Una multialianza es un juego estratégico a varias puntas. Implica que los diferentes actores pueden aliarse con algunos pero no con todos los que están en el juego. Suena complejo, pero es una de las estrategias usadas por algunos países o instituciones que, sin quererlo o a propósito, dibujan alianzas que a veces terminan siendo inconcebibles, por lo que significan o por los miembros que las integran.
Vladimir Putin encabeza un gobierno conservador fundado en la derecha nacionalista de raíz cristiana ortodoxa. Su alianza con la Iglesia y el patriarca Kirill I marca el perfil de este gobierno que combate la homosexualidad, el divorcio, el aborto y todo lo que atente contra las tradiciones. Para Kirill la llegada de Putin fue “un milagro de Dios”. No es para menos, el presidente busca reconstituir algo del viejo imperio ruso-soviético y para ello debe afirmar el nacionalismo conservador. Su asesor Alexander Dugin teoriza a su vez sobre el “euroasismo” como espacio natural de la expansión rusa. El nacionalismo de Dugin, fundado en su intento de crear una “cuarta teoría política” superadora del liberalismo, el fascismo y el marxismo, promueve la simbiosis de la religión con el nacionalismo, afirmado en el “antiatlantismo” y, en consecuencia, contra la cultura occidental. Rechaza los derechos universales y considera que los derechos humanos no son valores sino instrumentos de penetración de Occidente. Putin hizo suyos estos puntos de vista.
A este primer término de la multialianza –cristianos ortodoxos, nacionalistas y el gobierno ruso– se sumó el papa Francisco I. Quien fuera en los setenta capellán de la Guardia de Hierro, un grupo de derecha peronista, no dejó pasar la oportunidad de reunirse con Kirill I en Cuba, luego de mil años de ruptura. Bergoglio y el patriarca ortodoxo bajaron el hacha de guerra y acordaron trabajar en conjunto para proteger a Europa de la penetración islámica, para mantener los valores conservadores en común, rechazando el matrimonio homosexual y las alternativas a la familia tradicional. Sobre el conflicto en Ucrania destacaron la necesidad de reunificar a los ortodoxos enfrentados; una gentileza de Francisco a Kirill, que seguramente busca recomponer una situación que debilita a la Iglesia y a sus creyentes y por tanto a las intenciones de Moscú. El hecho de que el acuerdo se hiciera en La Habana no deja de ser muy sugerente, como veremos.
A esta primera trama de la multialianza se suma un complemento más riesgoso: la nueva derecha radical europea (Ndre).
Putin y las iglesias Católica y Ortodoxa sintonizan con las derechas radicales en su rechazo al liberalismo y a las opciones socialistas que afirman la validez de lo diverso, de los derechos individuales y de la construcción de la persona en clave particular. No es casual que Alain de Benoist, el más importante teórico de la nueva derecha, atienda especialmente el proceso ruso, que entreviste largamente a Alexander Dugin, y que en contrapartida Putin financie a la Ndre.
El Frente Nacional francés (FN) se vanagloria de que el First Czech-Rusian Bank ha concedido al partido un crédito de 9 millones de euros, que ascenderá a 40 millones, como alternativa a los créditos que la banca francesa le negó. Putin financia a Marine Le Pen y, por extensión, a la gran mayoría de la derecha xenófoba europea que, en agradecimiento, apoya sus políticas expansionistas. Rusia y las derechas radicales apuestan al final de la Unión Europea y a la reafirmación de las estructuras nacionales, basadas en opciones conservadoras que van desde el nacionalismo de impronta católica, como la derecha francesa, hasta opciones racistas como el Jobbit húngaro, Alternativa para Alemania y el griego Amanecer Dorado. Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, Donald Trump intercambió elogios con Putin, haciendo público un entendimiento que tiene mucho de peligroso, plutocrático, racista y homofóbico.
Sandinistas, chavistas y cubanos, con el guiño del kirchnerismo, ven un aliado en el conservador Putin y su movimiento nacionalista ultramontano. Los une el antiliberalismo, el antia-tlantismo y la lectura simplista que ve a Estados Unidos como el imperialismo único y causante de todos los males. En consecuencia, Cuba, Venezuela y Nicaragua abrieron sus puertas a la penetración rusa, ofreciendo bases para la “reparación de buques” en 2014. En abril pasado Nicaragua compró 12 sistemas de defensa antiaérea ZU-23-2, dos helicópteros MI-17V-5, así como “un lote” de vehículos blindados, además de firmar múltiples acuerdos de cooperación con Rusia. Los planes del nacionalismo ruso incluyen el ingreso de buques de guerra a los puertos de Nicaragua y hasta la instalación de estaciones para regular el uso de los satélites Glonass. Mientras tanto el jaqueado gobierno de Nicolás Maduro le compró a Moscú 13 helicópteros militares MI-17 y 12 cazas Sukhoi. Rusia afirma así su relación militar con sus aliados latinoamericanos, que se traduce poco a poco en una dependencia logística y económica.
Escorados hacia la “multialianza inconcebible”, los tres países latinoamericanos en cuestión apoyan a una potencia nacionalista conservadora con intenciones expansionistas y, lo más insólito, al movimiento político que desde Moscú financia a la Ndre. Sin ser aliados de Le Pen –ni de ninguno de los partidos de extrema derecha europeos–, cubanos, venezolanos y nicaragüenses apuestan sus tantos a un eje donde sintonizan católicos y ortodoxos, nacionalistas ultramontanos, teóricos de la nueva derecha y un amplio espectro de retrógrados.
¿Cuáles son los pegamentos de esta multialianza inconcebible?
En el próximo Foro de San Pablo el sandinismo buscará cuestionar la vigencia de la democracia representativa. En uno de los borradores del documento base del Foro, los nicaragüenses subrayan que “es vital no perder de vista el carácter instrumental de cualquier sistema político como medio de legitimación del poder de clase, independientemente de quien lo ejerza, y específicamente de la democracia representativa como legitimadora del poder de las clases explotadoras, lo cual fundamenta aun más la necesidad de los cambios estructurales no sólo en el ámbito económico, sino en el ámbito político, en cuanto al diseño del modelo”. El cuestionamiento frontal a la democracia es un síntoma que permite entender la multialianza. Detrás del antimperialismo en clave antiestadounidense, el rechazo a Occidente, la afirmación de valores conservadores cristianos en común –el sandinismo rechaza el aborto–, nicaragüenses, cubanos y venezolanos acuerdan sobre la relatividad de la democracia como valor. Creen en el viejo autoritarismo ortodoxo, tan afín a la Ndre.
El nacionalismo católico, el nacionalismo derechista y el cristianismo en sus vertientes católica y ortodoxa se unen para repudiar al liberalismo. Entendido como el factor determinante de la “decadencia” del Occidente cristiano, es visto desde sus orígenes, y en especial desde 1789, como la razón principal de todas las desgracias. Racionalista y científico, ateo e individualista, el liberalismo y su sistema, la democracia liberal, horadaron las jerarquías y las tradiciones. La Ndre cuestiona la economía de mercado, no por inhumana, y, como la Rusia de Putin y las religiones, plantea el regreso a la nación y a los “derechos colectivos”, tan caros a las sociedades jerárquicas donde la diferencia social es aceptada y querida. La contradicción es grave, pues así como hay un individualismo burgués, solipsista y egoísta, que conduce a la patología narcisista y a la pérdida de sentidos para la vida humana, hay también un individualismo societario que reivindica el socialismo como hijo y heredero de la razón y de la Ilustración que está en la base de todo el pensamiento de Karl Marx: conocer primero y derribar las trabas seculares que desde la sociedad y desde el interior del propio individuo impiden el ejercicio de la libertad.
El gran denominador común de la “multialianza inconcebible” es, al fin de cuentas, su rechazo a la democracia. Hijo del liberalismo, sin duda, el sistema democrático mutó, gracias a las luchas de los pueblos, de su sentido original burgués, excluyente y censitario, hacia un sistema más abierto y plural, afirmado en los derechos políticos e individuales. Las derechas, junto con lo más conservador de las clerecías, ven a la democracia como un atentado al orden, como una violación inaceptable del sistema jerárquico, clasista y conservador.
Por miopía, sectarismo y dogmatismo, la izquierda clásica latinoamericana rechaza o desdeña la democracia. Cuba simplemente la impugna desde la proclamación de Fidel Castro de que el “pluripartidismo es la pluriporquería”. El sandinismo y los chavistas la manipulan degradándola, para ponerla al servicio de sus intereses, que no son necesariamente los del pueblo sino los de la elite dirigente. La Ndre hace de la democracia una “seña de identidad” europea, para contraponerla al temido y odiado islam. Pero la vindicación democrática no implica para ella sino un sistema desde donde la jerarquía, la elite aristocrática autodesignada, dirige los destinos de las personas como mejor le parece. El rechazo o el desdén por la democracia afirmó la “alianza inconcebible”, extraños compañeros de ruta que en su camino atentan contra lo más preciado que tiene el ser humano: la libertad. La libertad sin derechos sociales y sin igualdad económica no es nada. Pero la igualdad económica y social sin la libertad degrada a la persona en su calidad esencial. La historia lo demostró muchas veces.
* Docente. Integrante del Partido Socialista de Uruguay.