El odio de los sacerdotes de todas las religiones siempre se ensaña contra la sensualidad de los jóvenes, contra la posibilidad de dar y recibir, compartir y participar, del placer de estar juntos, con sus diferencias y singularidades. El cosmopolitismo, la mezcla, el mestizaje, la rebeldía, la irreverencia, la fiesta son para el fanático y sus proselitistas, figuras que identifican con Satán. El martirio, la lapidación, la tortura en todas sus formas, el suplicio en sus extremos, que a veces tornan contra sí mismos y que están siempre dispuestos a proporcionar al otro hasta destruirlo, son la exacerbada manifestación de la crueldad, de la que solo es capaz la humanidad. Desde Nietzsche sabemos que la crueldad, activa en el corazón de todas las religiones, procura un intenso y voluptuoso sentimiento de poder.
La reivindicación de los atentados del Estado Islámico es a la vez religiosa (está encabezada por un versículo o “zura” del Corán) y claramente política : es una respuesta a las acciones armadas de países que, como Francia, están atacando al grupo terrorista, principalmente radicado en Siria.
El mensaje y el sentido de la acción terrorista del viernes 13 también parece claro: fomentar el odio racial, la guerra “religiosa”, provocar reacciones descontroladas de las naciones occidentales, desafiar a Francia para hacer retroceder lo más posible un estado derecho, hacerla vacilar, crear las condiciones de un verdadero caldo de cultivo de una guerra intestina que podría transformarse en guerra civil.
¿Quiénes son los terroristas? Poco a poco se los ha identificado: son jóvenes franceses o belgas, algunos residentes en Bruselas, varios viajaron a Siria y se entrenaron en los grupos del EI (Estado islámico). Algunos tienen antecedentes de delincuencia. Uno de ellos, Samy Aminour, había obtenido el bachillerato francés, trabajó un tiempo como chofer en los autobuses de la región parisina. Un joven declaró en un reportaje que su hermano terrorista había sido un adolescente normal, “encantador”, que no planteaba problemas ni a su familia ni a sus amigos, hasta que hace un tiempo se alejó de los medios que frecuentaba habitualmente, desapareció, y se “radicalizó”.
“RADICALIZACIÓN”. Se tiende a llamar “radicalización” al proceso de influencia que se ejerce sobre jóvenes franceses, oriundos de familias inmigrantes musulmanas, pero también de familias cristianas “convertidos”, para transformarlos en “yihadistas”, combatientes dispuestos a participar de la guerra en Siria o de cometer atentados suicidas. Lo que se llama radicalización es un proceso que utiliza una prédica superficial pero repetitiva, sin verdaderos valores, en torno a consignas tajantes, vociferadas hasta el cansancio, que proclaman la guerra y la muerte como sola salida al estado de frustración de las grandes masas árabes que siguen aún hoy viviendo o sobreviviendo en la tiniebla donde se confunde religión, política y miseria. En realidad, radicalización significa ir a la raíz, a lo profundo de un pensamiento, de una creencia o de una experiencia. Los yihadistas se parecen más a desarraigados, que se han desprendido de un conjunto comunitario en el que muchos de ellos crecieron, y que han sido “capturados”, captados hipnóticamente, por la superficie atractiva y fascinante de las imágenes de la “guerra santa”.
Creo que el neologismo “fanatización” religiosa e ideológica, sería una denominación más apropiada para describir ese extraño fenómeno. No es un hecho nuevo. Por el contrario, es un procedimiento utilizado por los inquisidores de muchos grupos religiosos, sectas, líderes de rebaños de seguidores que obedecen, que adhieren a creencias a veces esotéricas, irracionales, destructivas. Los predicadores islamistas descubren lo que es tan difícil de admitir: existe en el ser humano un deseo de sumisión que es muchas veces más poderoso que el deseo de ser libre. El “yihadismo”, como movimiento que se inspira en la noción coránica, muy discutida, de “yihad”, a la vez “guerra santa” pero también esfuerzo o voluntad religiosa de superación o de elevación interior, se presenta a los jóvenes desorientados, como una “salida”, como una “respuesta” a lo que experimentan como una profunda desorientación y frustración existenciales. Intensifican en ellos el deseo oscuro y poderoso de someterse a un líder, a un jefe. Se trata de jóvenes habitualmente sin empleo, habitantes de guetos de los arrabales de grandes ciudades, acostumbrados a ser víctimas del racismo y de la violencia policial. Provienen frecuentemente de familias que sufrieron la colonización de las grandes naciones europeas, Francia, Inglaterra, Holanda, Italia. Llevan en ellos las trazas del pasado de la gran exclusión colonial, que condujo a muchos pueblos africanos y asiáticos a la miseria y a la explotación milenaria. Solo algunos pudieron zafar por breve tiempo de la mano de hierro de la “civilización occidental”, imperialista y capitalista, que explotó, y lo sigue haciendo, las riquezas naturales de continentes enteros. Los imperios coloniales impidieron, mediante la guerra y la diplomacia, que pudieran liberarse, emanciparse. La gran mayoría de las naciones árabes contemporáneas siguen siendo tiranías de clanes a veces centenarios. Son sociedades tribales, gobernadas por dictaduras crueles que aplican la “sharia” (ley) coránica más primitiva y salvaje. Se caracterizan por dos hechos mayores: la extrema desconsideración de la mujer, despreciada, concebida como inferior al hombre, y la fusión inextricable entre religión y política. Adonis, nacido en Siria, quizá la voz poética más importante del mundo árabe contemporáneo, lo expresa así: “Ningún régimen árabe es democrático, en nuestra historia no conocemos la democracia. No hay derechos humanos, las mujeres se encuentran encarceladas dentro de la ley orgánica de la sharia”1. Reconoce que solo en Túnez se han realizado algunos progresos.
El Estado Islámico convence a muchos jóvenes musulmanes perdidos o desorientados, humillados, a participar en un gran movimiento de reivindicación religiosa y social, muy someramente explicado.
Intentan “encausar” el odio que surge de las heridas “identitarias” de miles de jóvenes, que no ven perspectivas de construir el futuro, y que se sienten condenados a resignarse a la triste vida gris de los arrabales de grandes capitales europeas. Se llaman entre ellos “hermanos”, y son atraídos por el poder de grupos armados que combaten actualmente en Siria. Se limitan a una prédica que no intenta ir a la raíz de nada (nunca condenan a las dictaduras árabes, nunca reclaman igualdad cívica para las mujeres árabes). Se satisface con la repetición machacante de consignas simples, que exalta infatigable los impulsos más salvajes (“¡matarás!”) entremezcladas con la cacofonía de las letanías religiosas (la reivindicación de los atentados del viernes 13 comenzaba con el versículo que repite : “En nombre de Alá, Todo Misericordia, el Muy Misericordioso…”). Los predicadores proselitistas o los mensajes de internet intentan hipnotizar al joven musulmán. Le ofrecen un “ideal del yo” caricatural, imaginario, que le hace salir de una penosa soledad para integrarse a un grupo de iguales. Le confieren un poder de destrucción que transforma su desazón en megalomanía, y de débil y excluido puede pasar a sentirse poderoso y excluyente. Utilizan el consabido núcleo de la ilusión religiosa: la recompensa en el más allá paradisíaco, lo que alienta el suicidarse, destruyéndose y creyéndose inmortal2.
El EI es desde hace algunos años el grupo que lidera las acciones bélicas de extrema violencia, desarrolladas en Irak y en Siria. Se propaga, como aconteció en las últimas semanas, con atentados suicidas en Líbano, Egipto, Turquía, Francia. El terror desplegado y exhibido (degollamientos, lapidaciones, escenas de guerra salvajes, raptos y subastas de jóvenes mujeres enjauladas) es utilizado para atraer a los jóvenes, incitarlos al crimen, a la adhesión a la muerte y la destrucción de los que señalan como culpables de las miserias de los pueblos musulmanes. El proselitismo islámico parece así reencontrar el oscuro y fascinante poder de la muerte utilizado por los nazis. Resuena, una vez más, el paradójico “¡Viva la muerte!” del fascismo español.
Conviene no olvidar que estos grupos terroristas florecientes, repletos de dólares y de armas, que comercian con petróleo y restos de obras de arte milenarias saqueadas hasta la destrucción, son uno de los resultados de la “gran cruzada” organizada por el imperio estadounidense después de los atentados a Nueva York del 11 de setiembre de 2001. Arrasaron con Irak, intentaron destruir los terroristas de Afganistán. Debe constatarse que no lo han logrado. El ejército francés, hoy bajo el mando del presidente Hollande, ayer siguiendo al presidente Sarkozy, parece empecinarse en el mismo sendero guerrero, con las mismas nefastas perspectivas de fracaso, con muchísimo menor potencial de guerra. Por ahora los únicos logros de esta acentuación bélica de la política extranjera francesa parecen reducirse a la venta inusitada y fructífera de los aviones Rafale a las tiranías de Arabia Saudita y de Egipto. No se beneficia de este belicismo exacerbado el pueblo francés (ya son muchas las víctimas civiles y militares y las de los inevitables “daños colaterales”) sino las empresas industriales de armamento.
Esta acción combativa internacional se entronca y entrelaza con oposiciones y conflictos milenarios del mundo árabe, la guerra religiosa entre sunnitas y chiitas. También, y sobretodo, se articula y estructura de manera compleja e inextricable con conflictos geopolíticos, dirigidos y accionados por las grandes potencias occidentales, en torno a los pozos petroleros y los nacionalismos regionales.
Muchos comentaristas lo han señalado: el peligro que acecha a las democracias occidentales es el de “aterrorizarse”, volverse tiránicas y emplear los métodos del terrorismo para combatirlo. La sombra del Patriot Act de Bush y sus excesos no debe olvidarse. En la urgencia, en la alarma, debería predominar en la conducta política, un extremo cuidado de la permanencia en la legalidad republicana, y un rotundo rechazo a su transgresión.
Edmundo Gómez Mango es psicoanalista uruguayo residente en París.
[1].El País, 15-XI-15.
- Fethi Benslama, psicoanalista y profesor de psicopatología, dirige un centro de ayuda y orientación de jóvenes que regresan de Siria. Véase Guerra de las subjetividades en el Islam, Lignes, 2014.