Es la primera vez que en los Juegos Olímpicos se presenta un equipo de atletas refugiados. Y no es para menos; según datos del informe anual del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), el número total de refugiados en el mundo ya supera los 65 millones, que si se juntaran podrían conformar un país de los bien nutridos. ¿Qué es lo que tienen en común estos diez integrantes del equipo? Simplemente, que han debido huir de sus países de origen para poder sobrevivir. Dos nadadores sirios, dos judokas congoleños, un maratonista etíope y cinco corredores sudaneses conforman uno de los equipos que fueron más ovacionados durante la ceremonia de apertura de este 5 de agosto.
Un artículo presente en la carta que rige al Comité Olímpico Internacional (Coi) señala que sólo los estados y territorios autónomos pueden enviar sus equipos nacionales a las olimpíadas, por lo que este año el Coi hizo una excepción al permitir competir a estos atletas, que en otras ocasiones habrían quedado excluidos por el reglamento. Todos cargan con historias trágicas, los que no huyen de la guerra lo hacen de la persecución política o de regiones hundidas en el hambre y la miseria. De ellos, la que ha obtenido mayor prensa es Yusra Mardini, nadadora siria hoy residente en Berlín. Su historia lo amerita: originaria de Damasco, se entrenó con el Comité Olímpico Sirio, pero su casa fue destruida por los bombardeos, y junto a su hermana debió huír de su país en 2015. Su padre pagó casi 10 mil dólares a traficantes para que las condujeran a través de Líbano y Turquía, y las colocaran en una embarcación rumbo a Grecia. Desde las costas de Turquía, ambas se subieron a un bote junto a otras 18 personas, a pesar de que la embarcación no estaba diseñada para aguantar a más de siete. A los 30 minutos de zarpar a través del mar Egeo, el motor se detuvo y el bote comenzó a hundirse de a poco. Yusra y otros dos viajantes que sabían nadar debieron zambullirse y empujar trabajosamente la embarcación hasta las costas de la isla de Lesbos. Luego de salvar sus vidas (y las de otros tantos) la atleta y su hermana cruzaron a pie Macedonia, Serbia, Hungría y Austria hasta llegar a Berlín, en donde Yusra pudo formalizarse y continuar con su entrenamiento.
Los otros atletas no cargan con un pasado reciente menos árido. Congo sufre un conflicto bélico desde hace 50 años y Sudán una limpieza étnica entre tribus históricamente enfrentadas. Como otros tantos refugiados, el etíope Yonas Kinde no puede dar información sobre las razones de su exilio, pero ha señalado que simplemente: “para mí es imposible volver allí, es muy peligroso”. Pero si se observa bien al Equipo Olímpico de Atletas Refugiados puede notarse una de las cuestiones evidentes por las cuales la prensa se enfoca tanto en la joven Yusra y no en los demás: del grupo, ella es la única que tiene tez blanca, seguramente la razón fundamental por la cual las cámaras la consideren la más “fotogénica”.