Para 2020, la meta es alcanzar cinco millones de vehículos eléctricos en las carreteras de China, informa el portal Econews. Los vehículos tienen derecho a una exención de un impuesto del 10 por ciento de compra, así como placas de matrícula gratis emitidas en ciudades como Shanghái, donde las placas de un coche de gasolina convencional pueden costar alrededor de 12 mil dólares.
En la historia, las sucesivas matrices energéticas acompañaron el ascenso de las nuevas potencias. La máquina de vapor, en la que se basó la primera revolución industrial desde fines del siglo XVIII en Inglaterra, aceleró su desarrollo económico así como el de varios países de Europa occidental. A partir de 1890, en el período del ascenso de Estados Unidos al rango de primera potencia mundial, la máquina a vapor impulsada por carbón dejó su hegemonía a los motores de combustión interna impulsados por hidrocarburos derivados del petróleo.
Al parecer vivimos un momento de honda transformación energética, simultáneo al ascenso de la potencia asiática. China sola produce un tercio de la energía eólica del mundo, un 50 por ciento más que Estados Unidos y casi tres veces la de Alemania. Pero crece a un ritmo exponencial: en 2014 representó el 41 por ciento de toda la energía eólica instalada en el mundo, frente a sólo el cinco por ciento de Estados Unidos.
En cuanto a la energía fotovoltaica, de origen solar, el país asiático se posicionó en el primer puesto junto a Alemania, superando a Estados Unidos pese a haber comenzado más de una década después. Según informe de la Unión Española Fotovoltaica (Unef), China instala un tercio de la potencia de energía solar anual. Para Wikipedia, China “produce aproximadamente el 23 por ciento de los productos fotovoltaicos que se fabrican en el mundo”.
La enorme capacidad financiera de China hace la diferencia. Mientras Europa naufraga en su sexto año de crisis y la deuda de Estados Unidos supera el 100 por ciento de su producto bruto interno, la potencia asiática tiene las mayores reservas del planeta: cuatro billones de dólares, 90 veces el producto de Uruguay y el doble que el de Brasil. Una parte de esa enorme capacidad financiera se vuelca hacia los coches eléctricos, los que tienen más futuro. Para 2016, el mayor emisor de carbono del mundo está imponiendo que al menos el 30 por ciento de los nuevos vehículos del gobierno estén alimentados por energía alternativa. Para eso debe superar algunos escollos. El principal es la insuficiente cantidad de estaciones de servicio para recarga eléctrica.
Para eso usa sus reservas y su abrumadora capacidad productiva. En 2002, China fabricaba tres millones de vehículos, frente a 12 millones de Estados Unidos y diez de Japón. En 2014 China superó los 23 millones de vehículos fabricados mientras Estados Unidos, que aún no se recuperó de la crisis de 2008, apenas alcanzó otra vez los 12 millones y Japón se quedó en diez. Con semejante panorama, las energías alternativas tienen un mercado asegurado en China, que se permite subsidiar hasta 10 mil dólares en la compra de autos eléctricos.
No pocos observadores estiman que la actual caída de los precios está indicando “el fin de la era de todo-es-petróleo” (Geab 90, 15 de diciembre de 2014). El boletín del centro de pensamiento europeo anticipa que la transición hacia el coche eléctrico habrá alcanzado un punto de inflexión en los próximos cinco años. Alemania es el único país occidental que va por el mismo camino de China, al haber apostado por las energías renovables y dejar de lado el paquete petróleo-gas-carbón-nuclear.