Dirigida por Enrique Buchichio –su segundo largometraje, después de El cuarto de Leo– esta película1 es una de las pocas en nuestra ascendente filmografía que, en el terreno de la ficción, se ocupa de asuntos inspirados en la realidad nacional, y dentro de ella, en aspectos relacionados con la dictadura. Entre los escasos antecedentes cabe citar a Estrella del sur (Luis Nieto, 2002), Matar a todos (Esteban Schroeder, 2007), Polvo nuestro que estás en los cielos (Beatriz Flores Silva, 2008). Pero Zanahoria viene mucho más acá, y si se quiere, la dictadura opera sobre la película como una sombra, una presencia lejana que extiende sus tentáculos –engañosos, se verá– sobre un Uruguay muy, muy cercano, y pese a lo tenebroso de su carácter, puede incluso llegar a lo ridículo y lo patético.
El asunto sucedió realmente, y lo que hace Buchichio es alterar mínimamente los datos que lo alimentaron, a efectos de redondear una ficción. En 2004, algunos periodistas dedicados a la investigación sobre violaciones a los derechos humanos en la dictadura –téngase en cuenta que regía la ley de caducidad, y sin la menor intención de contemplar lo que contenía su artículo 4– fueron contactados por alguien que decía ser ex militar y estar en posesión de documentos y otras cosas probatorias de cómo se sucedieron aquellos asesinatos, torturas y secuestros. Dan fe del hecho dos periodistas de Brecha, que también fueron requeridos por el supuesto entregador. Buchichio elige a dos periodista reales, Alfredo García, director del semanario Voces, y Jorge Lauro, de su equipo, que encarnados respectivamente por Abel Tripaldi y Martín Rodríguez son contactados por el supuesto disidente militar, interpretado por César Troncoso. En la película, García no es el director del semanario sino un periodista de política, y se introduce la figura de un director (Néstor Guzzini), que según los protagonistas viene a jugar en la ficción el papel que le cupo en los hechos reales al columnista Hoenir Sarthou. Es una historia de idas y de vueltas, de promesas y de retaceos, y de pedidos de dinero más bien modestos para fotocopias, videos, dvd, etcétera, que por fin nunca llegarán a manos de los periodistas. Y como todo buen filme de ficción, esos contactos y movimientos no son mecánicos; a partir de cierto momento, el más joven, Jorge, comienza a involucrarse de alguna manera con el hombre de los datos, a creerle, quizá, cuando el mayor ya muestra fastidio y reticencia por la sucesión de despistes. Una mínima escena, en que Jorge –cuya esposa espera un bebé– ve al sujeto haciendo dormir a un niño pequeño en la puerta de su casa, marca sutilmente el cambio entre encontrarse con un extraño y sospechoso delator a encontrarse con un –extraño y sospechoso igual– ser humano.
Uno de los méritos –lateral probablemente, pero no por eso menos efectivo– del filme de Buchichio es regresar al espectador a la atmósfera de octubre de 2004. El Frente Amplio estaba en puertas de ganar las elecciones, pero todavía no había seguridad de esa victoria. Imágenes de archivo, noticieros de televisión, programas periodísticos, vuelven a recrear ese “antes”, que por la celeridad de los cambios parece hoy –engañosamente– tan lejano. En ese ambiente de expectativas, la figura del entregador instala una nota ominosa, más allá de los alcances reales (nulos) que llegará a aportar: es como una sombra de la dictadura, el personaje que parece poder hacer presentes sus males, el que, dado el tenor de lo que dice, sugiere que todavía suceden cosas, y cosas malas, en las sombras. Y acá hay que destacar el papel fundamental que juega César Troncoso en el nervio y el suspenso de la película. Troncoso compone un personaje oscuro, que bordea permanentemente lo siniestro y lo chanta. Habla demasiado, resulta a la vez amenazante y absurdo, incluso por momentos patético, siempre sospechoso. Compone el papel de alguien que a su vez está, todo el tiempo, componiendo un papel: los protagonistas dudan, no le creen pero…., a los espectadores les pasa lo mismo. La película no sería la misma sin esta presencia fundamental, frente a la cual parecen muy mínimos algunos reparos –como la presencia de las esposas o ex esposas, bien de acuerdo a las convenciones del género
El desenlace seguramente no tenga nada que ver con la realidad, pero resulta adecuado en términos de ficción, y deja una interrogante abierta que la gran patraña a la que acabamos de asistir no parecía contener. Aparte de una formidable publicidad para el semanario Voces, Zanahoria es un thriller político convincente, que además de la historia de una estafa menor –la historia en sí– pone en la pantalla el tema de la estafa mayor, las revelaciones que nunca llegaron y que se siguen esperando.
1. Uruguay/ Argentina 2014