Hace una semana un grupo de ciudadanos se convocó a través de las redes sociales y realizó una manifestación en Luis Lamas y Julio César con la consigna “Salvemos la casa Martínez”, protestando contra el inicio de las tareas de demolición de la vivienda familiar construida por el arquitecto Óscar Peyrou en ese lugar.
Se trata de una residencia unifamiliar que Peyrou realizó para un vecino en 1955. Si bien la casa donde vivía Peyrou, también de su autoría, fue demolida hace años, la casa Pérez, hoy conocida como “casa Martínez”– por el apellido del segundo propietario–, permaneció en pie los siguientes 60 años. Hace al menos dos años, la firma Atijas colocó un cartel anunciando una nueva edificación en el lugar.
Pasó el tiempo y el lunes 13 de abril las autoridades de la Intendencia constataron que se había comenzado a realizar unas perforaciones en la vereda para el cercado de la propiedad. Tras comprobar que el vallado no contaba con autorización municipal, puesto que tampoco se había solicitado al Centro Comunal un permiso de demolición, la comuna mandó parar las obras, según relató a Brecha el director de la Unidad de Patrimonio de la Intendencia de Montevideo (IM), Ernesto Spósito. Agregó que el permiso de construcción que habían obtenido los inversores para la nueva obra había caducado, por lo que, de acuerdo a la normativa, la demolición no es legalmente posible.
Si bien los pozos hechos para el vallado fueron rellenados y la vereda restaurada, una semana después las redes sociales volvieron a arder. Ayer en Facebook el artista visual y curador Alfredo Ghierra –quien había convocado a la movilización el viernes pasado– mostraba una nueva foto de la casa Martínez, en la que junto al cartel promocional de Atijas aparece otro de la firma Oddone Zunino, especializada en demoliciones.
Construida en dos niveles, la casa destaca por su original resolución, con techos que se continúan más allá de los muros, formando balcones o terrazas semicubiertas, y grandes ventanales que sustituyen a los muros potenciando la iluminación y ventilación así como la comunicación entre el adentro y el afuera. Estos elementos rompen con la tradicional imagen de la casa como caja, y de las ventanas como agujeritos en la caja, como le gustaba decir al estadounidense Frank Lloyd Wright. Además del atento cuidado a elementos funcionales como la ventilación, la iluminación y la espacialidad, la casa tiene una resolución plástica, en su doble fachada, muy original, con una cuidada policromía y diversidad de materiales (vidrio, piedra, hormigón, hierro, cerámica), que la hacen por demás interesante.
PRESIONAR PARA DECLARAR. Más allá de que la demolición fue frenada la semana pasada, si hoy los propietarios de la casa reinician los trámites para obtener los permisos de construcción y de demolición, pueden hacerlo, porque el inmueble no cuenta con protección patrimonial.
Precisamente una de las consignas de la convocatoria de Ghierra apuntaba a pedir “la firma de Ana”, apuntando a la responsabilidad de las autoridades de la IM. Entonces se reclamó que la intendenta Ana Olivera diera los pasos necesarios para declarar a la casa bien de interés departamental.
Brecha pudo saber que existe un proyecto de decreto elaborado por la IM para proteger un conjunto de edificios, y que una de las obras que incluye el listado es la casa construida por Peyrou.
Consultado al respecto, Spósito dijo no poder informar sobre los detalles de ese proyecto de resolución, ni confirmar si la casa referida lo integra.
Sin embargo, varios especialistas en patrimonio consultados dijeron que efectivamente la casa Martínez fue incluida en ese listado que armó la IM, y que la incorporación se debió a que en octubre pasado el Comité Académico de Patrimonio de la Facultad de Arquitectura pidió a las autoridades de la comuna que protegieran ese bien. De hecho, la semana pasada varios medios de comunicación informaron sobre esto, y publicaron las cartas enviadas por la facultad a los jerarcas departamentales.
Por otra parte, fuentes de la Junta Departamental confirmaron a este semanario que el proyecto en cuestión, que protegería con la figura de bien de interés departamental un total de 106 padrones, ingresó al recinto parlamentario ayer jueves.
ENTENDER LOS PROCESOS. Por su parte, Spósito dijo a Brecha que coincide en que la casa Martínez merece ser protegida, dado su valor arquitectónico como exponente de la arquitectura moderna, y cargó las tintas contra quienes presionan a la Intendencia como si fuera la gran responsable de que ese bien esté en riesgo de demolición.
El jerarca afirmó que la preo-cupación de la Unidad de Patrimonio de la IM sobre la suerte de la casa Martínez no se debe a la gestión de la Facultad de Arquitectura sino que mucho antes el arquitecto Rafael Alanis le trasladó su preocupación por la posible demolición del inmueble (algo que se anunciaba desde hacía al menos dos años en el cartel de Atijas). Y agregó que la casa construida por Peyrou no figuraba en el listado de bienes a proteger que la Facultad de Arquitectura entregó el año pasado a la IM y a la Comisión Nacional de Patrimonio.
Fue más allá y explicó que la historiografía no ha reparado hasta ahora en el valor de la obra arquitectónica del autor de esa vivienda: “Peyrou no es un arquitecto que haya sido estudiado por la historiografía nacional. De hecho yo no conozco una sola línea escrita sobre él. Creo que hay una mención –si no recuerdo mal– en un libro de Leopoldo Artucio que refiere a la sede de Bohemios”.
En efecto, Peyrou fue el autor en los años cuarenta de la sede del Club Atlético Bohemios, sobre la calle Gabriel Pereyra (además de ser el diseñador del logo del club), así como de otras obras que se alejan de la lógica de la modernidad, como la Caja de Auxilio del Sindicato de Vendedores de Diarios, en la Ciudad Vieja, edificio que cuenta con una gran cornisa historicista.
Según el jerarca departamental, “esta situación en torno a la valoración de la obra de Peyrou nos lleva a la reflexión de que el patrimonio es un concepto vivo, variable. Y esto no siempre se entiende. Gran parte de la gente piensa, incluso los especialistas en el tema, que hay una suerte de catálogo o manual que dice qué cosas deben ser valoradas y cuáles no, y que eso es así y punto. Durante mucho tiempo el patrimonio se manejó así tanto en lo nacional como en lo internacional. Como que unos señores a nivel nacional y departamental, que eran los que sabían de patrimonio, nos decían al resto qué debía ser valorado. Si bien existe una conceptualización y un saber experto, creo que el patrimonio ha demostrado ser algo diverso y cambiante”.
Agregó que en el caso particular de la arquitectura moderna, la propia academia ha repudiado otras lecturas o versiones de la modernidad que no se ajustan a la ortodoxia: “El art décò, por ejemplo, fue un estilo denostado por buena parte de la academia durante décadas. Se entendía que era una arquitectura comercial, decorativa. Una especie de estilo bastardo. Cuando se hace el primer inventario patrimonial en 1983 en Ciudad Vieja, obra de Arana, Cravotto y Odriozola, el edificio Piria, construido en los años treinta en la calle Treinta y Tres, fue catalogado con grado de protección cero (la escala va de cero a cuatro), lo que equivale a ‘sustitución deseable’. Sus pecados capitales eran que era art décò, y que tenía el doble de altura que sus linderos (en ese momento se valoraba una morfología homogénea de la ciudad y evitar las medianeras expuestas). Hoy el edificio Piria tiene grado de protección tres (…). Esa ‘sustitución deseable’ no la estableció cualquier persona que no valora el patrimonio. Lo decían tres especialistas en la materia. El tema es que ese era el espíritu de la época, lo que entonces se entendía y valoraba. ¿Qué pasó entre 1983 y 2000, en el segundo inventario de la Ciudad Vieja, cuando sí se valoró el edificio? Pasó que la academia investigó. Irónicamente fue el Instituto de Historia de la Arquitectura, bajo la dirección de Arana, el que hizo la primera gran investigación sobre art décò que pone en valor esa arquitectura en los noventa”.
Según Spósito el ejemplo sirve para reflexionar respecto a lo que está pasando con la casa Martínez: entender que hay una “evolución del pensamiento” y “varias miradas que intervienen, además del saber experto –que a su vez va mutando con el tiempo– en el momento de poner en valor un bien (…). Me parece que uno de los problemas que tenemos en este momento es que no se entiende que las cosas llevan un proceso formal, legal, y también uno conceptual, de generación de conocimiento”.
En una línea de pensamiento similar, el arquitecto Rafael Alanis comentaba en el Facebook de Ghierra que la casa Martínez no es el único caso de un bien de merecido valor patrimonial que está en peligro y cuya protección está pendiente, y que en el caso de esa vivienda –más allá de que se sabe desde hace al menos dos años que está en peligro–, recién en octubre pasado se la empezó a reivindicar (en referencia a la gestión de la Facultad de Arquitectura para que fuera incorporada a la lista de bienes a proteger). En ese sentido, Alanis sostiene que “el patrimonio moderno es un concepto relativamente nuevo, sobre el cual habrá que seguir construyendo desde cada uno de los lugares que corresponda”, por lo que habría que “indignarse menos y hacer más”.
¿MODERNO PARA PERDURAR? Las dificultades que tiene la sociedad uruguaya en su conjunto para valorar la arquitectura moderna no es algo nuevo. El año pasado, cuando la demolición de la fábrica de Assimakos, obra de Jorge Caprario, otro arquitecto poco reivindicado por la historiografía, llamó la atención que la reacción no partió de la academia, sino de los propios vecinos de Montevideo. Las redes sociales fueron las protagonistas, mientras la Facultad de Arquitectura hacía su autocrítica y la Intendencia se atajaba afirmando que la obra no había sido valorada ni siquiera por los investigadores.
Parece que en estos casos muchos se dedican a repartir responsabilidades, pero otros (y por suerte también los mismos), tratan de explicar y contextualizar reflejos demorados.
En el caso de la arquitectura, y de la moderna en particular, lo que los propios historiadores han señalado es que se trata de un estilo que no se ha ganado una valoración patrimonial en la sociedad uruguaya. Y eso pasa porque en general se suele asociar lo patrimonial al pasado remoto. Y en lo referente a la arquitectura, la valoración se reserva para el caso de los edificios históricos y/o historicistas.
Asimismo, se señala que cuando se valora la arquitectura como arte, la edilicia moderna también pierde, porque defiende una estética basada en el rechazo a la ornamentación, lo que hace que el valor estético sea más difícil de entender.
Precisamente, la obra de Caprario demolida es un excelente ejemplo de una pieza de arquitectura moderna reivindicada por los ciudadanos, que habían incorporado como parte del patrimonio de la ciudad ese cuerpo volumétrico rematado en cúpula con una fachada trabajada con un diseño elaborado a partir de un calado tan característico en la obra del autor. Y justamente esa característica de Caprario, ese calado que imprimía en sus fachadas, era el aspecto que más se le criticó desde gran parte de la academia. Aunque eso también ha ido cambiando.1
La actual directora del Instituto de Historia de la Arquitectura, Laura Alemán, explica esta dificultad de valorización patrimonial de la arquitectura moderna en un artículo donde, tras recordar varios casos de demoliciones o intervenciones (y cita la “restauración” del Solana del Mar, de Bonet, o la destrucción de las casas gemelas de Fresnedo Siri), trata de explicar las razones de las pérdidas (véase recuadro).
Un caso que Alemán nombra al pasar es la intervención no concretada sobre la casa de Luis Crespi (Julio María Sosa, frente al Golf). Se trata de un caso interesante, porque en 2013 enfrentó a la Facultad de Arquitectura y a la Intendencia (las páginas de Brecha fueron testigos2). Brevemente: la IM habilitó una altura especial para la construcción de un edificio de apartamentos sobre la casa catalogada como bien de interés departamental. Las autoridades consideraron el proyecto una operación de rescate patrimonial porque el nuevo edificio mantenía las líneas arquitectónicas de la vivienda, algo que el Instituto de Historia de la Arquitectura rechazaba.
Hoy, preguntado sobre el proyecto, Spósito afirmó que no comparte los argumentos que lo justificaban, y dijo no coincidir con la posición que entonces defendió el anterior director de la Unidad de Patrimonio de la IM. Lo que complejiza la lógica de los “procesos” que el jerarca pide considerar.
Quizás estos casos permitan pensar que, además de los tiempos, procesos y “espíritus de época”, existe cierta esquizofrenia en el accionar oficial (quizás también presente en el conjunto de la sociedad, y ni que hablar en el cuerpo de arquitectos), considerando que el Estado uruguayo está pidiendo hoy a la Unesco que estudie la posibilidad de declarar patrimonio de la humanidad a la arquitectura moderna construida en el país entre 1920 y 1960.
1. Por ejemplo en su tesis de doctorado, “Arquitectura moderna en Montevideo (1920-1960)”, William Rey destina un capítulo a la obra de Caprario en el que reivindica el edificio El Indio, en Punta Carretas.
2. |Véase “Protección del patrimonio arquitectónico moderno. Faltan debates y consensos”, en Brecha, 13-I-13.
Patrimonio y arquitectura moderna
En “Tan frágil. Muerte y vida de lo incomprendido”,1 Laura Alemán reflexiona sobre las determinantes del valor patrimonial de un bien, y por qué le ha costado tanto a la arquitectura moderna ser considerada dentro de esa “selección del repertorio valioso”.
Primero maneja el contrapunto que opone arte con arquitectura: el primero, “consagrado en su autonomía, es un dominio libre, lúdico, no narrativo (…) no tiene compromisos morales ni conceptuales con el mundo (…). No sabe de errores ni de aciertos, no puede ser postulado verdadero ni falso (…) es siempre fiel a sí mismo”. Por esto mismo “el arte se sustrae a la demanda exterior: crea una realidad soberana, propone otras reglas, ignora el rumor del mundo. Y por eso perdura, porque no está expuesto a presiones ajenas (…). Vale sólo en tanto permanece intacto, impoluto”.
Con la arquitectura pasa lo contrario, ya que ella “es fiel servidora del mundo, (es) su envase, su abrigo. Se debe a lo otro, nace de un pedido externo. Debe ser bella pero útil: tiene una función clara y primigenia. Está presa de lo que no es, es cautiva de su propio afuera”.
Según la autora, esta esencia es la que condiciona el valor patrimonial de la arquitectura. Porque la afecta en su capacidad de durar: “En el dominio edilicio, la vocación de durar a menudo contradice el dictado del mundo, y en especial, el mandato de la razón económica o estratégica (…) la arquitectura se debate entonces entre la persistencia y el cambio (…) queda presa de una infeliz paradoja por la que su duración supone una gran pérdida (…). Al contrario de lo que ocurre en el arte, está sometida a presiones externas que son también suyas (…) debe aceptar la mudanza, amoldarse al tiempo y sus requisitos. Y esto implica en ocasiones su propia condena”.
Cuando se trata de arquitectura moderna la cuestión se vuelve aun más compleja, ya que según sostiene la autora, lo moderno “es víctima de un sentido común que lo margina”: “Por obra de una naturalizada miopía, la arquitectura moderna se confina al destierro, se invisibiliza. Tiene escaso arraigo cultural, es víctima de la incomprensión masiva: no se mira, no se entiende, no se escucha”.
A nivel estético, “la abstracción se vive como carencia y habilita el juego económico más burdo”.
Alemán dice que ese destierro no se debe sólo al gusto masivo sino también a una tradición académica que prioriza el espesor histórico como criterio valorativo: “La selección del repertorio patrimonial suele ampararse en la longevidad como factor exclusivo. Esto es palmario en el ámbito de la arquitectura, cuya evaluación se funda casi siempre en la edad y el valor testimonial de los edificios, lo que deja a las obras recientes fuera del universo protegido. (…) La arquitectura moderna carga entonces con un doble peso: asume los dilemas propios de la protección y registra el efecto de una cultura que no aprecia lo moderno como dominio digno de ser protegido”.
1. En Vitruvia. Revista del Iha/Farq/Udelar. Número 1. Octubre de 2014.
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