“Trágica explosión ocurrió en Suárez. Catorce muertos en una cantera”, titulaba en su edición del sábado 1 de octubre de 1977 El Diario de la noche. En la tapa aparecen los obreros que, ayudados por una excavadora, rescatan los cuerpos sin vida de sus compañeros. Aquella explosión y aquellas muertes nunca se fueron del recuerdo de los vecinos, y vuelven a estar sobre la mesa ante el posible desarrollo de un proyecto al que sus detractores catalogan como “demencial”. Se trata de la reapertura y ampliación de esta cantera de granito ubicada frente a villa La Esperanza, en Suárez, Canelones. El proyecto, paradójicamente presentado también en octubre, pero de 2014, es impulsado por Cementos Artigas, empresa de capitales chilenos y españoles, y busca extraer 168 mil toneladas de granito anuales durante 30 años. Fue catalogado por la Dinama en la categoría C, la que incluye aquellos proyectos “cuya ejecución puede producir impactos ambientales negativos significativos, se encuentren previstas o no previstas medidas de prevención o mitigación”. Según se detalla en el estudio de impacto ambiental, se trata de una operación a cielo abierto, donde el arranque del material se hará mediante explosivos. La ubicación es sumamente controversial, ya que se encuentra cercana a un liceo al que concurren 1.200 alumnos, a los hogares de La Esperanza, la bodega Varela Zarranz y otros emprendimientos productivos históricos de la zona: las chacras.
EN LA CALLE. Algunos más, otros menos, pero la gente en el pueblo sabe que algo puede pasar con la cantera. Que parece que la van a abrir, que no se sabe cómo ni cuándo. Que andan levantando firmas en contra, que hay reuniones. Dos vecinas conversan en la calle principal. La más animada no está segura: “Si la abren como antes, que ni la abran, fue mucho destrozo, muchas casas destrozadas y esa tragedia espantosa. Pero como dicen que ahora la van a abrir con otros materiales, capaz que es mejor. No sé. También dicen que es peor. Vaya a saber cómo termina esto, si no terminamos todos enterrados. Si ya pasó una vez…”. La otra vecina comparte la preocupación. A unos metros, en el quiosco, del otro lado del mostrador, quien atiende apoya la iniciativa: “Yo digo que la mayoría de los que estamos a favor pensamos en las fuentes de trabajo, no es en otra cosa que pensamos”. “Debo ser la única hasta ahora que está a favor, de la gente a la que le preguntaste”, dice, y es cierto. El vecino, que entró a hacer la quiniela, también se opone: “Esperemos que no se abra, es un desastre. Ruido, movimientos de las casas, rajaduras, no sé si la nueva técnica será mejor, pero por algo las fuerzas vivas del pueblo se movilizan y no la quieren, no es caprichoso eso”. Cuando se va entra Ramona, de 80 años, que anda “embromada” y se está haciendo nebulizaciones. “Yo voy a firmar que no. Si fuera a dar trabajo a la gente que está sin trabajo sí, pero si esto es para ellos, para llevarse la piedra”. Para otra vecina, que entra y saluda cariñosamente a Ramona, la reapertura “es un horror, está muy cerca de la gente”. Ella tampoco puede borrar de su cabeza la tragedia.
LAS AUTORIDADES. La Intendencia de Canelones se opone a la reapertura de la cantera. Así lo expresó por escrito a la Dinama en la etapa de puesta en manifiesto del proyecto. Consultado por Brecha sobre los fundamentos de la decisión, el director general de Gestión Ambiental, Leonardo Herou, expresó: “Es una actividad que entendemos que no es adecuada para el entorno donde se va a realizar. El cuestionamiento no tiene que ver con la empresa ni el tipo de actividad que realiza, sino con el entorno, que es suburbano, cercano a viviendas, al movimiento de escolares y liceales, y cercano también a una de las actividades tradicionales de nuestro departamento, como es la vitivinicultura”. Y agregó: “Estos factores nos llevan a plantear con claridad y con firmeza que para el gobierno departamental de Canelones no es conveniente que esta actividad se desarrolle en este lugar”. La argumentación del municipio va en la misma línea. El Concejo decidió “por unanimidad de sus miembros manifestarse en contra del proyecto planteado por Cementos Artigas SA”. Entre otras cosas “por la cercanía de la cantera con la planta urbana”, “por el tránsito de gran porte que una empresa de estas características requiere” y “por la infraestructura vial deficitaria con la que contamos en los cuatro puntos cardinales”. El nuevo alcalde de Suárez –que asumió el 10 de febrero pero trabajaba como concejal cuando se presentó el proyecto– expresó: “Como municipio nos oponemos (…), porque nuestro deber es velar por la seguridad de los vecinos. Cuando nos enteramos llamamos a una reunión urgente y luego vino la audiencia pública. El proceso estuvo mal hecho, Cementos Artigas dijo que estaba todo aprobado, y que supuestamente habían hablado con los vecinos y estaban de acuerdo. Eso es una falsedad”. Y agregó: “No es el lugar adecuado para hacer un proyecto de este tipo, vendría un mal para toda la ciudad de Suárez y las zonas aledañas”. Mientras la resistencia social crece, el proyecto continúa a estudio en la Dinama.
GUEVARITA. “Los vecinos no teníamos conciencia de la gravedad de esto. Si nos van a meter una mina entre Suárez, Toledo, Sauce, Camino Buero, Las Villas, estamos hablando de más de 15 mil personas. Eso lo empezamos a captar en la audiencia pública y después, estudiando. Y ahí empezamos a organizarnos en un proceso muy importante, que permitió que surgieran vecinos movilizados en cada uno de estos lugares”, explica Álvaro Jaume. A él, activo participante de la Asamblea Nacional Permanente a través del colectivo en defensa de la tierra de Sauce, y opositor a la minera Aratirí, el destino le puso una explotación a cielo abierto a 800 metros. A su lado está Pablo, que vive en Toledo, y con sus 24 años se suma a la lista de los que quieren tener su pedazo de tierra para trabajar. Era peón en una quinta de frutillas y hortalizas. Le gusta trabajar la tierra y lo dice con orgullo. Cuenta que están trabajando fuerte en la difusión, en acercarles información a los vecinos. Puerta a puerta. “Hoy en día estamos viendo la preocupación de la gente, las ganas de enterarse. Muchos vecinos nos decían que no se habían enterado de nada. Y era obvio, porque no se había difundido”, dice Pablo, y Álvaro agrega: “En la medida en que explicamos lo que es, nos hemos encontrado con muy poquitos casos de personas que defienden el proyecto”. Interviene Juan Carlos: “Muchos jóvenes escuchan que abre una empresa de esas y pueden pensar que puede haber una fuentecita de trabajo para él o algún familiar, y es entendible. Pero en este caso son 13 puestos de trabajo. Cuando supe eso dije ‘pará’ ”, exclama, estirando la a (en el estudio de impacto se explicita claramente: los puestos de trabajo son 13). Pero el principal cuestionamiento de Juan Carlos se expresa en un breve relato, en la porfiada voluntad de no volver a vivir lo que vivió en el 77. Porque él cargó los cuerpos de sus compañeros. Cuenta que no veían a más de dos metros de distancia, que se guiaron por los quejidos. Y que se estaba apurando a terminar una planchada que estaban rellenando, para luego bajar al pozo, porque ese día venía la prensa, cuando escuchó la explosión. “Yo no estoy en contra de nadie ni a favor de nadie. A mí lo que me quedó adentro es que Guevarita nunca más apareció, está ahí abajo”, dice recordando a Heriberto Guevara, un chiquilín de 18 años que trabajaba en la cantera y aún continúa desaparecido. El recuerdo se impregna en el presente. Y Pablo lo siente sin haberlo vivido: “Este es un plan de desmemoria”, dice. Frente a él, Juan Carlos –que sí lo vivió– se pregunta: “¿Para qué?”. Y es que si hubiera terminado un rato antes aquella planchada, hoy no lo estaría relatando.