La llamada esperada - Semanario Brecha

La llamada esperada

↑ Unsplash, Onur Binay

Uno

El celular sonó y vibró, y me bastó con ver quién llamaba para, casi en un instante, saber que el nuevo gobierno confirmaba mi designación como ministro. Tal vez no había necesidad de ese llamado, porque nos conocemos desde hace tiempo y compartimos buena parte de la campaña electoral. Estoy contento. Listo para actuar. Durante años estudié cocina, y estoy convencido de que seré un buen ministro de Alimentación. Mis antecedentes me respaldan, ya que fui consultor en restaurantes de todo el espectro, desde los carnívoros hasta los vegetarianos. Los empresarios, dueños del poder culinario, también me conocen y saben que no haré ninguna locura al comandar las políticas de la cocina nacional. He estado en radios, en televisión y en las redes, a veces compartiendo recetas novedosas y en otras comentando acerca de los platos de otros chefs. Siempre con seriedad. Tengo un plan, una lista de colaboradores y las primeras medidas que deberemos tomar. Así es que estoy preparado, pero no dejé de agradecer la formalidad de la llamada.

Dos

Esperé por muchos días, quizás semanas, hasta que finalmente me llamaron por teléfono. Agradecí con floridas palabras que me contactaran, aunque, después de terminar la conversación, confieso que no me sentía muy feliz. Quería ser ministro, pero me invitaron apenas a ser subsecretario. Sé muy bien que, cuando a uno se lo presenta como «señor ministro», se hace evidente que tiene poder en sus manos. El cargo que ahora me ofrecen es secundario; ni siquiera se sabe muy bien cómo denominarlo, ¿viceministro?, ¿subsecretario? Por esas razones no estaba muy contento; desilusionado, tal vez. De todos modos, pedí un poco de tiempo para pensarlo y volví a agradecer, con frases todavía más floridas. El líder de mi grupo político me había aclarado que mi nombre, junto a otros, estaba en unas carpetas que le entregaron al futuro presidente. Allí se describían mis estudios, mis trabajos previos y mi experiencia. Este llamado confirmó que el líder había incluido mis datos en esa carpeta, así que, mañana, debería telefonearle para agradecerle, empleando otras palabras también floridas. Vuelvo a pensar en el puesto de subsecretario. No sé qué decidir. Soy astrónomo, he trabajado por años en planetarios, y quería ser el ministro de Astronomía, pero me ofrecen ser subsecretario en otra cartera, en el Ministerio de Teatros y Danzas. Tal vez no debería aceptar porque poco o nada sé de esos asuntos. Pero el partido me pide estar en ese puesto, debería apoyarlos, como cuando fui encargado de la agencia de Música, en el pasado gobierno. No tengo experiencia en gestionar teatros, pero miré el sueldo de subsecretario y no está nada mal, porque es mucho más de lo que gano como astrónomo o en la agencia de Música. Además, siendo subsecretario tendré menos dolores de cabeza. Lo seguiré pensando, pero creo que debo cumplir con el partido.

Tres

No tenía participación política, pero sí mi papá, y por esa razón sabía quién era la persona que llamaba cuando timbró el celular. Atendí y escuché con atención su ofrecimiento. Quedé tan pero tan feliz con la invitación; era a un alto cargo en el próximo gobierno, y estoy totalmente convencida de que podría hacerlo. Es más, desde que regresé a Uruguay, sabía que podía ser directora en una empresa, catedrática en una universidad o jefa de una repartición del gobierno. Podría enfocarme, por ejemplo, en liderar políticas sociales, porque había tenido un curso sobre eso en la university, o tal vez en economía, ya que también aprobé esa materia, y hasta en gestión ambiental, por el seminario que allí nos dieron. Me sentía capaz de cualquiera de esas tareas porque tenía mi reciente título de pe-hache-de de aquella prestigiosa university. Me invitaron justamente a dirigir en una de esas áreas. No conozco en detalle lo que hace esa repartición ministerial, pero soy joven y seguro que podré aprender lo necesario en unas semanas. Revisé en la web quiénes son sus funcionarios actuales y la mayoría son veteranos, y ellos no aprenden con la rapidez que yo lo hago. Es que, no sé si les comenté, pero tengo un título de pe-hache-de. Por un momento tuve dudas, no sea que esté exagerando un poquito, pero lo hablé con papá, y me dijo que aceptara sin dudarlo. Claro, él está allá arriba en el partido y conoce todo mucho mejor que yo, y por eso sabe lo que me dice. Me insistió en que podía hacerlo porque, además, tenía el título de pe-hache-de.

Cuatro

Nadie me llamó por teléfono. Sabía que era lo más probable, pero también, debo confesar, esperaba que el teléfono sonara. Había militado en el partido y con mucha intensidad en la campaña. Me habían pedido consejos e informaciones sobre las entrañas del Estado una y otra vez, y siempre cumplí. Soy herrero y trabajo en el Ministerio de la Herrería, y conozco cómo operan sus oficinas. Padecí jefes que desembarcaron desde paracaídas, sabiendo poco o nada sobre los temas ministeriales, incapaces de organizar y motivar equipos; también lidié con compañeros que incumplían sus horarios, vivían enfermos o jugaban a esconderse para no trabajar; disfrutaba del compañerismo de los que tenían puesta la camiseta y empujaban por mejorar. Sabía cómo lidiar con todos esos problemas, tenía más de una idea para renovar este ministerio y soy un apasionado de esos temas. Pero nadie me llamó. Tomé unos cuantos cursos para especializarme todavía más, varios aquí en la universidad y otros en los países vecinos, algunos gracias a becas y otros apelando a mis ahorros. Pero nadie me telefoneó. Imagino los modos para rediseñar el ministerio para el siglo XXI, creo saber cuáles reformas son posibles, quiénes las apoyarían y quiénes las trabarían, justamente por haber estado allí tanto tiempo. Escribí todas esas ideas en los resúmenes que les envié y las compartí en la comisión del programa. Pero nadie me llamó. No tengo padrino partidario, ni madre o padre que me recomienden; ¿será por eso que no me llamaron? –seguramente no, porque nosotros somos distintos–. Me conocen, me felicitan por mis aportes, repiten lo valiosas que eran esas ideas y la necesidad de contar con mi apoyo. Eso había alimentado mis ilusiones de que, tal vez, me ofrecieran uno de los cargos que hicieran posible cambios verdaderos. No llamaron. Leo el diario y dicen que en mi división el nuevo jefe será un panadero. Intenté hablar con algunos para entender qué sucedió, pero nadie atiende mis llamadas. 

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