Una primera escena luminosa a bordo de un barco –un niño que intenta pescar algo mientras un hombre bromea con él con un diálogo absurdo– se continúa enseguida con el retrato de la rutina de un conserje, de esos que destapan cañerías, arreglan enchufes, pintan puertas. Lee Chandler (Casey Affleck) es ese multioficios guapo, callado e inexpresivo que luego de su trabajo va a un bar a emborracharse metódicamente, y si cabe, a darle una trompada a alguno que a su entender lo mira demasiado. Una llamada lo hace dirigirse a Manchester by the Sea, su marítimo pueblo de origen; al llegar se entera de que su hermano ha muerto, y dejó el pedido de que él sea el tutor de su sobrino de 16 años, el que aparecía en la escena del barco siendo niño. Lo que sigue es la convivencia con el adolescente –en una rutina donde el duelo se esconde– y con algunos habitantes del pueblo, y la necesidad del hosco Lee de escapar de ese encargo: él quiere volver a su silencio, a su vida mecánica. Intercalados con las distintas escenas de ese presente, una sucesión de raccontos van trayendo pedazos de la vida anterior de Lee. En uno de ellos está la explicación de su forma de ser, la tragedia –lo peor que le puede pasar a un ser humano– que lo llevó a vivir siempre dentro de una coraza.
El guionista y director Kenneth Lonergan desarrolla con calma un libreto muy bien trabajado, en el que los silencios valen tanto o más que las palabras, donde los momentos más duros pueden disparar instancias de humor, no de humor buscado sino el que puede salir de la torpeza o el absurdo de las situaciones –por ejemplo, en la secuencia más fuerte de la película, las dificultades para meter una camilla en la ambulancia, o la escena en la que el casi mudo Lee es forzado a hacer frente a una mamá que busca comunicación–. La marcada contención del relato, el cómo se va dosificando la información que recibe el espectador, contrasta con el subrayado expuesto de la banda sonora, por ejemplo el adagio de Albinoni en la parte más dramática, recurso extremo al que pocos directores se atreven (uno de los pocos que usan temas concurrentes con lo que se está viendo, sin desdeñar algunos considerados cursis, es Wong Kar wai). Aunque el relato está centrado sobre todo en tío y sobrino, todos los secundarios –desde las mujeres a las que Lee les hace arreglos hasta los policías que lo interrogan, pasando por el buen amigo, las novias del muchacho y, sobre todo, la ex esposa de Lee– tienen una presencia trabajada y necesaria. La apuesta al actor principal es a fondo; Affleck debe expresar a pura mirada tormentas interiores que no le es permitido contar con palabras, su “tono”, esa cosa estoica y dura de su personaje, marca el tono y el ritmo de la película. Posiblemente es por eso que ésta viene recogiendo adhesiones y rechazos tan extremos; ese dolor encapsulado a algunos les llega en profundidad, y son impactados por su omnipresencia; a otros no, y si éste es el caso, se ve confrontado a un relato que le resultará impostado y vacío. Como esta cronista se ubica en el primer grupo, aclara que de las películas que competirán en el Oscar esta es la que, por ahora, le resulta la más contundente. No es común en el cine en general, y en el de Estados Unidos en particular, un filme sobre la pérdida y el duelo que deje fluir el dolor de esa manera, como casi imperceptibles chorros oscuros en un paisaje luminoso.