Tocó, entre otros, con Pepe Guerra, Laura Canoura y Lágrima Ríos. Integró la Sonora del Sur y también la murga La Mojigata. Es licenciado en dirección orquestal y fue director invitado de La Orquestita. Este disco1 está asignado a Sebastián Larrosa Cuarteto, una manera de denominar que uno asocia al jazz –no sólo por la sintaxis anglicista, sino porque es un ámbito en que el predominio individual es menos neto y los acompañantes son coprotagonistas.
El disco no tiene nada que ver con ese currículo y ese perfil. Es nomás un disco de canciones, todas autoría de Larrosa (músicas y letras) y cantadas por él. Hay un único solo de piano (en “Simple verlo así”) y un pasaje virtuosístico mezclado en forma discreta (en “El silencio es música también”). La sonoridad es pop-rock con un toque jazzy. Fiel a la idea del “cuarteto”, no hay instrumentistas invitados. El grupo lo forman Diego Casas en batería y bombo legüero, Sebastián Delgado en guitarra eléctrica, Aníbal Pereda en bajo. Larrosa toca obviamente los teclados, pero además una guitarra folk, y sobregraba la mayoría de los coros (los hay en todos los surcos). No hay ningún elemento ostensiblemente uruguayo, a menos que se tome como tal el enfoque discreto del canto. En todo caso, en los momentos en que la canción pide más volumen, agudos y garra, el canto de Larrosa se parece a un Fito Páez atenuado. Los únicos elementos rítmicos no-estadounidenses son unas hemiolas a la manera del norte argentino. Son canciones pop con estribillos, preparados en los arreglos y en la interpretación como para hacer saltar estadios (el tratamiento, me refiero; no sé si da para eso el ángel de los temas).
Las letras son muy “de cantautor”: el “yo”, su sentir subjetivo existencial y anímico, son los elementos centrales. Dicho “yo” es frágil, dudoso y algo inerme, pero al mismo tiempo vislumbra procesos por los cuales está creciendo o va a crecer (“siento que puedo encontrar en tus versos una salida/ y andar…”, o “Siento en mí una nueva voz, que me da la ilusión/ de entenderme hoy”). El vocabulario es común, las pocas rimas consonantes son muy obvias (camino/ destino, miro/ admiro), pero el enfoque es poco formalista, más bien referencial, de ahí el predominio de rimas asonantes (infinito/ sentido).
La tosquedad literaria no condice con la sofisticación musical, que no es la del pop-pop, sino un pop-jazzy, con compases que se rompen, acordes que no son los más sencillos, los encadenamientos no conducen a los lugares más obvios, la armonía siempre se expande más allá de la tonalidad básica.
Esa relativa complejidad musical es la de alguien que tiene mucha música transitada en sus oídos y sus dedos, pero no implica ningún desafío estético. Al contrario, no hay nada que ponga en cuestión los cánones aceptados de lo “lindo”: es un arte que nunca se ríe de sí mismo, que nunca se descontrola o se deforma, en el que cada voz y cada instrumento cumplen roles estandarizados. Hasta la guitarra de Delgado –el instrumento más destacado del disco– se mantiene siempre en esa distorsión suave que le permite sonar como un violín extracálido. La canción titulada “El silencio es música también” es la que más me llamó la atención, por su construcción melódico-rítmica peculiar, incluso una frase curiosa de 17 sílabas poéticas cantadas a un ritmo regular, lo cual implica una contradicción (¿irónica?) con la idea expresada en el título y la letra. Es una idea (la del silencio) que Larrosa parece tomar en serio, y en los agradecimientos del librillo la atribuye a una profesora que tuvo. Me intriga ese énfasis, porque se trata de un disco que no tiene silencio alguno, salvo los que hay entre canción y canción. Como mucho, eso sí, hay momentos en que los arreglos dejan un espacio sonoro amplio, sobre todo en la única pieza instrumental, “Tijuca”, que tiene un perfil fusión lento y parco de eventos.
El disco suena muy bien, mérito de los excelentes instrumentistas, de la habilidad de Larrosa como productor y la de Santiago Montoro como técnico de sonido.
1. Dormidos, Perro Andaluz, PA 6303-2, 2015.