La familia que acomete molinos al paso - Semanario Brecha

La familia que acomete molinos al paso

Unay y Mitaí son dos niños uruguayos que salen a jugar a Latinoamérica. Acompañan a sus padres, Catherina Romanelli1 y Guillermo Urrutia, en un viaje continental en casa rodante que comenzó en México hace cuatro años, e inspiró los libros “El Carakol” y “La Historia de América según Unay”, disponibles, familia incluida, en la Feria Ideas+.

¿Cuál fue el punto de partida de esta experiencia?

—En 1999 yo era editor de audiovisuales, ganaba muy bien para la edad que tenía, no me faltaba el reconocimiento, y el futuro pintaba óptimo. Pero me pregunté si no habría cosas mejores, para mí, fuera de esa inercia.

¿Qué edad tenías?

—Veintidós años. La inquietud se mezcló con el deseo bastante generalizado de conocer Latinoamérica profunda curtiéndola como andante, no como turista. Decidí lanzarme, y desde entonces pasaron 15 años en los que me descubrí fotógrafo y la duda fue despejada: había mucho más para mí fuera de una vida programada.

¿Arrancaron juntos, con Catherina?

—Estamos juntos desde la adolescencia, yo fui a México primero y a los tres meses, marzo del 99, cayó ella. Eran épocas pre Torres Gemelas, podías vender a mitad de precio tu pasaje de regreso a la misma compañía área que te lo había expedido; eso hicimos, vendimos los dos regresos y con lo que nos pagaron, más algunos ahorros, vivimos dos meses. Después empezamos a vender artesanías que nos enseñó a confeccionar una gente que andaba como nosotros, y así, despacio, haciendo dedo y quedándonos en pueblos chicos, alejados de los centros turísticos, fuimos con Catherina bajando por Sudamérica hasta Uruguay, en un primer viaje donde ella nació como artista plástica.

Los hijos en qué contexto llegaron.

—Nunca dejamos de movernos, porque nos dimos cuenta de que es la forma de vivir que nos nutre como creadores. Unay tiene 4 años, nació en Montevideo, en un hospital público, en condiciones de maltrato obstétrico. Tanto que a Mitaí decidimos tenerlo en nuestra casa de La Paloma, hace año y medio. Y la presión social no tardó en aparecer, preñada de malicia: “Ahora, con hijos, se les terminaron los viajecitos, ¿no?”. Consideramos que lo mejor que podíamos darle a nuestros hijos era la coherencia de no frustrar nuestras aspiraciones porque habían nacido ellos, y con ellos volvimos a la ruta. Pero esta vez con El Carakol, la casa rodante que compramos por 1.000 dólares en México.

Usadísima.

—Del 90, ponele, pero en buen estado, con baño, cocina y demás, por esa plata acá no comprás ni una moto.

Y volvieron a las artesanías.

—Ya no, hace más de una década que vivimos de la venta ambulante, y por Internet –a pesar de que no somos adictos a las redes–, de lo que producimos: fotos, acuarelas y diseños de Catherina, y ahora los libros. Y proyectamos cine gratis.

¿Qué ofrecen los libros al lector?

—El Carakol, 200 fotografías, 15 obras de Catherina y 12 relatos cortos; La Historia de América según Unay, una fábula sobre ese tema que nuestro hijo creó.

¿Cómo lo hizo?

—Íbamos subiendo los Andes venezolanos, jornada larga porque la casa es lenta y los Andes altos. Unay iba contemplando el paisaje. De pronto dijo la palabra América y enseguida se largó a hablar de ratoncitos, gatos, caballos. Anotamos con Catherina todo lo que decía y nos dimos cuenta de que encajaba perfectamente con la historia latinoamericana. Este libro, que incluye rayones de Unay cuando era más chico, salió hace pocos días, acá.

Describí en dos palabras a Mitaí.

—Impetuoso, por un lado, porque fue concebido en medio del huracán Erik, y todo ternura, por otro.

¿Qué importancia dan, como padres, a la educación formal?

—Cuando llegamos a La Paloma, en noviembre, fuimos a un jardín público a inscribir a Unay y la directora nos propinó tantos peros que terminé diciéndole que la educación en Uruguay a partir de los 4 años es obligatoria, y que su deber era darme la bienvenida al sistema, no negármelo. Terminamos optando por una escuelita privada que respeta la idiosincrasia de nuestro hijo. La socialización no nos preocupa, viven en contacto, hasta excesivo, con la gente; cuando tu hogar es una casa rodante tu espacio de juego siempre es el afuera.

¿Planes para mañana?

—Cuando compramos El Carakol el chiste familiar era: “Ahora, a conocer el mundo”. Dejó de ser un chiste, en parte porque ni bien entramos a Uruguay, por Paysandú, cesaron abruptamente los buenos augurios y la solidaridad que veníamos recibiendo en el camino. Al punto que cuando veníamos por la ruta 3 pensaba por cuál ruta nos iríamos, pero cuando llegamos a La Paloma convinimos en que todavía no estamos preparados para partir enseguida, sobre todo porque queremos cruzar el Atlántico en un carguero, hacia Europa.

¿La casa de La Paloma es de ustedes?

—Sí, es un rancho que construimos con los árboles de alrededor. n

1. www.catherinaromanelli.com, 094780114 (Guillermo).

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