¿Qué necesita este modelo de producción? Paños de tierra lo más grandes posible, sin alambrados, sin molinos, sin estanques, sin pájaros, sin bichos, sin chicharras, sin monte, sin gente. Campos del silencio. Así grafica Ulises de la Orden su recorrido por los campos durante el rodaje. Los mismos campos que pueden verse en Uruguay. O en cualquier otro país de la República Unida de la Soja.2
Un amigo de Pergamino, una localidad sojera de la provincia de Buenos Aires, le contó el caso de su nieto: había nacido con una malformación muy severa y los médicos dijeron que podía deberse a la contaminación crónica de la madre con agrotóxicos. El relato le pareció “casi de ciencia ficción”, al punto que le costó creerlo. Esa fue la punta de la madeja con la que tejió su película: la afectación a la salud que causa el modelo transgénico.
Al conocer a Andrés Carrasco, científico pionero en la investigación y denuncia de estos impactos, al equipo se le abrió un gran abanico: “nos dimos cuenta de que nos estábamos metiendo en un problema de una dimensión que no habíamos calculado al inicio y que tenía una complejidad enorme. El tema se podía abordar desde la economía, las finanzas, la producción agrícola, la vida rural, hasta un estudio sociológico. Verse desde distintas áreas de la medicina, la biología, o el derecho”. Los variados enfoques convierten al documental en un recurso esencial para acercarse al tema, o para volver a él una y otra vez.
—Recorrió varios países para la película. ¿Qué conclusiones sacó acerca de cómo funciona el modelo global?
—El gran acierto del agrobussines es la logística: la tecnología de la semilla es la llave de entrada, y la modificación genética para que ésta resista el herbicida es el dios. Pero la inteligencia está puesta en la distribución de insumos, en el financiamiento, y en la distribución del producto, sea la semilla o sus derivados. En la provincia de Buenos Aires, en Formosa, en Paraguay, en Uruguay, o en Chicago, todo luce igual. Filmamos en Chicago, y podés pensar que es en la Pampa argentina, la misma máquina, el mismo cultivo, el mismo paisaje. Esa homogeneización les da una enorme logística. Si querés abrir un emprendimiento agroecológico, perseverás y sacás producción en el medio de un desierto sojero, ¿cuánto vale tu producción? No tenés ni idea. ¿Cuánto vale el flete? ¿Dónde está tu mercado? Por ejemplo, un productor en Oncativo –en la Provincia de Córdoba–, que hace 15 años estaba perdido en un mar de campo, reconvirtió su economía y tiene un buen pasar. Se mete en Internet, sabe a cuánto está la soja a futuro, puede vender la cosecha que no sembró todavía, se guarda un cacho y la vende cuando el precio de Chicago da bien. Que el tipo sepa cuánto vale, que para venderlo tenga todo el sistema de financiamiento aceitado, el sistema de pagos, de embarque, esa es la genialidad.
—¿Qué pasa con la tierra?
—El suelo es un organismo vivo. Todos los microorganismos y la materia orgánica en descomposición y en recomposición permanente generan la capa fértil del suelo. Los fungicidas, insecticidas y herbicidas –como el glifosato– afectan a toda la materia orgánica en el suelo, que es cada vez más pobre. Cada grano se lleva una gran cantidad de litros de agua que necesitó para crecer, una gran cantidad de sol –que por ahora es renovable– y nutrientes del suelo. Eso no vuelve más. Eso es el extractivismo.
—¿Quién se beneficia?
—En Argentina el actor principal es el Estado, que se lleva el 35 por ciento de todos los ingresos. El resto se divide entre las corporaciones –proveedores de semillas, agroquímicos, financiamiento y logística–, y los productores, que por su parte consumen los servicios de los aeroaplicadores, ingenieros agrónomos, etcétera. Esto genera un movimiento económico con una gran cantidad de beneficiarios. Pero es una trampa. Cuando se aprobó la primera semilla transgénica en Argentina, en 1996, con Felipe Solá como secretario de Agricultura en el gobierno de Menem, los chacareros estaban quebrados. Rápidamente, con la reconversión productiva hacia la siembra directa y el uso intensivo de agroquímicos, los tipos empiezan a enriquecerse. Hay que entender esa parte de la cuestión, si no es muy fácil agarrársela con el pequeño productor: para el pequeño es muy complejo, muy difícil. Conocimos productores con nietos enfermos, aeroaplicadores enfermos que avalan el modelo productivo. También productores que reconocen el desastre y no saben cómo salir de este modelo. Si salieran serían uno en un mar de sojeros. ¿Cómo sacan la producción? ¿A quién se la venden? Esto también es parte de la trampa.
—¿Cómo se sale?
—Si la gigantesca masa de recursos disponibles para sostener este sistema se dispusiera para generar 22 millones de hectáreas de producción diversificada, agroecológica, sin agrotóxicos, produciendo productos de altísima calidad, con valor agregado, no vendiendo la peor proteína posible. Si todos esos recursos y esa inteligencia enorme se pusieran al servicio de armar otro tipo de producción. Vivimos en un país y en un continente que necesariamente tienen que exportar alimento…
—¿Cómo logró que las bondades económicas y logísticas del agronegocio aparecieran en el relato sin opacar el desastre que implican?
—Haciendo pivotear el relato sobre la salud de las personas. Leí un artículo en que Mujica hablaba a los ecologistas, y les decía que se dejen de joder, que están hablando mal de la gallina de los huevos de oro. Okay, es verdad que es la gallina de los huevos de oro, pero es tóxica y nos va a terminar matando. La película vuelve permanentemente sobre eso. Este modelo afecta la salud de las personas directamente. No importa dónde vivas: en el campo, en el borde del campo o en la ciudad.
—Después de estar con las madres del barrio Ituzaingó en Córdoba, emblema de la lucha contra las fumigaciones en Argentina, ¿cómo encaró las entrevistas a los defensores acérrimos del modelo?
—Yo siempre fui muy cauteloso, quería que me den lo mejor de sí. Todo relato son dos fuerzas que se oponen y al final una va a prevalecer sobre otra. Esa fuerza de quienes promueven el agronegocio –y ahí es donde mi discurso no es de barricada–, cuanto más inteligente, seductora y elegante fuera mejor, porque lo que las madres tenían para oponer era mucho más rico, mucho más profundo. Para que la fuerza que me interesaba prevaleciera, la de la vida sobre el agronegocio, que para mí es la fuerza de la muerte, necesitaba mostrarlo así.
—¿El cine es una herramienta de transformación social?
—Seguro que sí. A veces soy más pesimista y a veces me doy cuenta de que pasan cosas. Pero son los relatos los que nos construyen, y el cine es un relato. El cine es una forma de aportar relatos que nos ayuden a entendernos, y a pensarnos a futuro.
—Le oí decir que los promotores de la agroindustria se han apropiado de todos los términos. ¿Es posible desde el cine construir otro lenguaje?
No. Desde el cine no se puede construir lenguaje, el lenguaje se construye hablando, en la palabra. Podés apoyar, no imponer. Pero sí es verdad que ellos se apropiaron de muchos términos, hasta del término agricultura. La cultura es algo inherente al ser humano, si lo sustituís por máquinas no hay cultura, hay industria. También se apropiaron de las palabras medio ambiente, sustentabilidad, ecología.
—¿Las organizaciones sociales sí pueden construirlo?
—Sin duda. Y empieza a pasar. Agroecología, agricultura familiar, son términos que se están revalorizando, a partir del cómo hacemos, qué se le opone a esto. A una propuesta productiva donde lo único es lo que manda –una semilla, un cóctel de agroquímicos, una máquina para sembrar, un tipo de formación para los agrónomos, una logística de distribución, un mercado, una bolsa donde se genera el precio–, lo que se le tiene que oponer es la diversidad. No hay un modelo mejor que éste. Hay un millón de modelos, infinitos modelos mejor que éste.
1. Se exhibe en Cinemateca Pocitos hasta el 29 de julio.
2. Término acuñado por Syngenta, una de las mayores empresas agroquímicas del mundo, que lo utilizó para una publicidad. Abarca zonas de Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay, y rápidamente se convirtió en una metáfora del poder del agronegocio en la región.