La obediencia y sus trampas - Semanario Brecha
Estreno europeo: Las lecciones de Blaga

La obediencia y sus trampas

Atrapada en el vacío económico y emocional, una mujer mayor se enfrenta a las secuelas de una estafa que la despoja de todos sus ahorros. Las vulnerabilidades humanas y las fracturas sociales de la Bulgaria contemporánea son hábilmente presentadas en una película incómoda, intensa y poliédrica que invita a reflexiones acerca del individualismo, la apatía y el desdibujamiento de los valores.

Difusión

La voz al otro lado del teléfono suena imperativa, autoritaria. Se presenta como un policía y le dice a la protagonista, en tono apremiante, que necesita su ayuda para detener a una banda de estafadores. El estado de nerviosismo de ella es visible, progresivo, y esa voz impertinente no da tregua; le habla del peligro de la situación, de la necesidad de que esconda todos sus ahorros en un lugar seguro. Remata asegurándole que el operativo policial tiene circundada la manzana y que lo mejor, para salvaguardar sus ahorros, es que los arroje por la ventana en una bolsa plástica; un oficial la recogerá y luego se la devolverá. La protagonista, en estado de shock, cae en la trampa y arroja el dinero.

La escena es un intenso plano secuencia de extrema cercanía con el personaje que muestra sus idas y venidas presurosas por las diferentes habitaciones de su apartamento. Blaga es una profesora recientemente jubilada cuyo marido acaba de fallecer. Su mayor deseo es comprar una lápida y un espacio fúnebre para poder enterrar las cenizas de su marido y tener un lugar para poder acompañarlo en sus últimos días. Pero, al perder todo el dinero por la estafa, Blaga decide recurrir a métodos poco ortodoxos para recuperar la cifra necesaria para el sepulcro.

Así es que se despliega una suerte de thriller social, digno sucesor del cine de Ken Loach y los hermanos Dardenne, que aparentaría ser, en principio, una indagación sobre las estafas telefónicas y su funcionamiento. El director búlgaro Stephan Komandarev, junto con su coguionista Simeon Ventsislavov, se asesoró con policías, un periodista de investigación que le presentó víctimas de estafas y también con un estafador real que lo instruyó acerca de su modus operandi. En este sentido, la película tiene también un fuerte parentesco con la increíble Compliance, de Craig Zobel, en la que también se presenta una estafa telefónica basada en hechos reales como excusa para investigar los mecanismos psicológicos del pánico y la obediencia.

Komandarev ya había filmado dos películas previas sobre la decadencia de Bulgaria, y esta es la tercera parte de la trilogía, luego de Destinos (centrada en el mundo de los taxistas) y Rounds (el de los policías). Así, esta tercera entrega se ocupa de la tercera edad, pero no lo hace desde un lugar de victimización miserabilista; Blaga es un personaje complejo, difícil de justificar en su accionar actual y pasado. En una escena determinada, un exalumno la reconoce y le señala que, cuando era su profesora, le aseguró que «nunca llegaría a ser nadie». Como maldición o como un karma que se replica, este alumno es ahora el prestamista que podría aprobarle un crédito usurero.

La acción se sitúa en Shumen, ciudad al noreste de Bulgaria, con una población cercana a los 80 mil habitantes y alejada del dinamismo de la capital, Sofía. En este contexto, la plaga de estafas telefónicas es significativa; en una comunidad pequeña el impacto es mayor, ya que se ve socavada la confianza entre los residentes. Este golpe de vulnerabilidad viene acompañado de otro, quizá peor. Tras el robo, Blaga acepta participar en una conferencia policial para relatar en detalle su experiencia, pero lo que parecería un proceder ejemplar de altruismo cívico termina por potenciar su vergüenza. Un periódico local amarillista difunde su caso y la presenta como una señora senil, lo que acaba de minar sus posibilidades de conseguir nuevos trabajos como docente.

Y el mercado laboral es directamente hostil: Blaga no tarda en descubrir que por haber alcanzado los 70 años queda completamente excluida de cualquier tipo de labor, incluidas las tareas de limpieza. Lo que la película permite entrever es que, además, el hecho de ser mayor la coloca en un lugar de blanco potencial para todo tipo de buitres. El mercado se cierne sobre los ancianos en forma de vendedores de servicios funerarios, gerentes de supermercado, periodistas carroñeros. Hay una cualidad de la protagonista sumamente interesante: tiene la manía de corregir a todos quienes incurren en errores sintácticos. Esta inercia contrasta, por un lado, con una ausencia total de poder en los diferentes contextos; por otro, con un progresivo desdibujamiento moral en el propio personaje.

Y es que la protagonista podría intuirse, en un principio, como una representante del viejo mundo; en la primera escena Blaga pide, para la lápida de su esposo –un policía fallecido–, una estrella roja de cinco puntas, en honor a su afiliación marxista. Pero esa estrella corresponde a la mitad de la lápida del fallecido, no a la suya. Aun así, es sorprendente la pérdida de principios de Blaga, quizá un correlato de la sociedad toda. El Monumento a los Fundadores del Estado Búlgaro, una estructura brutalista construida en 1981 como una expresión del orgullo nacional durante el régimen comunista, se erige como un sinsentido ante una Bulgaria sumida en el individualismo feroz y el más despiadado culto al capital.

Una fotografía de tonos oscuros en interiores claustrofóbicos, así como en exteriores amplios pero solitarios, subraya espacios desolados, decadentes. Cabe señalar que Bulgaria perdió un tercio de su población en los últimos 30 años, ya que, como el hijo de Blaga, muchos debieron exiliarse en otros países en busca de mejores posibilidades. Las localidades como Shumen viven el cierre de fábricas, hospitales y escuelas, con una devaluación de la calidad de la educación y los servicios públicos. Esta Bulgaria periférica es el trasfondo que puede vivenciarse en la película; la reiterada visita de Blaga al monumento parece un intento de reencontrarse, de hallar algún vestigio de dignidad en un mundo en el que campean la indiferencia, la negligencia y diversas prácticas abusivas.

La interpretación de la actriz Eli Skorcheva es fenomenal. Skorcheva alcanzó la fama nacional a finales de los años setenta y durante los ochenta, pero optó por abandonar su carrera tras la caída del antiguo sistema político, al verse confrontada con las nuevas exigencias comerciales de la industria cinematográfica. Su vuelta a la pantalla luego de 30 años supone un hito para el cine búlgaro. La actriz logra profundidad emocional y transita complejas ambigüedades; también logra convincentes cambios de registro que hacen de su personaje una figura cargada de significación. Oscilando entre la vulnerabilidad y la fortaleza, entre el dolor y la esperanza, su presencia es clave para la profundidad de una historia tan dolorosa como reconocible. 

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