Cada miércoles un espasmo acompaña el despertar de la clase política francesa en su conjunto. El mismo malestar dura desde hace poco más de un siglo, a partir de aquel 5 de febrero de 1916 en que apareció el primer número del semanario satírico francés Le Canard Enchaîné. Independiente, incorruptible, sin la más mínima publicidad, con una tirada semanal de 500 mil ejemplares, este periódico ha sobrevivido en la cima a todas las crisis reales e imaginarias y sigue siendo la pesadilla de los políticos y empresarios que ven desfilar por sus páginas revelaciones capaces de derribar carreras enteras o enterrar candidaturas presidenciales, como acaba de ocurrir con el hasta hace dos semanas hiperfavorito de las elecciones presidenciales de abril y mayo, el ex primer ministro François Fillon. Fue Le Canard Enchaîné el que publicó la información acerca de lo que hoy se conoce en Francia como el Penelope Gate, es decir, el puesto de trabajo ficticio como asistente parlamentaria que ocupó la esposa del candidato de la derecha y por el que cobró decenas de miles de dólares (sus hijos también están implicados).
La divisa del semanario es contundente: “La libertad de prensa sólo se gasta cuando no se usa”. Y Le Canard Enchaîné ha usado de ella con una puntualidad y una constancia de bomba de tiempo. Los parlamentarios leen sus viñetas breves y asesinas como si fueran el Santo Grial, con tanto temor a verse mencionados como contentos cuando aparecen allí sus enemigos políticos. Este semanario no perdona. En su siglo de existencia se ha convertido en un caso único en el mundo y en una publicación que modela la vida política del país. Vive de sus ventas y ello le ha permitido conservar su independencia absoluta. Hay pocos medios en el planeta que puedan jactarse de contar con una difusión de más de medio millón de ejemplares semanales, no pertenecer a ningún grupo de prensa sino a sus mismos empleados, tener una cifra de negocios de 24 millones de euros anuales que le dejan ganancias netas por 2 millones de euros y, encima, disponer de un tesoro de guerra de 100 millones de euros. El semanario francés mezcla en sus apenas ocho páginas la sátira política, el humor mordaz, los comentarios irónicos y desvergonzados, los dibujos más insolentes que existen en el medio, y un alto nivel de periodismo de investigación. Hace reír a sus lectores y llorar a sus víctimas. Su fundador, Maurice Maréchal, decía: “Cuando veo algo escandaloso, mi primer movimiento consiste en indignarme. El segundo movimiento consiste en reír, lo que es mucho más difícil y también mucho más eficaz”. Las manipulaciones, los abusos de poder, las mentiras del Estado, la corrupción, los montajes fraudulentos, los acuerdos entre multinacionales para perjudicar al consumidor (caso común entre los grupos dedicados a la telefonía), la censura, todo lo que huele mal sale en estado puro en las páginas del semanario francés. Fue este medio el que, en mayo de 1981, reveló que un ex ministro del presidente Valéry Giscard d’Estaing, Maurice Papon, había estado implicado en la deportación de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Antes, en 1979, Le Canard Enchaîné había fusilado a Giscard d’Estaing con la historia de los diamantes que el entonces emperador de la actual República Centroafricana, Bokassa I, le había regalado. El ex presidente nunca se levantó de ese golpe y perdió la elección de 1981 frente al socialista François Mitterrand. Luego, el mismo Canard sacó la historia del lujoso departamento del ex primer ministro conservador Alain Juppé, pagado por la municipalidad de París.
Para este monstruo sagrado de la prensa francesa no hay amigos ni amiguitos, ni izquierda ni derecha. Todos pasan cada semana por la licuadora de sus páginas: desde la publicación de la declaración de impuestos de una de las fortunas más importantes de Francia, Marcel Dassault, hasta la revelación del salario exorbitante (9.895 euros por mes) del peluquero del actual presidente socialista, François Hollande, o, como ahora, en plena campaña electoral, la historia del Penelope Gate, que ha derribado la imagen de católico íntegro y virtuoso de François Fillon.
Independencia económica y editorial, insolencia a ultranza, libertad en el tono y las caricaturas, el “volátil” ha sabido mantener a lo largo del tiempo su credibilidad y la confianza de sus lectores como casi ningún otro medio escrito en el mundo. Poderosos y anónimos lo leen cada miércoles con el mismo placer o presas del terror ante la posibilidad de aparecer mencionados en sus páginas y ver sus carreras políticas o empresariales derrumbarse como espejismos. No por nada uno de los tantos apodos de Le Canard Enchaîné es “el verdugo de la República”. La lista de hombres políticos guillotinados por Le Canard es extensa como la Biblia. Sus páginas son un cementerio de ambiciones truncadas. En los últimos años muchos creyeron que la publicación francesa había entrado en una etapa agónica, víctima a la vez de su diagramación y de su estilo de otra época, y de la competencia de los nuevos portales de periodismo de investigación (Mediapart, Rue89). El Penelope Gate vino a demostrar que el patito seguía teniendo un pico muy filoso, su credibilidad intacta y una potencia destructora igual a la de sus mejores épocas. A François Fillon le destruyó la mitad de su aura justamente porque el candidato de Los Republicanos no cesaba de vanagloriarse de su honestidad. Louis-Marie Horeau, redactor en jefe de Le Canard, contó a Bfmtv que “Le Canard Enchaîné se interesó en ese señor porque François Fillon no paraba de molestarnos cuando nos decía: soy el señor transparencia, el señor rigor, y bla, bla, bla. Entonces lanzamos una investigación sobre él y su patrimonio”.
Para Le Canard Enchaîné la llamada posverdad es su mejor aliado. El historiador Laurent Martin (autor de Le Canard Enchaîné, cien años de dibujos y artistas) resume la fórmula exitosa: “Le Canard juega en dos niveles: la sátira y las revelaciones. Cuando la actualidad es débil, el humor los salva”. Le Canard también guarda secretos profundos, como el de sus fuentes. Sus artículos parecen a veces salidos del bolsillo mismo del dirigente, o de su propia familia. Los periodistas Karl Laske (Libération) y Laurent Valdiguié (Paris Match) publicaron hace algunos años un libro con una investigación sobre el semanario donde cuentan que, en muchos casos, las fuentes son el mismo poder. Por ejemplo, una de las columnas más leídas fue “El diario de Carla B”, mención directa a la esposa del ex presidente Nicolas Sarkozy, la modelo y cantante Carla Bruni. Según los dos periodistas, los elementos para esos diálogos hilarantes los suministraba Pierre Charon, un consejero de Sarkozy que se ocupaba de la comunicación de la primera dama.
Lo cierto es que Le Canard Enchaîné no tiene igual en el mundo, sus informaciones son verídicas, su estilo jamás engaña con metáforas de ocultamiento y, encima, cada semana logra que el mundillo político francés se despierte con la interrogante: “¿a quién le tocará hoy?”. En un mundo de medios dominantes y de mentiras globales, la sátira de Le Canard es una reconciliación con una especie cada vez más agotada de periodismo.