Se ven muy extrañas, pequeñitas y en medio de un terreno baldío preparado para la construcción, o rodeadas de inmensos edificios o shopping centers. Las conocidas internacionalmente como holdouts y que en la jerga china se han comenzado a llamar dīngzihù (“casas-clavo”) son propiedades cuyos dueños se resistieron a vender, pese a la transformación urbanística existente a su alrededor y a las sumas de dinero que se les ofreció para demolerlas. En algunos casos llegan a interrumpir el paso de una carretera; en otros, se erigen ajadas y deslucidas, obstaculizando un lujoso paseo comercial. Las fotos suelen ser impresionantes y vale la pena echarles un vistazo haciendo una búsqueda de “nail houses” en Google Images.
En China se han vuelto todo un fenómeno, y un dolor de cabeza para las autoridades. Lo que suele sucederles a sus dueños es que la suma que tiene para ofrecerles el gobierno o los inversores de los nuevos emprendimientos es insuficiente, no compensan las entradas económicas que las casas suponen (a veces las viviendas son también negocios o restaurantes), y la mudanza supone trasladarse a una casa de menor costo y en peores condiciones. La aprobación en 2007 de la primera ley moderna de propiedad privada en China dio a los propietarios de estas casas-clavo mayor fuerza a la hora de negociar, ya que la ley prohíbe expresamente la toma del terreno por parte del gobierno, salvo cuando está obstaculizando iniciativas de interés público.
En muchas situaciones los jueces terminan fallando a favor de los inversores, con el argumento del progreso y la modernización; en otros, las casas se mantienen erectas durante años hasta que se llega a un acuerdo aceptable para ambas partes; a veces las empresas construyen alrededor de las casas a modo de intimidación, hasta que los propietarios no lo toleran más.
En el caso extremo de la municipalidad de Chongqing (véase foto), los dueños rechazaron las ofertas de los inversionistas, siendo su vivienda la última que se mantuvo en pie en la zona luego de una demolición generalizada. La compañía constructora acabó cortándole el suministro de agua y electricidad a la casa, y un buen día los bulldozers cavaron a su alrededor una inmensa zanja para los cimientos del futuro edificio, dejándola como un castillo rodeado de un foso de 17 metros de profundidad. La casa había sido un legado de varias generaciones, originalmente un edificio de madera, reconstruido en 1993, y fue utilizada por la familia como tienda de variedades y finalmente como restaurante. Los dueños se vieron finalmente obligados a aceptar un trato y fueron ubicados en otro barrio. Pero las fotos hablan de una lucha de años, de una dignidad inquebrantable, de una hermosa terquedad.