La mano de obra que te da de comer - Semanario Brecha

La mano de obra que te da de comer

Europa y los migrantes frente a la pandemia.

Migrantes y refugiados en el campamento de Moria, en la isla griega de Lesbos / Foto: Afp, Aris Messinis

A algunos los abandonan en el mar, tanto o más que antes de la pandemia. A otros los mandan llamar, a pesar de la pandemia. A menudo los que reclaman el cierre de los puertos y el cese de los rescates en el Mediterráneo porque “Europa no puede convertirse en un basurero” son los mismos que aplauden el desembarco de los trabajadores zafrales extranjeros, recibidos como héroes.

 “Las organizaciones de rescate ya estábamos criminalizadas antes del covid-19. El virus actual ha sido la tormenta perfecta para ejercer los mecanismos de bloqueo que ya se estaban activando antes”, dijo a comienzos de mes a la publicación catalana La Directa Laura Lanuza, integrante de la tripulación del Open Arms, un buque español que ha salvado a cientos de migrantes escapados de la hambruna o las guerras en África.1 Desde el 6 de abril, fecha del último salvataje en alta mar, realizado por el Aita Mari, no hay barcos de rescate operativos en el Mediterráneo, donde en 20 años se han ahogado al menos 40 mil personas.

Por causa de la pandemia, la Unión Europea ha cerrado sus puertos y blindado aun más sus fronteras exteriores. Alarm Phone, una Ong que alerta sobre migrantes en peligro y colabora con rescates, comprobó abandonos de pateras y barquitos a la deriva por parte de los gobiernos de Italia y Malta a lo largo del mes de abril. “Un barco fue devuelto a Libia, pero 12 personas no sobrevivieron: cinco por deshidratación y hambre, las otras siete desaparecieron. Las que sobrevivieron fueron llevadas de vuelta a Libia y están traumatizadas en centros de detención”, dijo a La Directa Ina Fisher, de Alarm Phone. La asociación publicó a comienzos de mes un comunicado que tituló –sin dar lugar a duda alguna sobre lo que está sucediendo actualmente casi que en silencio– “La excusa del covid-19: la no asistencia en el Mediterráneo central se convierte en la norma”.

Hoy más que nunca, dice por su parte Sonia Ros, portavoz de Stop Mare Mortum,el Mediterráneo “es un espacio de no derecho, además de un gigantesco cementerio”. Su asociación promueve “vías legales y seguras para ordenar las inevitables migraciones e impedir que quienes migran o buscan refugio se tengan que tirar al mar y recurrir a las mafias para poder llegar a un territorio que consideran seguro”. Stop Mare Mortum reclama, por ejemplo, que la UE adopte de una vez por todas una “política de responsabilidad compartida y solidaria” sobre el fenómeno de las migraciones, similar a la que se plantea para la pandemia. “Los países del sur no pueden quedar solos en esto.”

Y es lo que ha pasado con Italia, Malta, Grecia, los principales receptores de los migrantes llegados por mar. “Lo que hace la UE para descomprimir a esos países es intentar sacarse el problema de encima comprando la colaboración de Libia, a la que le ha dado dinero para que su Guardia Costera se lleve de vuelta a los migrantes a su territorio. Después poco le importa lo que hagan los libios con esa gente, que queda por años en campamentos a merced de mafiosos, traficantes de personas, redes de prostitución, o se pudren de a poco. Y también se hace la desentendida con lo que pasa con los refugiados en Grecia, objetos de represión y de malos tratos constantes”, denunció el eurodiputado Miguel Urbán, dirigente de Anticapitalistas de España.

Más de cien Ong griegas lanzaron esta semana un llamamiento para que se les permita volver a trabajar con los refugiados en los campamentos montados en la isla de Lesbos. “La nueva normalidad que venga tras el fin del confinamiento debe incluir el fin de las violaciones a los derechos humanos en las fronteras. Salgamos de la crisis del covid-19 superando la anormalidad anterior”, reclamaba Urbán en su perfil de Twitter.

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Pero a otros migrantes los van a buscar. Los necesitan como el agua en las zonas agrícolas de la Europa más o menos rica. Italia, España, Francia, Alemania, Austria, Reino Unido convocan todos los años por esta época a miles de europeos de los ex países socialistas, en especial rumanos, búlgaros, albaneses, polacos, moldavos, pero también tunecinos, senegaleses, indios, marroquíes, para la cosecha de frutillas, duraznos, espárragos, ciruelas. Y todos los años llegan puntualmente esos migrantes a cambio de un salario correspondiente a poco más del mínimo en los países occidentales, pero que a ellos les significa un ingreso que puede llegar a equivaler a todo lo que cobran habitualmente en un año. O más. En Rumania, un tercio de la población vive en la pobreza y casi sin protección social, y desde el comienzo de la pandemia se han perdido 1 millón de empleos adicionales. Los llamados desde el extranjero son más que una válvula de escape, y el propio gobierno promueve esos “desahogos”.

“En mi pueblo, todo el mundo se va a trabajar al extranjero. Acá no hay empleo, ayudas sociales, el Estado está totalmente ausente”, dijo un trabajador rural originario de Bunești-Averești, un pueblito del este rumano, una de las zonas más pobres del país, al portal francés Mediapart, que el 3 de mayo consagró un informe a este tema. El hombre, que todos los años desde 2005 trabaja unos meses en Italia, este año tuvo que volver precipitadamente a su país, al igual que 250 mil de sus compatriotas, cuando las fronteras comenzaron a cerrarse. Cuando habló con el medio francés, se disponía a viajar a Alemania.

“En Europa se necesita una mano de obra muy numerosa, ruda y experimentada, y dispuesta a trabajar a ritmos y en condiciones que un trabajador europeo occidental medio ya no acepta. Y para los migrantes la necesidad tiene cara de hereje”, dijo a comienzos de mes un dirigente del sector rural de la central sindical española Comisiones Obreras a una radio de Castilla y León.

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Lo curioso del caso, o no tanto, fue que los primeros que pusieron el grito en el cielo este año porque el cierre de fronteras pospandémico impedía el arribo de los extranjeros fueron los propietarios de campos de Lombardía y Véneto, dos regiones italianas gobernadas por La Liga, partido muy xenófobo, muy racista, muy ultra, liderado por el ex ministro del Interior Matteo Salvini. Una tercera parte del millón de personas que trabajaron en el campo italiano en 2018 fueron extranjeros y a buena parte de ellos los fueron a buscar expresamente a sus países de origen. Este año se les hizo muy difícil, pero muchos llegaron, y fue una fiesta en pueblitos donde los esperaban con los brazos abiertos.

En la poderosa Alemania, los rumanos valen oro en estos meses de cosecha de espárragos, verdura fundamental, si las hay, en la alimentación teutona. El 2 de abril, la ministra alemana de Agricultura, Julia Klöckner, anunció que para 80 mil trabajadores extranjeros no correría el cierre de fronteras ni tampoco ninguna medida de confinamiento. Y cinco días después comenzaron a llegar rumanos por millares al aeropuerto de Berlín.

No pocos provenían de Suceava, epicentro rumano del nuevo coronavirus. La ministra prometió que todo se haría “en el más estricto respeto de las leyes laborales alemanas y la protección de todos contra la pandemia”, pero periodistas de Panorama, un programa de la televisión pública alemana, descubrieron que esos migrantes trabajaban en grupos de hasta 45 personas, eran trasladados en ómnibus repletos y sin barbijos, y vivían en unos pequeños contenedores en los que el distanciamiento social era simplemente inaplicable. Igual que en cualquier año normal.

“Los trabajadores extranjeros son asalariados de segunda clase aquí en Alemania, y más aun los zafrales”, dijo Szabolcs Sepsi, integrante de Faire Mobilität (Movilidad Equitativa), un sindicato que representa a los migrantes de Europa central y oriental. En la era pandémica nada cambió. El panorama más bien se ennegreció, porque las protecciones prometidas no se cumplieron. A los pocos días de haber llegado a Berlín, un trabajador rumano se contagió el coronavirus, ya extendido en las granjas alemanas, y murió. Otros cinco dieron positivo, pero debieron seguir trabajando. “No pareció importarles a las autoridades que millares de personas trabajaran, comieran y se lavaran en espacios reducidos. Lo que importaba era que tuvieran poco contacto con la población alemana”, apuntó Sepsi. Pero tampoco eso, porque para poder aprovisionarse los extranjeros se veían obligados a desplazarse a hurtadillas a los comercios locales: en las granjas sus patrones les vendían los productos de primera necesidad al triple de precio que en los supermercados del pueblo.

“Mientras los países ricos de la Unión Europea se organizan para hacer venir a trabajadores extranjeros a bajo costo, la situación de estos y de sus países de origen los tiene sin cuidado”, señaló Mediapart. El portal francés consignó que los trabajadores rumanos debieron hacerse cargo de sus gastos médicos, algo que bien habrían podido asumir los agricultores germanos, a los que se les redujeron sus cotizaciones sociales en una tercera parte. “El colmo, cuando se sabe que desde 2007 hay una masiva emigración de personal médico rumano hacia Alemania para atender a la envejecida población alemana.” La realidad es más o menos similar en Reino Unido, en Austria, en Francia.

Los migrantes deben enfrentar otro problema: cuando vuelven a su país, a menudo con más dinero que los locales, es común que se los discrimine, al igual que les sucede a miles de salvadoreños, hondureños o guatemaltecos cuando deben dar marcha atrás al rebotar en México, que los está rechazando masivamente desde hace meses tras su acuerdo con Estados Unidos.2 “Volvieron del extranjero, infectaron a la mitad del país, contaminaron al personal médico y ahora se van otra vez a cosechar espárragos. ¿Qué se creen que son?”, comentó semanas atrás el técnico de fútbol rumano Marius Șumudică sobre sus compatriotas migrantes. Son muchos los que en Rumania acusan a estos migrantes de haber importado el virus. Tal vez la mayoría sean pobres. “No hay como las crisis para que se azucen los enfrentamientos de pobres contra pobres”, constató Szabolcs Sepsi.

1.   Sobre la odisea previa del Open Arms y otros buques de rescate, véanse “Fortaleza flotante” y “A los pies de la fortaleza”, Brecha, 20-VII-18 y 23-VIII-19.

2.  Sobre el acuerdo migratorio y las “devoluciones” en las fronteras, véase la cobertura de Eliana Gilet en Brecha, 14-VI-19, 12-VII-19 y 9-IV-20.

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