El maniqueísmo con el que suele manejar la información el movimiento que se opone a la instalación de la segunda planta de Upm en Uruguay es tan fuerte que no habría que descartar que termine produciendo, en alguna gente, el efecto contrario al que se busca. Es que después de ver algunas de sus piezas publicitarias,1 si logramos escapar al hechizo y no quedar alineados hipnóticamente en el bando de los buenos, es muy probable que le empiece a ganar a uno un escepticismo propio de quien ya ha vivido algunos años y sabe que el mundo real no se divide tan nítidamente entre admirables superhéroes y pérfidos villanos, porque las cosas en política son un tanto más matizadas y complejas que el mundo de Marvel.
Sembrada así la sospecha de estar siendo manipulado como niño en clases de catecismo, ya no hay forma de evitar la tentación de poner a prueba tanto derroche de rotundidad, y puede llegar a ser sorprendente la cantidad de inexactitudes, exageraciones y medias verdades con las que se va construyendo la idea de que sólo un demente, o un perverso agente del mal, podría ser capaz de sostener algún argumento favorable a la construcción de la planta.
En un repaso rápido del video, ya de arranque se nos alerta sobre las plantaciones de eucaliptos que abastecerán a Upm, las que, se nos dice, absorberán los nutrientes de la tierra “dejándola estragada para siempre”, y transformada en “tierras desérticas” (sic). Una muestra precisa del descontrol en el uso de las palabras y los significados que continuará a lo largo de toda la pieza. Ese escenario apocalíptico profetizado no es el que surge de la experiencia del país luego de varias décadas de existencia de este tipo de montes y dista mucho de lo que concluyen estudios internacionales2 y nacionales3 sobre los efectos ecológicos de las plantaciones de eucaliptos.
Enseguida el locutor se lamenta de que se otorgue gratis el agua para el crecimiento de los árboles, como si existiera una forma diferente, que, por ignorancia o maldad, alguien no estuviera dispuesto a poner en funcionamiento. Upm, además, no pagará impuestos, se nos dice, ya que “los impuestos los paga en Finlandia”. Una verdad a medias. Estrictamente, si bien es cierto que por estar operando en zona franca la planta no pagará impuestos a la renta y al patrimonio, se estiman en 120 millones de dólares por año los ingresos para el Estado por toda la cadena de valor asociada.4 Aplicando el criterio más bien demagógico de quienes cuestionaron la reciente inversión del Antel Arena, alguien podría medir estos ingresos como el equivalente a la construcción de unas ochenta escuelas o 240 centros Caif por año.
Más adelante, se da una información engañosa sobre el agua que requeriría la planta, al equipararse el volumen supuestamente necesario para su funcionamiento con el que consumen teóricamente 44 millones de personas. En rigor, para operar, la planta necesita unos 125 mil metros cúbicos por día, lo que equivaldría al consumo de unas 900 mil personas (50 veces menos),5 aunque este dato también es un tanto equívoco, ya que de ese total un 80 por ciento vuelve al caudal del río aguas abajo luego de pasar por las plantas de tratamiento, por lo que el consumo neto sería de unos 25 mil metros cúbicos por día (equivalentes al de 192 mil personas, siempre con la estimación de 130 litros por persona por día). El dato alarmista de los 44 millones viene de considerar como consumo el caudal que Upm señala como óptimo para diluir los efluentes sin generar daños adicionales al estado actual del Río Negro.
Continuando con la cadena de imprecisiones, nos enteramos de que “a pedido de Upm subiremos la cota del embalse, anegando 10 mil hectáreas de tierras productivas”, con lo cual se da por hecho una hipótesis un tanto extraña, que le otorga a Ute un poder premonitorio, puesto que en el año 2016 propuso esa medida con la finalidad de ampliar el embalse, antes de que estuviera definida la posible localización de la planta. Al día de hoy, no está claro si esa iniciativa de Ute se llevará a cabo, pero darla por hecho y cargarla a la cuenta de Upm es una afirmación, como mínimo, especulativa.
Según se nos sigue “informando”, le estaríamos dando a Upm “un tren de uso exclusivo”, cosa que tampoco es cierta. A lo que se comprometió el Estado es a brindarle a la empresa una serie de slots, es decir, la prioridad en una serie de turnos, los que, en el escenario límite, supondrían el 50 por ciento de la capacidad de las vías férreas a construirse. Esto significa que, como mínimo, un tráfico análogo al ocupado por la pastera quedaría disponible para otros usos de carga o de pasajeros.6 Y luego de un par de afirmaciones más, igualmente discutibles, llegamos al golpe de efecto final, todo este esfuerzo infame y entreguista tendría, además, un destino tan indigno como inconfesable: terminar alimentando las cloacas de algún país asiático. Un chiste algo desatinado, convengamos, si reparamos en la nutrida biblioteca que sirve de escenografía, la cual nos permite imaginar un final bastante más honorable.
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Ahora bien, aunque no lo parezca, no es la intención de estas líneas ensayar una defensa del proyecto Upm 2, sino cuestionar un estilo de comunicación que denota algunos vicios profundos y ampliamente extendidos: la idea de que la mejor forma de convencer es extremar al límite los argumentos para potenciar un efecto buscado en el receptor, aunque ello vaya en menoscabo de la rigurosidad y el apego a la verdad. Una concepción bastante vieja que viene contaminando hasta las causas más nobles. Ya hace un par de décadas, cuando le preguntaron a Tim Highman, portavoz del Programa de la Onu para el Medio Ambiente, si existían evidencias para endurecer el lenguaje del reporte de 2001 del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (Ipcc), su respuesta fue que no, pero que “se había querido pasar un mensaje claro a los políticos”. De esta forma, se empezó a cimentar una estrategia peligrosa que confunde exceso con claridad y privilegia una retórica alarmista aun en desmedro de la solidez argumental. Es muy discutible si películas como Una verdad incómoda, de Al Gore, refuerzan una conciencia ambiental sólida o sólo terminan anestesiando al receptor, una vez superada la excitación inmediata que se produce por un shock adrenalínico similar al de cualquier película clase B de cine catástrofe.
El trasfondo de esta concepción no es otra cosa que la vieja idea de que, para incidir en la voluntad humana, parece ser mucho más efectivo acudir a la emoción que a la razón, una secuela no del todo edificante de aquel postulado de David Hume según el cual “la razón es y debe ser la esclava de las pasiones”. Sin embargo, no habría que descartar la posibilidad de que las convicciones que nacen de un impacto emocional producido por un dato fuerte pero poco confiable sean, en realidad, más inestables y estén más propensas a desaparecer una vez descubierta esa debilidad, con relación a las que se generan a partir de una elaboración racional, basada en datos menos dramáticos pero firmes.
Seguramente algunas de las preocupaciones del movimiento “Upm 2 no” comienzan a tener sentido una vez desactivado el amplificador efectista, y existen también razones atendibles desde el otro lado, a favor de la instalación de la planta. Cada uno de nosotros hará su balance asignando mayor relevancia a unas u otras razones. Pero lo que no parece conveniente para nadie es esa manía de andar profetizando escenarios catastróficos inminentes si no se atiende al punto de vista propio. Una práctica que no contribuye en nada al intercambio de ideas ni a la comprensión de los problemas y que termina fatalmente estigmatizando al que piensa diferente.
Cuando se apuesta a la reactividad emocional más básica, planteándose los problemas en términos de “adhesiones pasionales a contraposiciones simplistas”,7 lo que se genera es un caldo de cultivo ideal para el fanatismo y la intolerancia. Y si alguien piensa que todavía estamos lejos de esos extremos, ahí tenemos al ex fiscal Viana, marcando la cancha para que no queden dudas: “Todos los que están de acuerdo con Upm son corruptos, cómplices o ignorantes”, la mentalidad barrabrava ocupando el lugar del intercambio civilizado.
1. Para seguir el hilo de la nota, recomiendo ver el video disponible en https://www.youtube.com/watch?v=dihon-lfews
2. Según un trabajo encargado por la Fao titulado “¿Los eucaliptos son ecológicamente nocivos?”, se concluye que, “después de examinar muy detenidamente las pruebas, es preciso insistir en que no existe una respuesta universalmente válida sobre los efectos favorables o desfavorables de la plantación de eucaliptos”. Disponible en http://www.fao.org/
3. Investigadores de la Udelar concluyeron respecto del consumo de agua, en un artículo titulado “Investigación: eucaliptos comparados con pasturas”, que “un eucalipto consume entre 19 y 44 litros de agua por día, con lo que los investigadores derriban el ‘preconcepto’ que habla de un consumo de cientos de litros de agua por día; su requerimiento de agua es comparable al de cultivos como pasturas, sorgo, maíz y girasol”. Disponible en www.universidad.edu.uy
4. “Impuestos generados por la segunda planta de Upm en Uruguay. Análisis contrafáctico”, Cpa Ferrere. Disponible en www.presidencia.gub.uy
5. “Upm: consumo de agua de nueva planta equivaldrá a 900 mil personas”. Disponible en www.ecos.la
6. En la descripción del proyecto ferroviario, se pueden verificar la carga anual requerida (página 22) y la estimación de carga de Upm (Anexo 1, página 13). Disponible en www.dinama.gub.uy
7. Esta precisa expresión pertenece a Umberto Eco y se encuentra en su artículo “Guerras santas, pasión y razón: pensamientos dispersos sobre la superioridad cultural”.