Cada 20 de mayo hay una palabra que resuena: memoria. A varios músicos no nos toca recordar, porque nacimos más tarde. Pero sí nos convoca mantener los recuerdos de otras personas mediante la escucha, el contacto, el abrazo, para que, al menos por un momento, vivamos en carne propia eso que hace que haya madres y abuelas cuyas edades casi triplican las nuestras, pero que se han forjado en acero inoxidable; o para entender quiénes somos, por qué sentimos esta angustia que a veces no sabemos de dónde viene. Para algunos, esa transferencia necesita volverse música, generalmente canción, no solo como un deber, sino también como una necesidad y una devolución: tu recuerdo seguirá plasmándose en los míos. Para ilustrar esos procesos, Brecha se contactó con cinco cantautores contemporáneos que intentan mantener viva la llama a través de alguna canción, cada uno con su impronta, y logran un repertorio tan diverso como aquellas personas que debemos recordar.
Aunque es de las más jóvenes de una nueva generación de cantautores, ya hace varios años que Papina de Palma anda por la vuelta. Sus canciones son conocidas por evocar una alegría poco imaginable en un Montevideo como el nuestro. Sin embargo, el año pasado decidió dar un giro, tal vez no tanto estético, pero sí vinculado a su sentir con respecto al lugar que quiere que ocupe su música en este país. Con ello vino la canción «La memoria»: «El tiempo pierde su linealidad si faltan pedazos del cuento/ ¿Cómo saber quién soy si olvido lo que fui?/ El pasado es también lo que está por venir./ Memoria guardiana, la historia nos sana, el futuro no llega sin vos./ Memoria olvidada, tu ausencia condena, no hay amaneceres sin vos. […] Ni una margarita se marchita en esta canción./ Hay gente que no está y está presente./ El futuro que soñamos acá no deja ninguna historia sin contar./ El futuro que soñamos tiene memoria».
Cuenta Papina: «Es importante acordarnos. Lo es como símbolo político, en el plano de lo enorme, como quien pide MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA, así, con mayúsculas, para que se parezca más al pedido que grita un pueblo, y también en el plano de lo chiquito, lo cotidiano. Hay madres, padres, tías, hermanos, tíos, hermanas y amigues que extrañan a alguien que, al margen del símbolo en el que nuestra historia más oscura lo ha obligado a convertirse, tenía ocurrencias y chistes, un plato favorito, una manía, una canción pegada, una anécdota insólita. Es importante acordarnos, porque el futuro se construye sobre los cimientos que nos ofrece la memoria. Recordar para no repetir. Recordar hasta que nos digan qué pasó, dónde están, hasta que se complete el relato y sepamos adónde llevarles las flores».
Gonzalo Deniz tiene canciones sobre este tema de allá por 2010 y 2017. Pero en ese entonces era Franny Glass. El año pasado decidió volver a ser Gonzalo. Lo interesante es que con ese proceso vino la canción «Hay cosas que el tiempo no va a curar», que evoca la fecha del 20 de mayo, como si su reclamo de verdad necesitara que él la dijera con su verdadera identidad: «Qué son mil años luz para la eterna noche, qué es un verano al sol para cualquier reproche./ Diste otra vuelta al sol, juraste ser más fuerte, diste otra vuelta al bar, nadie volvió a verte./ La luna se arrancó de un golpe de la tierra, la noche se cerró, la herida no se cierra./ Y brilla nuestra cruz tan vieja como el cielo, los que allá arriba van, los que están en el suelo./ Hay cosas que el viento no se va a llevar, hay cosas que el tiempo nunca va a curar». Le dice a Brecha: «Quise escribir sobre la pérdida. Y al salir de la experiencia individual y pensarlo como una cuestión colectiva, eso, inevitablemente, me llevó a nuestras cuentas pendientes como sociedad. Son heridas que al tratar de dejarlas atrás, más que un asunto del pasado, se convierten en una característica del presente, en algo que no se quiere nombrar, pero que está a la vista de todos».
Después de varios años, en 2021 Nicolás Guazzone lanzó su disco Mudo, un relato del Uruguay de las últimas dos décadas, pero a través de ojos que heredan la historia de la izquierda uruguaya. A él le tocó de cerca lo que se recuerda cada 20 de mayo. El tema que da nombre al disco es una obra de 30 minutos en la que escuchamos estas palabras: «Qué silencio largo/ Vidalitay/ ¿Cuál es tu presente?/ Vidalitay/ Este trago amargo/ Sin embargo/ Persistente/ La gente te busca/ Tanto rebusca/ Que en forma brusca/ Te hará congruente». «Aparezcamos. Quiero vivir en un mundo en el que todos estemos aparecidos. Un mundo en el que nadie desaparezca por hacer, por sentir, por pensar o por ser diferente. Quiero vivir en un mundo en el que el silencio no sea la consecuencia directa de la desaparición del otro, sino el espacio en el que escuchar a ese otro, en el que ese otro pueda ser y manifestarse. Hay muchas formas de ser desaparecido. Quiero vivir en un mundo en el que todos aparezcamos», dice Nicolás.
El título del último disco de Fabrizio Rossi lo dice todo: Recuerdos del Uruguay. Su memoria parece mezclarse con la herencia de otras personas, diluyendo el yo en una serie de preguntas que resuenan en la melancolía de cada persona que escucha su música. «Aeromar 1978» dice así: «Dijo la abuela que en el fondo creció un zapallo que parece un huevo./ Mamá sonrió apenas salieron para afuera a mirar el huerto./ Nacerá un día un tiempo nuevo donde ya no exista este dolor inmenso./ Suena el teléfono verde a lo lejos y nadie se anima a atenderlo./ Mamá y la abuela se dan un abrazo abajo de la higuera».
«El disparador es el secuestro y la desaparición de mi tío Hector Giordano a manos de los militares en 1978 en Buenos Aires, pero el texto nunca hace referencia directa a ese hecho en sí, sino a una escena familiar en la casa de Durazno en la que mis abuelos criaron a la familia. Es un encuentro entre mi madre y mi abuela. La terrible noticia parece haber llegado recién. Y en medio de ese dolor e incertidumbre, surge como una visión casi irreal la esperanza, la idea de un tiempo nuevo en el que todas esas tremendas injusticias sean resueltas, saldadas o al menos aclaradas y asumidas por quienes las cometieron, cosa que hasta el día de hoy sigue sin pasar. En mi familia esto ha sido un sentimiento constante de lucha, rabia y dolor. Pero siempre admiré la firmeza con la que se enfrentaron a todo el miedo y la locura de esos sucesos, sosteniendo hasta hoy esa esperanza de justicia. Aeromar era el nombre de unas pastillas que mi madre tomaba para evitar los mareos cuando viajaba a Buenos Aires para buscar a su hermano en los cuarteles y las cárceles, sin que nadie le diera un dato cierto», cuenta Fabrizio.
Viviana Ruiz quiere recordar tanto la memoria de otras personas como la suya. Madreselva, el disco que presentará el 26 de mayo en el Auditorio Nacional Adela Reta, nos trae relatos, varios desde su lugar como madre, algo que pone la temática en un lugar muy particular, tal vez único y novedoso. En su canción «Tres deseos» podemos escuchar estas palabras: «Cuando a vos te llevaron a mí me contaron que eras un año mayor que la foto, me dicen que tengo la misma mirada./ Cuando a mí me contaron usaron palabras, de esas tan simples que entendimos todos, soñaba que andabas en casa y jugabas./ Y si veo una fuente, si se caen pestañas, si hay algún panadero, y si es mi cumpleaños, y si cruzo los dedos, si me encuentro algún trébol, si se cae del cielo alguna estrella fugaz, siempre pido que vuelvas y nunca llegás».
Cuenta Viviana: «Hay algo de la dimensión cotidiana de los relatos cuando se salen de las grandes consignas y van hacia lo afectivo que me parece muy interesante, especialmente en el mundo de la canción. En ese sentido, hay canciones como “Visitas”, de Rubén Olivera, y “El robo”, de Mauricio Ubal, que son de una generación musical que hizo aportes muy valiosos sobre la temática. “Tres deseos” tiene una gran inspiración en todas esas canciones. Al escribirla, sentí la necesidad de tocar el tema desde una experiencia más cercana a la de mi generación. Ahí entra el relato desde la mirada de una hija de personas desaparecidas. A eso se le sumó la inspiración de haber visto una escena de la película argentina Los rubios en la que la hija cuenta que odiaba todas las situaciones que la llevaban a pedir tres deseos, porque siempre pedía lo mismo: que su mamá y su papá volvieran. La memoria se construye desde el hoy y se sigue reescribiendo una y otra vez, porque es parte de nuestro presente».