La guerra sin paz - Semanario Brecha
Dos años de guerra en Ucrania

La guerra sin paz

En febrero de 2023, un año después del inicio de la guerra, el panorama se presentaba sombrío para Rusia e inesperadamente alentador para Ucrania. En el plano militar, el Ejército ruso se había replegado de Jersón, una de las ciudades más importantes tomadas al comienzo de la campaña; su aviación todavía no había logrado la superioridad aérea; acusaba considerables golpes en sus líneas de suministro debido al eficaz uso de drones y sistemas de misiles móviles Himars por parte de Ucrania, y no había encontrado mayor apoyo popular en muchas de las zonas conquistadas más allá del Donbás. El Ejército ucraniano, por su parte, venía de considerables reconquistas de territorio en el sur y en el norte del frente a fines de 2022 y resistía en Bajmut, una pequeña ciudad de moderado valor estratégico, pero que negaba al gobierno de Vladimir Putin la posibilidad de mostrar algún éxito reciente al cumplirse el primer aniversario de la «operación militar especial».

En el plano político, Rusia veía cómo la guerra había roto consensos en su política interna, con un considerable descontento popular en las grandes ciudades y una creciente competencia entre líderes (que desembocaría en la asonada consumada por el Grupo Wagner en junio de 2023). El relato ucraniano se imponía a su vez en foros multilaterales, y, en el área de influencia regional rusa, Finlandia decidía romper su histórica naturalidad adhiriendo a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). El liderazgo ruso era también contestado por exrepúblicas soviéticas. En paralelo, cada vez parecía más claro que el conflicto era en realidad una guerra proxy entre Rusia y Estados Unidos, empeñado en debilitar militarmente a Moscú y en recomponer una alianza con Europa que venía en caída tras cuatro años de gobierno de Donald Trump.

CAMBIO RADICAL
Transcurrido el segundo año de guerra, la situación ha cambiado radicalmente. Ucrania desplegó durante el primer semestre de 2023 una ambiciosa campaña para profundizar el apoyo internacional ya consolidado comprometiendo a Europa y Estados Unidos en la entrega de más y mejores armas, en especial los modernos carros de combate Leopard alemanes y Bradley estadounidenses, de cara a una contraofensiva que permitiera romper las líneas rusas. Sin embargo, una vez que estos tanques fueron recibidos, la contraofensiva terrestre del otoño boreal (junio-octubre de 2023) resultó un fracaso estrepitoso (no así la naval, que logró romper el bloqueo a los puertos ucranianos). El epílogo de esta etapa fueron las dos entrevistas concedidas a Time y The Economist por el popular general Valery Zaluzhny, por entonces comandante en jefe ucraniano, en las que reconocía el fracaso de la contraofensiva y explicaba que era necesario mucho más material para romper el estancamiento en el frente. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, comenzó entonces a percibir a Zaluzhny como una amenaza a su liderazgo y acabó relevándolo de su cargo hace algunas semanas, coincidiendo con el anuncio de un aplazamiento de las elecciones presidenciales previstas para este año. Zelenski tampoco logró la aprobación de una ley propuesta para aumentar el enrolamiento, a lo que se agregó la reciente caída en manos rusas de Avdivka, una localidad de importancia operacional. Además, se han conocido durante el último año diversos escándalos: hechos de corrupción asociados a la evasión del enrolamiento y al desvío de fondos para armas; ataques a aviones o cuarteles rusos en los que se mató a prisioneros ucranianos; muertes de civiles por «fuego amigo» en hechos inicialmente atribuidos a Rusia.

En el ámbito internacional la situación no es mejor para Kiev. El consenso que se había construido en su favor en Occidente se ha debilitado en el último año. En Europa, al margen de compromisos inverosímiles sobre la hoja de ruta para la adhesión de Ucrania a la Unión Europea, la «solidaridad» con Kiev se ha visto resentida por diversos factores: el descontento popular frente a la alta inflación generada por la guerra; la caída de la producción industrial como consecuencia de la suba de los precios del gas; los reclamos de los productores agrícolas contra el ingreso de grano ucraniano; las investigaciones sobre el sabotaje del gasoducto Nord Stream 2, que están conduciendo a la responsabilidad de agentes ucranianos u occidentales (véanse «Guerra permanente», Brecha, 7-X-22, y «La aplanadora», Brecha, 3-III-23); el apoyo que está consiguiendo Hungría con sus posturas reacias a una implicación en la guerra (Eslovaquia y Países Bajos son los casos más claros de esta evolución).

Por otra parte, de ninguna forma Europa alcanzará a entregar el millón de municiones comprometidas para este mes de marzo, en parte porque el relanzamiento de la industria armamentista regional no está avanzando al ritmo previsto, y en parte porque los gobiernos no están logrando que las empresas productoras privilegien las entregas a Ucrania por sobre las ya comprometidas con otros clientes.

A todo esto hay que sumar el hecho fundamental de que el gobierno de Joe Biden no está logrando mantener la ayuda a Ucrania debido al bloqueo de los legisladores republicanos favorables a Donald Trump, que hoy aparece, además, como favorito para ganar las elecciones en noviembre. El Pentágono muestra por su lado una llamativa ausencia de planes para sostener el suministro de munición y repuestos para las sofisticadas armas entregadas durante este tiempo, algo que recuerda en cierta forma a lo acontecido en las últimas décadas en Irak, Afganistán y Libia.

DUCTILIDAD
En filas rusas, en cambio, se observa una profunda capacidad de adaptación. En el plano militar, el cambio de estrategia hacia el establecimiento de una guerra de desgaste le ha permitido cambiar sustancialmente la situación con respecto a hace un año, aprovechando sus mayores capacidades y recursos. En materia tecnológica, Rusia ha adoptado la tecnología de drones y logrado supremacía aérea. Además, lo ha hecho a través de la adaptación de modelos de drones iraníes a la producción propia, lo cual, junto con otros desarrollos, como la incorporación de bombas planeadoras a sus aviones, le abre una perspectiva de restablecer a futuro la credibilidad de su industria militar como motor exportador.

En el plano político, Putin ha conseguido retomar su preponderancia sobre eventuales retadores, y en el ámbito internacional el país ha maximizado el aprovechamiento de sus alianzas con China, Irán y Corea del Norte, así como de la neutralidad india y turca. Por último, la economía rusa ha vuelto al crecimiento (por encima de los países del G7), no solo gracias al sector de hidrocarburos, sino también al siderúrgico, asociado a las industrias militar y automovilística.

Este cambio de panorama permite abrir algunas interrogantes de cara al tercer año. Si bien es posible que, a pesar de la situación, Ucrania logre sobrevivir al menos hasta las elecciones estadounidenses de noviembre, esperando que la nueva administración norteamericana le ofrezca un apoyo más firme, más probable parece que el próximo gobierno de Estados Unidos procure forzar una negociación. Rusia intentará de su lado maximizar hasta entonces sus avances territoriales para negociar en mejores condiciones.

Entretanto, más ampliamente, la situación arroja algunas observaciones de interés respecto a un escenario internacional con crecientes disputas y tensiones sistémicas. En primer lugar, la capacidad de disuasión de Occidente se ve muy resentida, con una Europa débil y unos Estados Unidos poco fiables. Dejar caer a un socio del tamaño de Ucrania le acarreará seguramente a Occidente una notable pérdida de credibilidad. En segundo lugar, habrá que reflexionar sobre la «ventaja» con la que cuentan los regímenes denominados iliberales en contextos de crisis. Una tercera observación responde a las oportunidades que surgen para potencias medias que ganan crecientes márgenes de autonomía en estos contextos, como se observa en los casos de Turquía, Sudáfrica e India. Finalmente, los dos años de guerra dejan un panorama inquietante respecto a la evolución de la guerra con el uso masivo de dispositivos no tripulados.

El siglo XXI bien puede deparar escenas de enjambres de drones manejados por inteligencia artificial.

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