—Los niños están muy abastecidos de expectativas adultas; incitarlos a filosofar les agrega peso.
—Creo que nuestra propuesta supera por lo menos dos de esos presupuestos, el de la filosofía como peso y el de una pertinencia circunscripta a adultos. La actividad filosófica tiene que ver con la curiosidad, el deseo de saber y las preguntas que los humanos de todas las edades nos formulamos hasta sin querer. Los niños son grandes interrogadores de todo lo que los rodea, aunque los sistemas educativos estén organizados, en general, para ir aplacando esa energía. Y vaya si lo consiguen, como sabemos los adultos. Entonces, en ese aspecto, filosofía con niños es un programa contrahegemónico que ha enfrentado, cómo no, resistencias importantes, pero hoy tiene cinco grupos funcionando en distintos departamentos, y planea un encuentro nacional en setiembre.
—¿Cómo adecua su metodología a la etapa infantil?
—Denominamos a nuestro dispositivo de trabajo “comunidad de indagación”, donde las respuestas funcionan como nuevas preguntas. Además de conceptos filosóficos, procesamos reflexiones sobre la educación, cómo se enseña, cómo se aprende. Diseñamos currículos completos para acompañar las inquietudes de cada edad; a los niños de 3 y 4 años les interesa, por ejemplo, qué pasa con la naturaleza, plantas y animales, y ahí usamos desde música y juegos hasta cuentos y fábulas, a los 12 años llega lo bueno y lo malo, qué es justo o injusto, y otra vez la literatura es una de nuestras principales aliadas. Por cierto, los niños tienen preocupaciones.
—No en la acepción estándar del término.
—En ellos aparecen como la inquietud por saber cómo funcionan las cosas. Quieren entender tanto como nosotros.
—Filosofar, entonces, es preguntar hasta extralimitarse.
—La pregunta es el punto de partida, luego hay que dialogar con otros y buscar ideas que den cuenta de lo que quiero saber. Y no basta encontrar ideas, hay que trabajar con ellas precisándolas, clarificándolas e incluso produciéndolas, para poder ir alcanzando verdades, a su vez, provisorias y contrastables. Esta experiencia, en tanto colectiva y dialógica, construye democracia, pensamiento crítico y cuidado por los argumentos, porque hay razones mejores que otras.
—¿En qué sentido?
—Coherencia, consistencia.
—¿Ejemplo?
—Un solo ejemplo no basta para sostener una idea, por poderosa que luzca. La realidad siempre la desborda.
—Del botón de muestra, pues, mejor olvidarse.
—Quizás (risas). Si estamos debatiendo, por ejemplo, conductas malas o buenas dentro de la escuela, y aparece la “mala” clásica, hablar mientras la maestra está explicando algo, el ejemplo de que varios alumnos se perdieron la explicación no basta para sostener la idea de que está mal hablar en clase. Habría que agregarle otros, que demostraran que de esa actitud deriva ese resultado en forma constante. Esto es cuidar la argumentación. Otra virtud de nuestro trabajo es que desarrolla habilidades de investigación, conceptualización, razonamiento, interpretación, imaginación, transversales a todo el tránsito escolar. En esta escuela (número 3, José Pedro Varela) concretamos un plan piloto de trabajo con grupos matutinos durante tres años, cuyos alumnos no recibían ningún estímulo de sus hogares, y al término de ese lapso mostraron mejor rendimiento que los del turno vespertino, cuando esa relación había sido, tradicionalmente, inversa.
—¿En qué departamentos trabajan?
—Un colegio de Las Piedras desde fines de los noventa, en Maldonado desde 2000, hay un equipo en Lagomar, en Salto estamos desde 2012, y en Montevideo hay compañeros en la Universidad del Trabajo del Uruguay. Junto a la Inspección de Filosofía de Secundaria estamos elaborando un proyecto de intervención curricular en Primaria; el congreso de setiembre servirá, entre otras cosas, para presentarlo. Pero Filosofía con Niños está inserta en los sistemas educativos de Estados Unidos, España, Brasil, Argentina, México, Finlandia, Japón, el mundo.
—Citaste a la imaginación como una de las habilidades a desarrollar, cuando uno la descuenta vigorosa en un niño.
—Además de imaginativos los niños son lógicos, perfectamente capaces de identificar contradicciones en un planteo. Nos apoyamos en esas capacidades, y en las emociones, para avanzar. No es una operación técnica y “fría”, sino sensible; los problemas, al atravesarnos, nos conmocionan, y la conmoción mueve el pensamiento.
1. Integrado por los docentes Joela Barrios, Tomás Prado, Angélica González, Adán Chiappa, Jessica da Rosa, Joaquín Moraes y Angélica González (filoinfante 2015@ gmail.com).