“Hay que tener el coraje intelectual de reconocer de una buena vez que es muy poco lo que se sabe de los indígenas que habitaron nuestra tierra y que existen muy pocas posibilidades de que lleguemos a saber mucho más.”
Renzo Pi Ugarte, “El Uruguay indígena”, en Nuestra Tierra,
número 1, 1969.
Es imprescindible enseñar en escuelas y liceos qué pasó realmente con la población sometida y esclavizada durante los siglos colonialistas en nuestro territorio, dicen. Es necesario que el Estado reconozca oficialmente el genocidio indígena en nuestro país, y en todo caso, el crimen de lesa humanidad que supuso la trata esclavista de la población africana, reclaman. Una serie de reuniones en el Parlamento, promovidas y encabezadas por la mae Susana Andrade, diputada suplente del Frente Amplio (FA) busca redactar un proyecto de ley para que se incluya –“de forma obligatoria”– la historia y cultura de indígenas y afrodescendientes en los programas de estudio de Primaria y Secundaria.
“Llamar a las cosas por su nombre, sin valoraciones subjetivas y sin faltar a los hechos”, alega la diputada, y se refiere a revisar –y si hace falta reescribir– cómo sucedió “el avasallamiento colonialista”, pero también repensar la formación de los educadores y de qué materiales de texto se valen para trasmitir esa historia a niños y adolescentes. La propuesta –polémica hasta por su carácter legalista– es que los nuevos materiales de lectura sean consensuados con la participación activa de los colectivos afro y originarios, y con la ayuda de los académicos pertinentes.
LA VOZ DE ELLOS. La mayoría de los textos de estudio incluyen a indígenas y afrodescendientes vinculados al proceso independentista, pero se los invisibiliza en lo relacionado con el desarrollo económico, social y cultural del Uruguay de los siglos XX y XXI, opina Javier Díaz, directivo de la Asociación Cultural y Social Uruguay Negro (Acsun), quien aplaude la iniciativa de consulta a la sociedad civil en esta discusión, porque “lo que queremos cambiar es la mirada folclórica que se tiene sobre nosotros”. Según esa visión reducida de la historia el afrodescendiente no tenía reclamos, no tenía una cultura, el candombe se entiende como una manifestación cultural que se desarrolla sólo en el mes de febrero y sólo en la capital. “Nada se habla de los hombres y mujeres de origen africano que han engrandecido a nuestra América, no se tomaron como ejemplos a difundir en los ámbitos de estudio, como los líderes del quilombo de Palmares, en Brasil, o los de la revolución haitiana, la primera en Latinoamérica.”
En el imaginario colectivo la sensación que se genera es que el afrouruguayo no participó en la construcción de esta nación, que no contribuyó y tampoco lo hace hoy, opinan desde Acsun, lo que vuelve difícil para estas personas autoidentificarse hoy con la población afro.1
“Nosotros somos un colectivo sobreviviente de un genocidio –comienza a explicar Martín Delgado Cultelli, presidente del Consejo de la Nación Charrúa (Conacha)–, y los perpetradores han sido en gran medida algunos de los políticos más destacados del siglo XIX en nuestro país. Por ese genocidio nosotros quedamos relegados de la historia.” Entonces, continúa Delgado, en los textos clásicos escolares “el indio es un personaje exótico, cuasi folclórico, que aparece en los orígenes del tiempo, antes de la conquista, siempre bien distante y justo como para no interpelar a la sociedad del presente sobre el tema del indio. Luego desaparece de la historia, como si un ovni se los hubiera llevado a todos”. Como resultado, se dice que Uruguay hoy es un país sin población indígena. “Y la verdad es que no somos tan minoritarios como se nos suele hacer creer”, dice Delgado. El último censo marcó que un 5 por ciento de la población (159.319 mil personas) se autoidentificó como descendiente de indígenas.
Delgado afirma que la concepción reinante acerca del indio es la de una persona desnuda en el medio de un bosque: “No se puede resumir toda la cultura de nuestros ancestros a eso”. “Se nos está negando a los indígenas de hoy el legado de nuestros antepasados, pareciera que no somos indígenas porque usamos pantalón y camisa…” “Queremos contar bien la historia de nuestros ancestros”, dice Delgado, y agrega: “La marginación de la historia nacional es la faceta ideológica de la marginación social actual”.
El problema se vuelve educativo, señala el presidente del Conacha, por lo que se torna vital enseñarles a los niños y jóvenes que aún existe población indígena en nuestro país, precisamente para romper con la vergüenza que muchas veces se genera en los propios adolescentes de esa comunidad. Y se sirve de las cifras: “Según los datos del censo de 2011 desglosados por nivel de deserción de los jóvenes indígenas en Secundaria, hay una diferencia de diez puntos porcentuales con respecto a los jóvenes no indígenas. Y en el caso de los jóvenes descendientes de indígenas en el medio rural, nada más que el 5 por ciento termina la secundaria”, concluye.
OTRAS VOCES. La ex consejera de Secundaria y ex docente de didáctica de la historia en el Ipa Ema Zaffaroni participó como delegada docente en la comisión que reformuló los programas de historia en 2006. Para la elaboración de esos planes de estudio se hicieron consultas a otros actores, dice Zaffaroni: “Se consultó a los colectivos que realmente corresponde que opinen sobre programas de historia”. Y amplía: “A los químicos les debe pasar lo mismo, fijate todo lo que se descubrió e inventó ahora sobre la alimentación, la genética, todo el mundo quiere enseñar todo lo de su campo, pero es complicado…”.
Según la profesora el problema se da cuando aparecen los “egoísmos colectivos”: “Cuando se conjuga una mala lectura histórica y eso se transforma en una bandera política, social, racial, antropológica. Terminamos torciendo un poco la historia para que nos dé la razón”.
Se puede hacer una revisión de cómo se tratan estos contenidos en los manuales de texto, dice Zaffaroni, pero “no hay una historia oficial en este país, la gente quiere que haya una historia oficial pero no es verdad, no hay, cada profesor enseña lo que quiere, como quiere y como puede en realidad”.
Para la ex consejera, los manuales de historia de la última década trabajan cada vez mejor la inclusión de las poblaciones minoritarias en Uruguay. Uno de los (pocos) ejemplos son los textos de Santillana en Primaria, donde se intenta una aproximación a las poblaciones minoritarias combinando la geografía y la historia con la construcción de la ciudadanía en la actualidad (el manual de cuarto año agrega subcapítulos y actividades sobre el “Legado de los indígenas”, “El legado de los negros”, “No somos un país blanco”, “Una sociedad con escalas”, y en años superiores aborda el discutidísimo episodio de Salsipuedes, presentando incluso contenidos más avanzados que los manuales de la misma editorial para Secundaria). Pero no es la regla.
Juan Pedro Mir, el nuevo director de Educación del Ministerio de Educación y Cultura (Mec), es maestro y casualmente trabajó durante diez años como editor de manuales de texto en la editorial Santillana. Además, en el mes de mayo recibió a la diputada Andrade y a los representantes de los colectivos afro e indígenas que asistieron buscando apoyos para un futuro proyecto de ley.
Mir les contestó que lo que puede hacer el Mec (que está impedido de influir sobre los entes autónomos de la educación) es impulsar desde su Comisión de Derechos Humanos un análisis de los programas educativos para que incorporen específicamente la perspectiva de la lucha contra la xenofobia y el racismo (incluso también se han reunido con representantes de la colectividad judía para que ese relato incluya el Holocausto –la Shoá–). Pero su recomendación a los colectivos y a la propia sociedad civil es que son ellos los que tienen que involucrarse activamente para reformular la mirada de los programas de educación y herramientas didácticas.
Según Mir, la sociedad tiene que poner un “pienso” especial en lo que pone a circular en los libros de texto, porque son productores de sentido, y “lo que no podemos hacer es que los materiales didácticos que llegan a los niños queden como mero producto del mercado”. Según el jerarca, Uruguay es el único país del mundo donde no hay una política estatal –los gobiernos recomiendan, editan, ponen pautas– con respecto a los materiales didácticos, y eso se refleja en la calidad de los materiales que tenemos. Claro que en ese contexto hay omisiones, reconoce el director, y dice que las mejores políticas de texto son las que toman decisiones. Pone como ejemplo a Brasil, donde las editoriales van más allá de mostrar “al negro siempre con el tambor” y deben incluir obligatoriamente a afrodescendientes en actividades científicas.
El jerarca agrega que los colectivos que impulsaron la diversidad sexual lograron increíbles avances ideológicos en nuestro país (“Yo hago un chiste sobre gays y pierdo el empleo. Si hago uno sobre los negros ¿me pasa lo mismo?”), pero hay otros colectivos que están muy atrasados con eso, reconoce el director: “Creo que es parte de una visión republicana incluirlos, y no dejar en manos del mercado que pase o no pase. No puede ser que Uruguay no sepa que hubo trata de esclavos, o caer en visiones superficiales, algunas hasta seudorrománticas”.
¿Se resuelve entonces el problema con un proyecto de ley? Según Mir, en nuestro país el tema se resuelve negociando y haciendo política pública, y no confiando en la fantasía de que si se cambian los programas de estudio se soluciona todo. Para el director, las vías son el Sistema Nacional de Educación Pública, el Programa Nacional de Derechos Humanos, los congresos de educación, las comisiones departamentales de educación, los consejos de participación. Pero hay que levantarse y participar, de lo contrario no va haber cambio alguno: “En política educativa, los cambios se dan cuando en las mesas se ponen más sillas”, resume.
1. Según el censo de 2011, el primero en registrar a la población indígena y afrodescendiente desde 1852, más de 10 por ciento de la población (255.074 personas) se autoidentifica como afro o negra.
Un estudio sobre los textos escolares
75 años sin cambios
Este trabajo tiene sus años pero aún conserva su validez.1 Compara los contenidos de historia en los textos escolares oficiales de Primaria, desde los años cuarenta hasta los dos mil. Allí revela que la enseñanza ha estado dominada por el pasado reciente y su estudio se ha basado casi exclusivamente en la evidencia que aportan los documentos escritos, escribe su autora Cecilia Mañosa. También llegó a otras conclusiones:
• En Uruguay el sistema educativo estatal es responsable de difundir una visión restringida de la historia, lo que facilitó la construcción de una imagen monolítica de la identidad de la nación.
• La mayor parte de la instrucción en el sistema educativo uruguayo depende del texto escolar como la principal fuente de información de contenidos y la planificación de las clases.
• En la serie de libros entre los años cuarenta y ochenta se hace hincapié en la relación entre el colonizador y los indios de Uruguay. Más de 11 mil años de prehistoria del territorio son ignorados y el pasado indígena desechado en unas pocas páginas –entre una y 23 de un total de 718 páginas– en una muestra de cuatro textos. En otras palabras, el indio no encajaba en el esquema de la sociedad homogénea e hiperintegrada de Uruguay.
• En los textos de los setenta y ochenta el espacio asignado a los habitantes indígenas de nuestro país y de las Américas se desarrolla en una extensión de entre dos y 29 páginas de un total de 412. Son presentados como culturas estáticas, limitados a una vida de cazadores-recolectores, caracterizados por una cultura material no elaborada. El indígena fue completamente eliminado del drama histórico de esta nueva nación emergente, a pesar de contar con evidencia histórica que atestigua la importante contribución que tuvieron, por ejemplo, los grupos de indígenas guaraníes.
• De 1995 a 2001 se privilegian los contenidos sobre el origen de la agricultura y las ciudades y se desestiman los procesos que antecedieron a estas transformaciones. En consecuencia, el pasado indígena y su rol en la formación de la comunidad nacional continúan prácticamente desconocidos.
1. “Reclamando el pasado indígena. La enseñanza de la historia y la construcción de la identidad nacional en Uruguay”, de Cecilia Mañosa, antropóloga egresada de la Udelar y máster por la Universidad de Kentucky, 2001.
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Con el historiador Diego Bracco*
“La historia la contaron quienes sabían escribir”
—¿Cómo se construye el relato histórico de un país?
—Todas las sociedades tienen una recreación preponderante de su pasado, poniendo énfasis en unas cosas u otras. Ahora, no cabe duda de que lo que debería saber la gente es sobre los horrores de su propio pasado. El tráfico de esclavos es de las infamias más grandes de la humanidad.
Claro que también hace falta información sobre la memoria indígena, pero ¿qué cosas?, ¿qué se recrea de lo que se sabe? Y lo que se sabe es casi siempre lo poco que ha quedado registrado por la sociedad colonial, los indígenas de este territorio no escribían.
Cuando ves el horror del genocidio armenio, por ejemplo, uno dice ¡claro que los sobrevivientes y los hijos de éstos tienen que tener voz en el relato!, pero cuidado, que la narración es una cosa más complicada. Claro que los colectivos que se sienten emocionalmente involucrados son importantes para que historias de este tipo no queden en el olvido. Claro que hay que incluir eso como cosa que está en movimiento, porque al respecto no se sabe mucha cosa. Pero es de temer que sólo con el relato terminen quedando de un lado unos turcos terriblemente malos y del otro unos armenios terriblemente buenos y que al final se diluya todo en una cosa que no explique el fenómeno…
Yo me baso sólo en documentos históricos y tengo familiaridad con lo que ellos dicen sobre los indígenas, pero sabiendo que es siempre una parte. Por ejemplo, hay una década de paz, pero la paz no importa porque no genera expediente: nunca está en un expediente policial, excepto que haya un homicidio. Entonces al final, cuando vas a mirar, mirás a unos indígenas que están siempre combatiendo, eso es lo que queda registrado. Pero ¿de qué se reía una persona corriente en la época de Artigas?
—Entonces hay vacíos en el registro, y por lo tanto en cómo nos enseñan la historia uruguaya.
—Sí claro. Pero seguramente los que vendrán después dirán lo mismo de nosotros. ¿Cómo no vieron que eso que estaba floreciendo había que registrarlo? Ningún historiador romano contemporáneo de Cristo se ocupó de Cristo.
Además, la historia la escribieron quienes sabían escribir, poniendo por escrito aquello que les convenía o parecía interesante.
Desde los años ochenta se tiene conciencia de que la presencia guaraní o la presencia misionera era muy fuerte sobre todo al norte del Río Negro, pero poquito de eso ha llegado a los textos. Lo que sí hay es información súper técnica de gente muy competente y apasionada que dedica cinco años a hacer un volumen tan largo como un congreso arqueológico. Pero ¿quién traduce eso en un material atractivo para los estudiantes? Yo no me animo.
—¿Cómo afecta en la construcción de la identidad actual el uso de estereotipos?
—Hoy hay una construcción de la identidad nacional que precisa de unos indígenas bravíos, indómitos. Pareciera que los charrúas desde Bauzá en adelante cumplen en cierto modo esa función.1 Pero estamos hablando de los charrúas desde una categoría idílica. Es como hablar de “los uruguayos”: hay uruguayos valientes, cobardes, leales. Entre los charrúas, como entre los uruguayos o los ingleses, hubo tipos muy valientes y muy cobardes, gente increíblemente generosa y gente mezquina.
En síntesis, en el imaginario colectivo de Occidente influye mucho la visión de Rousseau del “buen salvaje”, de la que, si mal no recuerdo, Voltaire dijo que nunca había visto defender con tanto brillo una idea tan estúpida.
* Docente de la Udelar e investigador asociado de la Universidad de Liverpool, especializado en historia indígena. Autor de Charrúas, guenoas y guaraníes. Interacción y destrucción: indígenas en el Río de la Plata, Memorias de Ansina, Guenoas, Una degollación de charrúas.
1. Durante la conquista los indígenas “únicamente aparecen mencionados en su relación con los europeos. Nada o casi nada hay que sirva para reconstruir su mundo propio. El indio es presentado como enemigo, cruel, brutal, salvaje, carente de sentido moral, inferior, componente de una raza vencida o a la que es preciso vencer. (…) El indio es siempre ‘el otro’”. Renzo Pi Ugarte, “El Uruguay indígena”, en Nuestra Tierra número 1, 1969.
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