El velo, o jihab, es objeto de más de una furibunda controversia, y no falta en el mundo gente que lo ve como el símbolo más claro de la opresión patriarcal islámica. Pero también están quienes lo defienden como un rasgo identitario, como una forma de protección, y quienes lo piensan como una señal de modestia y recato.
Es interesante recurrir a lo que las escrituras sagradas dicen al respecto. Una de las razones ancestrales de su existencia estaba en el cuidado de las mujeres, ya que las ponía a salvo del zina, condición existente en todos los hombres y que implica una tentación carnal irresistible que los lleva al acto sexual como reacción a determinados estímulos. Mahoma habría dicho: “Dios ha escrito una porción de zina (fornicación o adulterio) que todo hombre cometerá inevitablemente. El zina de los ojos es mirar (a las mujeres), el zina de la lengua es hablar, el corazón anhela y desea, y luego las partes privadas lo confirman o lo niegan”. Como el hombre cometerá acciones inmorales sí o sí, no queda otra opción para las mujeres que cubrirse y así evitar la acometida. Así pues, la medida impuesta a la mujer por Alá es la siguiente: “Di a las creyentes que bajen la mirada y que guarden su castidad, y no muestren de sus atractivos sino lo que de ellos sea aparente; así pues, que se cubran el escote con el velo. Y que no muestren sus atractivos a nadie salvo a sus maridos, sus padres, sus suegros, sus hijos, los hijos de sus maridos, sus hermanos, los hijos de sus hermanos, los hijos de sus hermanas, las mujeres de su casa, aquellas que sus diestras poseen, aquellos sirvientes varones que carecen de deseo sexual, o a los niños que no saben de la desnudez de las mujeres; y que no hagan oscilar sus piernas a fin de atraer la atención sobre sus atractivos ocultos” (Corán, 24:31).
Hasta aquí no hay nada referente a tapar el rostro, pero según la Sunna, Mahoma habría dicho: “Una vez la mujer alcanza la edad de la menstruación, ninguna parte de su cuerpo debe ser vista a excepción de esto”, y señaló su cara y sus manos. Ahora bien, si interpretáramos de estos fragmentos que la mujer debería tapar su cuerpo e incluso su cara; como bien se señala en el portal religioso Islam y Ciencia, Alá dice asimismo en el Corán (2:256): “No hay coacción en la religión”, por lo que no debería obligarse a nadie, ya sea creyente o no creyente, a acatar estos consejos. Y también (18:29): “Quien quiera creer que crea, y quien quiera negarse a creer, que no crea”, y (10:99) “¿acaso puedes tú obligar a la gente a que sean creyentes?”. Se desprende de esto que una mujer debería decidir por voluntad propia si quiere o no reconocer al islam como religión, y aun si lo reconociera, sería su decisión aceptar o no los preceptos o prohibiciones presentes en las sagradas escrituras.
Pero claro está que los problemas surgen cuando un gobierno o un grupo de poder convierte sus propios caprichos fanáticos en dogmas inamovibles, argumentando que son “mandatos divinos”. Así no se puede discutir, y menos que menos aspirar a un cambio.
Entre las voces más radicalmente contrarias al velo que últimamente se han hecho oír se encuentra la de la asociación feminista Femen, conocida por la visibilidad mediática que obtuvieron algunas de sus integrantes desplegando su topless yihad, con protestas en toda Europa y una furibunda campaña nudista anti-velo y anti-islam. Las respuestas antagónicas no tardaron en llegar, pero quizá la más interesante es la de Musawah, un movimiento de mujeres islámicas de varios países que aboga por los derechos humanos, la equidad y la justicia en “la familia musulmana”. Musawah también se considera una organización feminista, y sostiene que “El problema no está en el islam, sino en la interpretación que los hombres hacen del mismo”.
Muswah es justamente una de las organizaciones detrás de una popular página de Facebook llamada Muslim Women Against Femen (Mwaf), en cuya portada aparece una mujer sosteniendo un cartel que reza: “La desnudez no me libera, y no necesito ser salvada”. Estas organizaciones defienden la jihab y la consideran una opción, una costumbre que, aseguran, muchas mujeres asumen con convicción y sin coacciones de ningún tipo.
En una carta de respuesta, la activista ucraniana de Femen Inna Shevchenko se dirigió a las mujeres de Mwaf refiriendo que prefería hablar con ellas directamente, ya que no duda de que detrás de ellas hay “señores barbudos con cuchillos”, dando amplias muestras de ignorancia y arrogancia etnocéntrica.
La tentación de la generalización es un defecto muy propio del ser humano. Y el mejor remedio para acabar con ella es entrar en contacto y en conocimiento de la pluralidad. Saber que existen islamistas de creencias variadas y con voces muchas veces opuestas, y asimismo feministas de diverso tipo y también en oposición, podría frustrar en parte la mala costumbre de categorizar y colocar amplísimos espectros de gente dentro de parcelas o receptáculos, junto a descalificativos, flechas y carteles de neón.