El 20 de mayo pasado, mientras Uruguay reclamaba por memoria, verdad y justicia, en Buenos Aires se moría Graciela Vidaillac, la exdesaparecida que con su fuga cinematográfica hizo desmantelar Automotores Orletti, el centro clandestino de detención por donde pasaron 154 uruguayos. Lo que no pudo la tortura y las heridas lo logró el coronavirus.
El 2 de noviembre de 1976 Graciela y su compañero, José Ramón Morales, militantes de las Fuerzas Armadas de Liberación de Argentina fueron secuestrados por la patota del paramilitar Aníbal Gordon, que revistaba en ese momento en la temible Secretaría de Inteligencia del Estado, al mando del general Otto Paladino. Conducidos a Orletti, Graciela y José se encontraron allí con el padre de él, su hermana y su cuñado, ya exhaustos por la tortura. Los hombres de Gordon siguieron su faena con la pareja hasta quedar extenuados. Graciela quedó colgada de sus manos atadas. Cuando se dio cuenta de que sus captores estaban dormidos, bien entrada la madrugada, pudo zafarse las ataduras y buscó a José. Lo encontró en la habitación contigua. Pudo librarlo de sus esposas para que tomara un arma de los guardias y emprenderla a los tiros en su fuga. Los familiares de José no pudieron seguirlos. La balacera dentro de Orletti entre fugitivos y guardias dejó a Graciela con una herida en el brazo, lo que no le impidió salir a la calle corriendo semidesnuda mientras José disparaba ráfagas de ametralladora para cubrir la retirada. Cruzaron con lo justo las vías del ferrocarril Sarmiento antes de que pasara el tren y les diera el tiempo necesario para perder a sus perseguidores.
Pudieron salir del país y se exiliaron en México, donde en 1977 Graciela trabajó como secretaria privada del director del diario Uno Más Uno, Manuel Becerra Acosta. En México se cruzó con el uruguayo Enrique Rodríguez Larreta, otro sobreviviente de Orletti, y juntos reconstruyeron el rompecabezas de ese centro de detención, nido del Plan Cóndor en Buenos Aires. José Morales se integró al diario como periodista deportivo, pero su espíritu revolucionario lo llevó a alistarse en la columna sur del Frente Sandinista de Liberación Nacional nicaragüense. Murió combatiendo la dictadura de Anastasio Somoza en 1979.
Graciela volvió a Buenos Aires en 1985, una vez recuperada la democracia. Declaró en octubre de ese año en el juicio a las juntas. Volvió a hacerlo en el juicio por Orletti en 2010 y en el del Plan Cóndor en 2013. Su testimonio permitió avanzar en la lucha contra la impunidad en Argentina y Uruguay. El 20 de mayo se apagó una vida que encendió el camino de la justicia.