Sobre ella había comentado el New York Times: “En technicolor, su imagen luce más contundente que una puesta de sol”. ¿Quién podía detener entonces a la pelirroja irlandesa que, entre varios más, se dio el lujo de ser dirigida por John Ford –era la actriz favorita del maestro–, Alfred Hitchcock, Delmer Daves, Jean Renoir, John M Stahl, Sam Peckinpah, Nicholas Ray, Henry King y Carol Reed? Tampoco se quedó atrás con sus galanes, ya que, además de John Wayne, con quien formara perfecta pareja en Río Grande (1950), El hombre quieto (1952) y Alas de águila (1957) –y sin Ford pero con Andrew McLaglen o George Sherman al timón en Hombre de verdad (1968) y Gigante entre los hombres (1971)–, se la vio haciéndole frente a Henry Fonda en El sargento inmortal (1943), Los nueve hermanos (1963) y The Red Pony (1973), con Tyrone Power en El cisne negro (1942) y Cuna de héroes ((1955), con Errol Flynn en Contra todas las banderas (1952), James Stewart en Las vacaciones de papá (1962), Rex Harrison en Débil es la carne (1947) y Alec Guinness en Nuestro hombre en La Habana (1960), por más que fuera a Wayne a quien, en un gran homenaje que se le realizara, Maureen le cantara con su voz de soprano “Estoy acostumbrada a ver tu cara”, tema del musical My Fair Lady.
No le fue entonces nada mal a la muchacha nacida en Dublin con el nombre de Maureen Fitz Simmons y que desde jovencita se adiestrara en las artes, tanto como para que el gran Charles Laughton se fijara en ella y decidiera llevarla a Hollywood para tenerla de compañera en La posada maldita, de Hitchcock, y luego componiendo a la gitana Esmeralda en El jorobado de Notre Dame, de William Dieterle, ambas de 1939. Su belleza y temperamento llamaron así la atención desde el comienzo, tanto como para que John Ford, un par de años después, le otorgara el principal papel femenino de la estupenda ¡Qué verde era mi valle! De ahí en adelante se la vio en títulos como Esta tierra es mía, del gran Renoir, Bufalo Bill, de William Wellman, Simbad, el marino, junto a Douglas Fairbanks júnior, De ilusión también se vive y Niñera último modelo, con el sofisticado Clifton Webb, Lady Godiva (¿quién sino ella se iba a atrever a cabalgar por las calles de la Coventry medieval apenas cubierta por su larga cabellera?) y muchas más en donde, aparte de actuar con consumado aplomo, se la veía defenderse con uñas, dientes y espadas. Siguió trabajando hasta bien entrados los noventa, tanto como para que, hace muy poco tiempo, se le otorgase un Oscar por el conjunto de su carrera. Una carrera que, por cierto, comprende su gitanesca incursión por la Corte de los Milagros de El jorobado de Notre Dame, la contenida bravura juvenil de la damita de ¡Qué verde era mi valle!, la desafiante doncella de El cisne negro, la bien plantada matrona de Río Grande, la fiel esposa de Cuna de héroes y, claro está, la campesina irlandesa dispuesta a ponerle todos los puntos sobre las íes a un John Wayne decidido a hacerla su esposa en la sin par El hombre quieto, un Ford que, como el vino, cada vez sabe mejor. En todas ellas Maureen se hizo ver y escuchar. Y cómo.