La intervención de un selecto grupo de aliados en Siria e Irak con el propósito de socavar la fuerza del grupo integrista sunita Estado Islámico está tejiendo un desastre en toda la región. Además de Irak y Siria, Turquía se ve ahora arrastrada en el conflicto de una forma tan violenta como imprevista. Dos meses después de que Estados Unidos iniciara los bombardeos contra las bases del Estado Islámico, la eficacia de éstos está en tela de juicio. Nada frenó la expansión territorial del Estado Islámico. El grupo radical logró incluso cercar el enclave kurdo de Kobani, la tercera ciudad kurda de Siria, situada en la frontera con Turquía. Kobani es una suerte de catalizador de las divisiones entre los aliados y un tenaz revelador de la improvisación con que se preparó la intervención. La ciudad bajo control kurdo está sometida al asedio militar del Estado Islámico, sin que la coalición pueda evitar lo que todos los especialistas vaticinan como una tragedia. El emisario especial de la Onu para Siria, Staffan de Mistura, comparó el viernes en Ginebra la situación de Kobani con lo ocurrido en la ciudad de Sbrenica, en la ex Yugoslavia. En 1995, mientras Sbrenica se encontraba supuestamente bajo protección de las Naciones Unidas, los serbios exterminaron a 8 mil musulmanes. El avance militar del EI, la falta de preparación del operativo militar en Irak y Siria, las diferencias insalvables entre las potencias aliadas y los intereses geopolíticos de los países de la zona gestaron uno de los peores desastres militares y humanitarios del siglo.
El problema radica en que Turquía rehúsa intervenir y tampoco quiere abrir las fronteras para que los voluntarios se unan a los kurdos que combaten. La posición de Ankara no sólo aísla a los kurdos de Kobani sino, además, encendió una revuelta interna en Turquía que ya se cobró decenas de muertos. Los kurdos (20 por ciento en una población de 75 millones de personas) manifiestan en varias ciudades del país contra la posición de no intervención de Ankara, pero el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no modifica su línea. El secretario general de la Otan, Jens Stoltenberg, y John Allen, el coordinador de las operaciones de la coalición internacional contra el Estado Islámico en Irak y en Siria, pasaron por la capital turca para presionar al gobierno. Los aliados quieren que Turquía abra el paso a los combatientes y que también despliegue tropas en Kobani. Mevlut Cavusoglu, el jefe de la diplomacia turca, aclaró que no resultaba “realista esperar que Turquía asuma sola una operación en el terreno”. Ankara exige la creación de una zona de seguridad en la frontera, pero Estados Unidos no está de acuerdo. París al principio era reticente y ahora, ante el panorama espantoso, cambió de opinión. En un encuentro que tuvo lugar en la capital francesa entre el ministro francés de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, y el turco Mevlut Cavusoglu, ambos dirigentes abogaron por la creación de “una zona de seguridad”. Fabius admitió que “una tragedia está ocurriendo ante nuestros ojos y nadie puede permanecer indiferente”.
Pero detrás de esa indignación de sala de prensa, la inoperancia es tan absoluta como profundos los desacuerdos. Los turcos pretenden que la coalición vaya mucho más allá del enfoque humanitario: primero, exigen que se diseñe una zona tapón en la frontera para agrupar a los refugiados –más de 300 mil hasta hoy–; luego, que se instaure una verdadera zona de exclusión aérea en Siria y, por añadidura, que se extiendan los operativos al corazón mismo del régimen del presidente sirio Bashar al Asad mediante el apoyo a la atomizada rebelión siria. Este planteo es imposible de satisfacer. Crear una zona de seguridad en la frontera y al mismo tiempo una zona de exclusión aérea significa una declaración de guerra frontal contra Siria. Resultaría también imposible obtener un voto favorable en el Consejo de Seguridad de la Onu para una aventura semejante. Rusia sería de inmediato el principal objetor.
Las consideraciones diplomáticas, los intereses de los estados de la coalición y los de los países vecinos, así como la ineficacia de la ofensiva contra el Estado Islámico, han terminado por desembocar en una hecatombe siniestra. El emisario especial de la Onu para Siria, Staffan de Mistura, ya advirtió que en Kobani “habrá una matanza de civiles”. La caída de Kobani en plena contraofensiva aliada sería una victoria impresionante para las milicias del Estado Islámico. Los yihadistas tendrían bajo su control una porción considerable de la frontera sirio-turca y, por extensión, un territorio gigantesco. El pasado 8 de agosto Estados Unidos inició los bombardeos contra el EI en Irak, y luego, a partir del 22 de setiembre, los extendió a Siria. El fracaso es inobjetable: los bombardeos no tuvieron ningún efecto. El Estado Islámico siguió decapitando rehenes y conquistando ciudades –como Mosul– hasta poner en jaque toda la estrategia de la coalición con la anunciada caída del enclave kurdo de Kobani. El enredo es indescifrable. Occidente lanzó sus bombas sin profundidad estratégica y sin garantizarse antes el respaldo de países tan centrales en la problemática regional como Turquía. Los viejos dogmas están jugando hoy en contra de quienes pretendían erradicar la violencia con la violencia. El corazón de esta fase del conflicto está situado en el antagonismo histórico entre Turquía y el grupo kurdo de orientación marxista-leninista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (Pkk). En 1984 las milicias del Pkk se rebelaron contra Ankara. Desde entonces, Turquía, Estados Unidos y la Unión Europea califican al Pkk como un grupo “terrorista”. Ahora bien, la milicia kurda que defiende Kobani con las armas –las Unidades de Protección Popular– aparece como una rama del Pkk en Siria. De allí la negativa de Turquía a permitir el paso de combatientes cuya acción podría fortalecer a sus rivales del Pkk y hasta crear una zona autónoma kurda en la frontera. El presidente Recep Tayyip Erdogan considera que “el Pkk y el Estado Islámico son lo mismo”. Las internas turcas jugaron así un papel decisivo en el drama que se prepara. Ankara detenta la segunda fuerza terrestre más importante de la Otan, pero no ha disparado un solo cañón. Los muertos caen por decenas de un lado y otro de la frontera en un espejismo de desestabilización generalizada que se aproxima cada vez más a lo real. La responsabilidad de Turquía es tan determinante como la de los analfabetos de Washington y París que se apresuraron a abrir la caja de Pandora de los bombardeos sin una visión pertinente de todos los conflictos subyacentes que se iban a destapar con esa estrategia. En suma, nada nuevo en la geopolítica del mundo: como ya ocurrió en Libia, la única solución que conoce Occidente es la de las bombas. Las arroja en nombre de los derechos humanos, la libertad y la democracia. Después, el tributo de la ceguera lo terminan pagando las poblaciones civiles devastadas por la tragedia.