencias e interpretaciones eventualmente disonantes, a la propiedad comunitaria de los hallazgos, todos ellos principios caros a la ciencia moderna.13 Pero sucedió más bien todo lo contrario. Así, por ejemplo, la negativa cerrada del Instituto de Virología de Wuhan a compartir sus cuadernos de laboratorio dio rienda suelta a elucubraciones de todo tipo sobre el origen del virus SARS-CoV-2. En estos 19 meses de pandemia proliferaron falsos expertos que descartaban enfoques basados en la evidencia, ensayos aleatorios y recopilaciones de datos más precisos e imparciales, en nombre de una supuesta lentitud en el contexto de la emergencia declarada; numerosos epidemiólogos y especialistas en políticas de salud fueron descalificados, denigrados y calumniados por personas sin competencia alguna para arbitrar asuntos referidos a la metodología científica; las solicitudes de mayores pruebas sobre las reacciones adversas de las vacunas fueron violentamente rechazadas por «antivacunistas»; las grandes empresas tecnológicas, que han obtenido miles de millones de dólares gracias a la pandemia, desarrollaron poderosas maquinarias de censura de la información en sus plataformas.14

«El cuestionamiento honesto y continuo y la exploración de caminos alternativos son indispensables para la buena ciencia. En la versión autoritaria de la salud pública (en oposición a la participativa), estas actividades se consideran traición y deserción. La narrativa dominante pasó a ser “estamos en guerra”. Cuando se está en guerra, todos deben seguir órdenes. Si a un pelotón se le ordena ir a la derecha y algunos soldados exploran una maniobra hacia la izquierda, son fusilados como desertores. Del mismo modo, había que acabar con el escepticismo científico, sin hacer preguntas.»15

El secretismo amparado por intereses comerciales propicia fraudes de entidad. Uno de los más sonados en el actual contexto de pandemia fue la retractación de un artículo publicado el 22 de mayo de 2020 por la prestigiosa revista The Lancet, que asociaba la hidroxicloroquina con un aumento en el riesgo de muerte del paciente.16 La empresa Surgisphere había suministrado observaciones supuestamente tomadas de 100 mil pacientes con covid-19 distribuidos en 671 hospitales por todo el mundo.17 Investigaciones de The Scientist y The Guardian no lograron identificar ni un solo hospital que hubiera contribuido a tales registros: el fraude cometido por Surgisphere era absoluto. Los autores del artículo admitieron que la empresa solo les había suministrado resúmenes de datos: nunca habían accedido a su totalidad en bruto. El hecho de que los investigadores hayan aceptado sin chistar esta importante irregularidad metodológica denota cuán naturalizada se encuentra esta práctica. En el texto de la retractación, The Lancet hizo público que dos de los tres coautores habían recibido subvenciones y honorarios de Abbott, Astrazeneca, Bayer, Boehringer Ingelheim, Johnson & Johnson, Novartis, Pfizer y Roche, entre otras empresas.

Hoy se toman decisiones higiénico-sanitarias con base en resultados científicos a menudo condicionados por poderosos intereses financieros y adulterados con engaños y ocultamientos. En tiempos de emergencia pandémica, tales decisiones arbitran la salud, la enfermedad, la muerte y las libertades fundamentales.

Así las cosas, los ciudadanos todos deberíamos reclamar la vuelta a los principios que distinguen a las ciencias de otros saberes (religiosos, filosóficos, políticos): no conformarse con la primera interpretación, no aceptar un argumento solo por mayoritario, inclinarse ante la evidencia y no ante la eminencia, buscar comprender perspectivas diferentes a la propia y, finalmente, practicar el escepticismo metódico caro a Copérnico, Kepler, Galileo, Newton y demás pioneros de la ciencia moderna.

*Doctor en Ciencias Sociales.

1. «Nature rejects Krebs’s paper, 1937». The Scientist,marzo de 2010. https://www.thescientist.com/uncategorized/naturerejectskrebsspaper-1937-43452

2. «El radioinmunoensayo y su impacto en la investigación. Tributo a Rosalyn Yallow». Revista Médica del Instituto Mexicano del Seguro Social,setiembre de 2011.. https://www.redalyc.org/pdf/4577/457745504001.pdf

3. «La envidia, también en la ciencia». Diarioabierto.es, setiembre de 2011. https://www.diarioabierto.es/13174/laenvidiatambienenlaciencia

4. Conflicto de intereses en la investigación, la educación y la práctica médicas. Comité del Instituto de Medicina,2009. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/books/NBK22942/

5. «Interacciones entre los médicos y la industria farmacéutica en general y los representantes de ventas en particular y su asociación con las actitudes y los hábitos de prescripción de los médicos: una revisión sistemática». BMJ,setiembre de 2017. https://bmjopen.bmj.com/content/7/9/e016408

6. «La ciencia se está convirtiendo en una cloaca». mpr21,9 de setiembre de 2015. https://mpr21.info/lacienciaseestaconvirtiendoenuna/

7. Antonio Sitges-Serra (2020). Si puede, no vaya al médico.Barcelona: Libros del Zorzal.

8. Sebastian Rushworth. «Una reflexión sobre la manía covid», 23 de setiembre de 2021. https://sebastianrushworth.com/2021/09/23/areflectiononcovidmania/

9. «¿Es pertinente investigar las relaciones entre médicos e industria farmacéutica?». Revista de Calidad Asistencial, abril de 2009. https://www.researchgate.net/publication/248602391_Es_pertinente_investigar_las_relaciones_entre_medicos_e_industria_farmaceutica

«¿Deberían las revistas dejar de publicar investigaciones financiadas por la industria farmacéutica?». BMJ,14 de enero de 2014.

https://www.bmj.com/content/348/bmj.g171.full

«La relación entre la medicina y los proveedores médicos». Revista Médica de Chile,marzo de 2014. https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?pid=S0034-98872014000300011&script=sci_arttex

10. «La sombra del Alien es alargada». El Gerente de Mediado,11 de marzo de 2012. https://gerentedemediado.blogspot.com/2012/03/la-sombra-del-alien-es-alargada.html

«El ganador del Nobel declara el boicot a las principales revistas científicas». The Guardian,9 de diciembre de 2013. https://www.theguardian.com/science/2013/dec/09/nobelwinnerboycottsciencejournals

11. Montserrat Moreno (1993). Cómo se enseña a ser niña: el sexismo en la escuela. Barcelona: Icaria, pág. 12.

12. «La ofensiva de Ignaz Semmelweis contra los miasmas ineluctables y el nihilismo terapéutico». Acta Médica Colombiana,enero-marzo de 2014. http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0120-24482014000100019

13. Robert Merton (1977). La sociología de la ciencia. Investigaciones teóricas y empíricas. Barcelona: Alianza.

14. John Ioannidis. «Cómo la pandemia está cambiando las normas de la ciencia». https://www.tabletmag.com/sections/science/articles/pandemicscience

15. Ioannidis op. cit.

16. «Retracción: hidroxicloroquina o cloroquina con o sin un macrólido para el tratamiento de covid-19: un análisis de registro multinacional». https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(20)31324-6/fulltext

17. Catherine Offord. «El escándalo de la Surgisphere: ¿qué salió mal?». https://www.thescientist.com/features/thesurgispherescandalwhatwentwrong–67955

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