La intolerancia frente a la crítica - Semanario Brecha
Diálogo entre partidos: de la diferencia ideológica al catálogo de reproches

La intolerancia frente a la crítica

El ágora está crispada y las capacidades argumentativas no son las que lucen en el debate político. Si bien el Frente Amplio logró marcar la agenda con un encuentro entre los líderes partidarios, el cónclave dejó sabor a poco. El propósito de su impulsor fue empezar a trabajar para evitar el llamado «discurso del odio» y el uso de la desinformación como caballito de batalla. Pero los reproches posteriores aportaron más confusión, ya que parecen evidenciar que lo que se busca impedir es el ejercicio de la crítica y de la oposición como rasgos esenciales de una democracia. Para intentar interpretar el momento, Brecha consultó a Gerardo Caetano y Oscar Bottinelli.

Pablo Iturralde, Pablo Mieres, Guillermo Domenech, Fernando Pereira y Julio María Sanguinetti durante la reunión de líderes de partidos políticos en el Palacio Legislativo. ADHOC, MAURICIO ZINA

Un primer encuentro fallido. Ese podría ser el corolario del espacio impulsado por el Frente Amplio (FA). Un supersticioso dirá que no se puede esperar otra cosa de un martes 13, pero se pueden apreciar otras situaciones menos asociadas al esoterismo. Por ejemplo, que lo que se presentó en realidad como un diálogo tenía como fin un intercambio de posiciones. Aquello de «bajar la pelota al piso» se convirtió en un catártico pase de facturas. Lo cierto es que después del encuentro todo parece estar como en el principio.

La coalición de izquierdas había movido primero con el objetivo de bajar el nivel de violencia en el debate y acordar en la necesidad de utilizar fuentes de información confiables, que no apelen a la mentira para posicionarse en el discurso público. Los casos más notorios en estas lides son los de los legisladores nacionalistas Sebastián da Silva y Graciela Bianchi. Además, con menos bombo mediático, aparecieron en la agenda de la reunión la relación del narcotráfico con la política y el financiamiento de los partidos políticos. Nadie parece oponerse a la regulación de los fondos que nutren la política, pero tampoco nadie decide poner el pie en el acelerador.

A esta altura de los acontecimientos, las declaraciones de los participantes de la reunión son bastante conocidas, así que, con el fin de interpretar las repercusiones del encuentro, Brecha optó por consultar a dos analistas de la política nacional.

LA AUSENTE «PULSIÓN DE VERDAD»

Para el historiador y politólogo Gerardo Caetano, existen señales de deterioro de la convivencia democrática en Uruguay que marcan «un rumbo preocupante». La instalación de un tipo de política en la que la mentira y los discursos violentos se hacen moneda corriente provoca «una suerte de confrontación instalada»: no se trata de «desbordes momentáneos», sino de «modos de actuar que forman parte de estrategias y de prácticas libretadas».

A su entender, la instancia convocada por la oposición es «importante y oportuna». Ahora bien, esto no basta para solucionar el problema. Luego del intercambio, al que Caetano califica como positivo, se dieron «chisporroteos que indican que la mirada chiquita también estuvo». Las chispas que saltaron al final de la reunión dan cuenta de que hasta ahora los partidos no han hecho lo suficiente para «la construcción de una convivencia democrática mucho más amable». Los pases de factura de un lado y otro son un problema, ya que son los propios partidos los que «deben ser más exigentes respecto a la acción de sus propios dirigentes o militantes cuando cruzan fronteras por todos conocidas». Ante estos desbordes, «es un argumento falaz» afirmar que «cada uno puede decir lo que quiere y como quiere». «Si hay dirigentes que desbordan los límites, es porque se los habilita y promueve», sentencia.

En la historia política de Uruguay hubo figuras «que adquirieron un respeto público que trascendía al partido al que pertenecían». Esto se debía –explica– a que eran personas con una capacidad argumentativa y de ejemplificación signada por «una pulsión de verdad» que iba más allá de su colectividad política. «Esas personas que construyeron su posición de ser creíbles hoy son más necesarias que nunca. Cuando se barre para un lado y se calla lo que puede afectar a los cercanos, se pierde la credibilidad pública, que hoy es un bien escaso y hay que defenderlo como nunca.»

Las formas de hacer política con foco en la desinformación, la mentira y los discursos de odio son un fenómeno de larga data. La emergencia de la inteligencia artificial, los algoritmos, el big data y sus aplicaciones en las redes sociales las potencian, con formatos que apuestan a «la polarización más absoluta de la sociedad, la que busca llegar a las posiciones más irreductibles», considera Caetano. Una vez que la sociedad está fragmentada, resulta más fácil orientar esos fragmentos hacia un proyecto político. Este fue, por ejemplo, el mecanismo que posicionó al trumpismo en Estados Unidos «y es lo que se enseña en algunas universidades vinculadas al marketing político».

El fenómeno se ve acentuado por el desarrollo de las redes sociales y las tecnologías de la información y la comunicación. Para el historiador, estas no son las responsables del problema, sino que son los políticos, quienes hacen sus discursos con una forma «deliberada de hacer política». En las sociedades de la desconfianza, con estrategias de polarización, las redes se pueden transformar en «armas de destrucción masiva», asegura. «Yo siempre utilizo la metáfora de Goebbels –una mentira dicha mil veces se transforma en verdad–. Y hoy tenemos instrumentos que pueden repetir las mentiras millones de veces. Entonces, estamos ante situaciones muy graves», interpreta.

El problema parece estar en el lugar en el que se define el ágora moderna. Las polémicas que se instalan en las redes –principalmente en Twitter– construyen la agenda. Pero las redes no son el ágora. Allí no hay representatividad ni participación democrática. No se reflejan las grandes mayorías de la población, pero son «un espacio de amplificación brutal», resume el historiador. Caetano prefiere hablar de libretos y acciones coordinadas más que de personalidades trastornadas o irracionales: «Una de las formas de acción de algunos estrategas de esta nueva política, que a mí me parece deleznable, es construir agendas fictas: a través de lógicas de persecución enfrentan los avatares de la realidad cotidiana con ataques que no tienen que ver con los problemas instalados en la sociedad».

La manifiesta mala intención alarma a Caetano: «Los intelectuales tenemos que debatir con la mejor versión del otro. Incluso para mejorar nuestras argumentaciones. El tema –y es lo que hace que el debate se vuelva imposible– es cuando del otro lado hay una persona –o un troll– que lo único que hace es agraviar. Eso manifiesta la idea de que no importa lo que digas, lo que va a venir es simplemente un agravio. Así no se puede encontrar la mejor versión del otro».

UN SISTEMA POLÍTICO CRISPADO

Desde el último período electoral, Uruguay «está en una situación de crispación del sistema político muy fuerte, en la que, además, muchos de los ataques son de tipo personal», percibe el politólogo y profesor universitario Oscar Bottinelli. Esta situación, en su visión, se diferencia de la que se vivió a finales de la década de 1960 y principios de 1970. En esos momentos hubo «un clima muy duro, pero las acusaciones y los ataques tenían que ver con diferencias ideológicas». Esta nueva situación «dificulta el funcionamiento político y el diálogo permanente» que, tal como explica Bottinelli, fue una «característica del sistema uruguayo».

El diálogo no implica un cambio en las ideas, sino la búsqueda de un entendimiento «en el que cada uno hace el máximo esfuerzo por encontrar los puntos de coincidencia».

El analista reconoce en la propuesta del FA el tercer llamado al diálogo en los últimos tiempos. El primero, en el otoño de 2021, surgió desde el PIT-CNT como una convocatoria al diálogo social. Luego, Cabildo Abierto propuso llamar al Consejo de Economía Nacional, que existe en la Constitución desde 1934; fue reglamentado en 2005, pero nunca se convocó. En estas tres propuestas «lo común es el diálogo», evalúa. En el planteo del FA aparece una preocupación por temas que golpean la convivencia democrática y por otros dos temas que mantienen cierto vínculo: la extensión del narcotráfico y la financiación de los partidos. Son dos temas distintos, pero el «crecimiento del narcotráfico», a su criterio, podría generar una contaminación en el financiamiento de los partidos.

Bottinelli observa que hubo algunas «reacciones un poco reticentes» al diálogo y las sitúa en la órbita del Partido Nacional e «incluso en la figura del presidente de la república». En su análisis, la lectura que impera en el gobierno es que el diálogo es una limitación para la posibilidad de gobernar: «Esto no es exactamente lo que uno considera el preámbulo de un diálogo».

Este tipo de intercambios debe buscar los entendimientos «sin importar qué pasó, quién dijo qué, ni por qué, ni cuándo». «Lo importante es cómo se soluciona el tema de hoy para adelante.» Por esto, «los catálogos de reproches» –como los vistos luego de la convocatoria del pasado martes– no ayudan al diálogo, salvo que lo que se haga sea una catarsis. «El catálogo de reproches termina en que no hay posibilidad de diálogo, de entendimiento. No es una posición dialoguista decir lo que el otro hizo mal.» Desde su óptica, aquí el problema también alcanza al FA, ya que se produjeron reacciones internas contradictorias, como la de los socialistas que cuestionaron la instancia y la consideraron como un «gol en contra» o un pactar con la derecha.

En los últimos tiempos resulta sencillo responsabilizar a las redes sociales y el mosaico de trolls y bots de la exacerbación de discursos intolerantes. Para Bottinelli, los primeros responsables son los actores políticos y sociales que emiten sus discursos: «Una cosa es que las redes sociales sean un grupo de fanáticos que insulte y diga disparates. Otra, que haya figuras con representatividad política haciendo esos ataques y esas groserías». Además, los ataques en redes no son autónomos, describe. Funcionan de manera organizada, como operativos en los que participan también los medios tradicionales y que tienen el objetivo de atacar algo o a alguien.

La intolerancia al otro se convierte en una intolerancia hacia la crítica. Es como si determinados organismos no pudiesen deglutir las posturas opuestas y sobreviniera la inmediata expulsión del agente externo. «Cuando crece la intolerancia, muchos de los actores políticos no toleran críticas», evalúa en este sentido Bottinelli. Se busca instalar en el discurso público que «una crítica de por sí está mal», pero eso «no funciona en un sistema democrático» porque las personas tienen derecho a oponerse. Es que en las elecciones la ciudadanía vota para que alguien lo represente y eso, de por sí, va a determinar que se representen diferencias. Es necesario «entender que todo el mundo tiene derecho a opinar y derecho a criticar con respeto».

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