En la ciudad de Busan (Corea del Sur) el 28 de diciembre una organización de activistas surcoreanos instaló, tras la aprobación del gobierno local, una estatua frente al consulado japonés. Es la representación de una niña descalza, sentada en una silla, ataviada con un hanbok, traje tradicional surcoreano. A primera vista puede no llamar la atención particularmente, pero si se ojea la placa al pie de la estatua puede comprenderse que se trata de un homenaje a las “mujeres de consuelo” de las tropas niponas.
Tal eufemismo era utilizado por los japoneses para referirse a las muchachas que eran forzadas a la esclavitud sexual durante la Segunda Guerra Mundial. En la mayoría de los casos estas chicas eran secuestradas de sus propias casas, a veces mediante engaños (promesas de trabajo, de dinero, falsos llamados de reclutamiento de “mujeres soldado”) o simplemente a punta de pistola. Las mujeres y niñas eran conducidas a “estaciones de consuelo”, prostíbulos para militares administrados o supervisados por el Ejército Imperial japonés. La razón de ser de estos recintos era, por un lado, mantener más o menos satisfechas a las tropas, y al mismo tiempo prevenir las violaciones cometidas en público por los soldados japoneses, para evitarse así la hostilidad de los pobladores en los países ocupados. De esta manera las violaciones sistemáticas continuaban ocurriendo, pero escondidas, institucionalizadas entre cuatro paredes. Las condiciones de vida en estos sitios era nefasta: una mujer podía llegar a tener que satisfacer a 70 hombres en un día, y en muchos casos eran torturadas y azotadas. Se estima que unas 200 mil niñas y adolescentes (la mayoría coreanas) fueron víctimas de esta trata desde los años treinta, y que aproximadamente tres cuartas partes de estas “mujeres de consuelo” fueron asesinadas o se suicidaron. La mayoría de las sobrevivientes quedaron estériles como resultado de operaciones o de enfermedades de trasmisión sexual.
La policía de Busan había removido originalmente la estatua de bronce de un metro y medio de altura, pero después de recibir reiterados reclamos por parte de ciudadanos enojados, las autoridades locales permitieron su reinstalación este 28 de diciembre. Esto no le cayó nada bien al gobierno japonés, que inmediatamente retiró a su embajador y a su cónsul en señal de protesta. Si bien Japón ya había pedido disculpas oficiales y desembolsó en 2015 una compensación de 1.000 millones de yenes (unos 8,1 millones de euros) para restaurar “el honor y la dignidad” de las víctimas, los activistas se opusieron al pacto, considerando que la cifra era insuficiente; hoy también exigen que el gobierno nipón asuma su responsabilidad legal y pague directamente a las víctimas en lugar de hacerlo a través de donaciones a entidades intermediarias.
La cancillería surcoreana consideró que la reacción del gobierno japonés fue “muy lamentable”, según un comunicado. Por el momento la relación diplomática entre ambos países es tensa y la niña continúa allí sentada, desafiante, esperando desde su grave padecimiento una reacción más satisfactoria por parte del edificio de enfrente y de su vecino país.