Seguramente el escritor y cómico israelí Shahak Shapira era plenamente consciente de que su iniciativa causaría una ruidosa controversia. Su proyecto artístico, que selecciona fotos de viajeros hechas públicas en Facebook, Instagram, Twitter y Grindr, selfies frívolas que se toman a sí mismos en los lugares menos indicados, ha sido lo suficientemente efectivo e ingenioso como para volverse automáticamente viral. Puede verse que en esas fotos los turistas sonríen, saltan, hacen malabares, piruetas o se recuestan con alegría en los monumentos de homenaje a las víctimas del Holocausto. Su compilación fotográfica, llamada “Yolocaust”, está colgada en la web y consiste en exhibir esas fotos originales. Si se pasa el mouse sobre ellas, esas mismas fotos comienzan a cambiar sus fondos, y los memoriales se sustituyen por horripilantes imágenes de época: fosas comunes o barracas repletas de personas esqueléticas, sobreviviendo a duras penas en campos de concentración. “Yolocaust” es un acrónimo en el que se junta la conocida sigla Yolo (que refiere al dicho “You Only Live Once”), con la palabra Holocausto.
La yuxtaposición es impactante y refiere entre otras cosas a la frivolidad campante en el turismo masivo, por la cual la selfie pasa a ser en sí el hecho relevante, y se ignora abiertamente la razón de ser del monumento en cuestión. Los itinerarios turísticos pueden señalarnos que es imperativo visitar la Acrópolis, El Escorial, la Giralda, la Puerta de Brandeburgo, pero es probable que tan sólo una ínfima parte de los visitantes conozca cuál es su verdadera historia y la razón de ser de tales monumentos.
La mayoría de estas fotos llevaban originalmente escuetos comentarios de sus autores. Algunas simplemente una frase explicativa, del tipo: “Monumento para los judíos asesinados de Europa”, “En el Memorial del Holocausto de Berlín”, y similares. Pero la única foto de la que realmente se desprende cierta mala leche es aquella en la que los dos figurantes aparecen saltando sobre el memorial, acompañada de la leyenda: “Saltando sobre judíos muertos”.
Shapira, con su obra, denuncia, sí, cierta superficialidad de estas personas. Pero lo hace sin pixelar los rostros, exponiendo su desafortunado desempeño a una viralización mediática. Ahora bien, conviene recordar que la publicación de rostros nítidos de personas cometiendo actos reprobables es siempre un asunto espinoso y sumamente complejo. A nivel de denuncias periodísticas, es un arma que se utiliza para difundir ciertas comprobadas injusticias o actividades criminales impunes, pero en cualquier caso requiere una evaluación concienzuda por parte del cuerpo editorial, que ponga en consideración la gravedad de los hechos y las consecuencias que dicha exposición pueda traerle al individuo. Se entiende que torturadores, asesinos o corruptos de guante blanco que causan grandes daños a la sociedad y quedan impunes requieren una exposición de este tipo.
Pero para el caso en cuestión, el solo hecho de ser “superficial” no es un delito, ni pareciera algo de una gravedad inusitada como para merecer esta clase de incineraciones públicas, más teniendo en cuenta que existe una colectividad con mucho poder y extremadamente sensible con respecto a estos temas. Y corresponde entender que esos figurantes no son los responsables del Holocausto, ni mucho menos.
En definitiva se trata de monumentos públicos: por lo cual las personas pueden hacer lo que quieran junto a ellos (excepto vandalizarlos). El culto y el respeto son cosas en las que se puede creer, y hasta promoverlas, pero también debe comprenderse que la alegría puede obedecer a múltiples causas y no es necesario un gendarme que imponga normas de comportamiento en lo que refiere a asuntos tan íntimos como el sentir individual. Además, la desacralización de ciertas creencias institucionalizadas es también esperable en una sociedad en perpetuo movimiento, capaz de rever y hasta burlarse de los modelos de comportamiento impuestos.
A veces los artistas deberían trabajar mejor la tan mentada tolerancia, la cual supone asumir que sí, que quizá toque convivir con gente diferente y superficial, pero que también ésta tiene pleno derecho a serlo. En definitiva, la intervención “educativa” de Shapira es extremadamente dura para quienes salen en esas fotos.
En la página web de “Yolocaust” se aclara que, si alguien se encuentra representado en una de esas fotografías y lamenta haberlas subido a Internet, los responsables del sitio se encargarán de eliminarla de su exposición on-line. Y de hecho ya fueron nueve las fotos retiradas del sitio por esas razones. Pero ya es demasiado tarde: las imágenes fueron viralizadas en todos los medios que dieron cuenta de la noticia.